lunes, 15 de marzo de 2010

Gimnasios literarios

Al darme cuenta de que estaba a punto de cumplirse un mes desde la publicación de la última entrada, me ha dado un nosequé electrizante que ha recorrido mi espina dorsal dejandome esa sensación de frescor que eriza el vello corporal. Suerte que no ha llegado la sangre al río y que mi ausencia bloguera se le puede achacar perfectamente a una excusa. No sabría valorar si es buena o mala, pero el exceso de actividad me ha quitado tiempo para hacer una de las cosas que más me gusta hacer en este mundo: escribir. El culpable en cuestión es el gimnasio. Me levanto cada mañana y voy derechita a ese lugar que huele ligeramente a humedad y a sudor en el que las personas adquirimos ese rictus de sufrimiento que habíamos abandonado al dejar de construir pirámides. No empezaré una disertación sobre las causas y motivos que me empujan a ir a tonificar mi humilde cascarón. Podría echarle la culpa a ZP y decirle aquello de: a falta de pan buenas son galletas. Interpreta a Juan el esponjoso y siempre bienvenido Pan, si es debajo de un brazo mejor. Las galletas son el Máster y el gimnasio. Lo de trabajar hoy en día está muy cotizado así que me revaloro para un posible mercado futuro cultivando el cuerpo y la mente. Para redondear el plan me he puesto a dieta; y aquí estoy imponiéndome una disciplina horaria, alimenticia y de estudio. Como no vivo del aire y de la poesía, enmascaro todas esas cosas en un caparazón de insecto succiona-euros, todavía inédito en el National Geographic. Como escriben los estadounidenses en sus guiones cinematográficos: It's the history of my life! Sin embargo, y a pesar del pragmatismo que me acecha cada día a las tres en punto, no pienso aterrizar y seguiré tentando a la suerte. ¡Tanto entrenamiento cardiovascular debería bastar para seguir soplando con fuerza e hinchar el globo! Lejos de las espinas, lejos de las espinas...
Por cierto nunca te esperas encontrar en el gimnasio una escritora de poesía, es lo que tiene la vida: siempre te sorprende... Aunque me viene a la mente cierto artículo de Elvira Lindo sobre su experiencia sensorial en los vestuarios de su gimnasio neoyorquino, pero eso es digno de otra entrada.