miércoles, 30 de diciembre de 2009

Las cigalas

Estoy planeando el menú de la última cena. Irremediablemente me alineo con los sectarios. Intento hacer memoria en mis papilas gustativas para intentar esclarecer lo que me gustaría cenar mañana. En un principio ibamos a cenar pizza. Seis mujeres solteras cenando pizza antes de salir a desmelenarse en año nuevo. Como no podía ser tan mediocre la situación hemos acordado pasar la mañana del 31 cocinando cosas ricas. ¡Me encanta cocinar! Sin embargo ahora mismo no se me ocurre el qué.
Vienen a mi cabeza imágenes y sabores variopintos, pero, como a una ama de casa con los rulos puestos, se me aparecen las viandas con el precio puesto. Digo yo que las cigalas podrían costar lo mismo mañana que dentro de tres meses... Cabría la posibilidad de sustituirlas por simples gambas. ¡Pero me apetecen las cigalas, leches!
Ayer mi hermana sugirió la posibilidad de construir un criadero de gambas. La miré sorprendida pensando que estudiar administración y dirección de empresas empezaba a volverla del revés. Reflexionando hoy me doy cuanta de que quizás un criadero de marisco para autoconsumo sería lo mejor en tiempos de crisis. ¡Qué tontería! Ella solo lo quería como comedero de tortugas y erizos. Pensé que para eso le sierven las gambas congeladas del Día, pero a mí no me sirven las cigalas enanitas para despedir el año. ¡Quiero cigalas, porque nosotras lo valemos!
¿Alguien sabe como sustituirlas si no es por gambas?

martes, 29 de diciembre de 2009

La última o la primera o nada de nada

Quizás esta sea la última entrada del año 2009. Me dan ganas de ponerme a recopilar las cosas buenas, las malas, las regulares y las que no se pueden contar. Pero como eso ya lo hacen las cadenas de televisión tampoco me centraré en hablar de las cosas que espero del año nuevo. Cambiar de año puede que sea significativo, pero tampoco le encuentro la gracia. Seguiré siendo yo, sin ir al gimnasio, sin volver a leer El Quijote o empezar Rayuela. Seguiré teniendo celulitis, el mismo nivel de inglés y las mismas ganas de escribir mis difícilmente editables conjeturas. No quería, pero sin darme cuenta he planteado mis propósitos de año nuevo.
Al final, como dice mi padre, me dejaré arrastrar por los demás y seguiré a pies juntillas los dictados de los rituales iniciáticos para formar parte de la tropa de alienados de la nueva secta: los esperanzadores a propósito de los últimos días. Las más variopintas profecías auguran el fin del mundo después de un Papa malo (al menos de aspecto) y un Papa negro. Visto lo visto quizás deba alienarme y conseguir mis propósitos vitales antes del cataclismo.
Lo que quiero decir es que cualquier día suenan 12 campanadas a medianoche y el calendario avanza sin tantas miradas puestas en él. Los domingos siguen siendo colorados, los febreros acaban antes o después y seguimos teniendo un número de año de cuatro cifras. ¿Cuándo lleguemos a las cinco volverá a venir el Mesías para inaugurar un nuevo año 0?
Esta entrada me temo pasará sin pena ni gloria. No es la última ni la primera, es sólo una más; así como el 2010 sólo será un año más. Solamente en el hipotético caso en que me muera tendrá relevancia en mi epitafio:
Pelicana, 1984-2010: Le hubiera gustado dejar una frase célebre, pero es más divertido el silencio de un epitafio lleno de letras.

¡Feliz invierno!


Me llena de orgullo y satisfacción dirigirme a vosotros en tan señaladas fechas. Estaba aquí mordisqueando una pera mientras pensaba en cómo empezar esta entrada y he pensado en su majestad el rey. ¡Quién lo diría! Se me ha aparecido con la corona puesta y el árbol de Navidad al fondo. Deglutía todavía un trozo de pavo y me ha dicho: "te presto mi guión para empezar". He pensado: "¿por qué no? estamos en la era de las imitaciones y los plagios".

Yo no tengo árbol de Navidad de fondo, cada año que pasa se le cae una de sus bolas de brillantinas y este apenas brilla. En una esquinita, erguidos sus escasos 150 centímetros de estatura, cobijó por poco tiempo unos cuantos regalos en crisis y ahora espera solitario el día en que lo volvamos a encerrar en su caja de cartón. Volverá al sótano con sus amigas las polillas y quien sabe que otros bichejos; esperará más de 300 días en la oscuridad para intentar iluminar unos días festivos, fríos y sombríos.

Recuerdo cuando comprábamos un abeto vivo, de verdad, de los que hay que regar sin mojar el papel dorado de los regalos. Al finalizar el jolgorio lo intentábamos transplantar en el jardín, pero con los años acabó convirtiéndose en un cementerio de abetos. ¡Ya me dirás que hace un abeto alpino en el microclima tropical alicantino!

Así, con el tiempo, la Navidad dejó de ser lo que era. Es un invento para los chiquillos, nada más; y, por más que me pese, yo ya no soy una chiquilla. Lo denotan mis cuatro canas, las arrugas de expresión del entrecejo y lo insoportable que me pongo en Navidad. Cuando eres un niño no ves los trucos, eres cómplice de la ilusión. Pero cuando eres mayor y ves todas las triquiñuelas, engaños y sortilegios te dan ganas de convertirte en la bruja de Blancanieves. Enveneno las manzanas sólo con mirarlas. Los geranios se ponen mustios a mi paso y me cruzo de brazos más de lo habitual. Al menos está el turrón, la empañada recién hecha, la mesa llena de gente y la abuela riendo a carcajadas porque todo le parece más bonito. Las cosas siempre se pueden maquillar; los polvos se los echo hoy al resto, para que brille esa risa de adulto inocente que lo mira todo con ojos viejos que ven de nuevo lo que ya no saben que han visto tantas veces.



A mi abuela, que nos quiere aunque se le olviden nuestras caras.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Diciendo lo que hacer no he dicho

¿Qué es lo que nos determina cómo personas, lo que hacemos o lo que decimos? Le he dicho a todas las personas con las que he hablado esta mañana que vendría a la universidad a estudiar y a entrevistarme con un profesor. No estoy haciendo ni lo uno ni lo otro. Lo primero porque tengo una necesidad imperiosa de escribir un rato; lo segundo porque el profesor no estaba y no quería quedarme triste y sola, esperándole sentada en un banco de madera frío y duro. He caminado hasta la biblioteca con el reto de no pisar los trozos de suelo mojados. El techo del campus es, a veces, de una espesa capa de follaje verde. Si hace sol, como es costumbre, invitan las palmeras, los ficus o los pinos a cobijarse bajo alguna de sus sombras. Si llueve, como es el caso, se ofrecen de paraguas; aunque sólo en aquellas zonas donde el techo es verde por entero y no azul grisáceo. No he podido conseguir el objetivo y me he mojado las suelas de los zapatos en varias ocasiones. Sin tiempo para deprimirme por tan anecdótico impulso psicótico he divisado una haima de protesta y me he olvidado del follaje impermeable que no cubría todo mi camino; ¡y es que hay que mojarse de vez en cuando! En la haima había cuatro personas sentadas como los indios; estaba decidiendo si a modo apache o mapuche cuando reparé en la pancarta de ánimo para Aminatou Haidar. Me gusta la implicación universitaria con la causa. Desde aquí quiero manifestar mi apoyo a todas esas personas que luchan por los derechos humanos, la paz y la igualdad. Miles de batallas a lo largo y ancho del mundo que algún día finalizarán orgullosas, habiendo alcanzado su cometido: abrirnos los ojos a la milicia en la reserva.
Vuelvo a mi pregunta iniciática y me doy cuenta de que sin quererlo vuelvo al punto de partida. Decir y hacer pueden ser dos cosas que se complementen, se excluyan o se yuxtapongan. En el caso de Aminatou ella hace lo que dice, y eso, hoy por hoy, merece mi absoluta admiración.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Estadios literarios

He inaugurado un nuevo blog en la UA. Dado que ahora me interno en los estudios literarios me ha parecido una buena idea comenzar un blog temático sobre mis literaturas. Aspira a ser una crónica de mi paso de nuevo por la universidad. Todo ello visto desde este prisma mio.

martes, 8 de diciembre de 2009

¿Alguien me oye?

Queridines míos, necesito saber si hay alguien al otro lado.

Paté de pato

Soy patética. Intento centrarme en el análisis de un ensayo sobre la novela histórica y Sir Walter Scott. Sin embargo mis pensamientos se alejan del tema cada dos por tres y me siento en la obligación de parar y de compartir con los que me leéis mis penas. La cabeza se me va empujada por el corazón a un rumbo que desconozco. No sé dónde está el sujeto de mi amor, así que mis emociones se disipan por un vasto y extenso terreno yermo. Soy patética porque sufro cuando nadie de mi se acuerda, cuando no significo más que cuando estoy presente; y eso lamentablemente no se da en estos momentos. Me veo apartada de dónde tan a gusto me encontraba, sola, con la aparente "promesa" de un rencuentro. Sé que sólo yo soy la culpable de mi estado, sé que resulto patética y egoísta, pero ¿quién, sino yo, de mí se acuerda? Cada uno va a su ritmo, en busca de sus placeres, deseos y exigencias. Los mios se van, por voluntad propia, me centro en buscar las explicaciones lógicas que sólo son parches a una realidad más grande que se me escapa. Yo soy la última en la fila, así que mi percepción era errónea, un espejismo en medio del desierto, un osasis irreal que solo los ciegos vemos.
Me veo emplazada en un plan de vuelo que creí que era el correcto y ahora me doy cuenta que está configurado en base a los hilos que he movido motivada por alguien que sólo quiere que me aleje y que no vea; que no vea lo que mi razón (que no es tan idiota como parece) ha querido ocultarse tantas veces. Pero nadie me obligó a estar así, con esta pena... Así que sólo a mi me corresponde la culpa y la consecuente salida del problema.
Sé que me va a costar salir de mi agujero; pero quiero acabar esta entrada de modo optimista. A pesar de que me sienta como un pate untado en una rebanada de pan de anteayer, yo soy así, me considero valiosa y quien no lo sepa apreciar, pues se pierde la oportunidad de su vida.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Doña Angustias

Hoy me he despertado angustiada. No sabía por qué hasta que he consultado mi lista de tareas. Tengo un trabajo pendiente para entregar el miércoles. Volver a ser universitaria me provoca cosquillas en el estómago y desde hoy sentiré que el final de puente de la constitución es como un largo domingo tedioso. Esa obligación que me inquieta se interpone en un sinfín de otras tareas inconclusas. He vuelto a Madrid a recoger algunas cosas; he elegido unos días raros porque había mucha gente por las calles, en las tiendas, en los bares. Casi no he disfrutado de los tacos, de las prisas al volver a casa evitando el frío... Ya nada será igual que antes, ya no volverá la pelicana de la calle Cañizares.
Me compro un gorro de color violeta, tiene un lacito sobre la sien izquierda que me da un aire de niña buena. No he podido evitar llevármelo conmigo de la tienda para estar dos días en Madrid con él en mi cabeza. En Alicante la gente está en la playa, necesitaría más bien una sombrilla. Me escondo debajo del gorrito un rato y camino entre luces de Navidad buscando algo que nunca aparece al doblar las esquinas. Es entonces cuando aparece la angustia, que va y viene. Quedo con mis amigas, me enfado con mi hermana e intento cambiar de orden los pensamientos de mi cabeza. Así llegamos al martes que es domingo, al día antes de volver a la rutina que comienza de nuevo por tercera vez. Me siento inconclusa, como si algo me faltara y sé que la angustia seguirá ahi un buen rato, hasta que se alineen los astros.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Entretenimientos


Empiezo a tener un serio problema con Bob Esponja. Me divierte verlo en la tele tanto como a mi primo pequeño le gustaba ver a los Teletubies. Llego a casa, enciendo la televisión, acciono los botones del mando a distancia y me detengo cuando veo a Bob. Creí, al volver de Amsterdam, que nunca más vería a Bob con los mismos ojos; pero me equivocaba. Sería casualidad o no, pero siempre que pasaba por la televisión del hostal del cerdo volador, había alguien viendo a Bob bajo los efectos de la marihuana. Era, cuanto menos, curioso. Seguro que al igual que los Simpson, las posibilidades de estudio filosófico e ideológico en Bob Esponja son infinitos.

Posibilidades de estudio... Eso me lleva a pensar en mi trabajo de fin de máster. Debo buscar una línea de investigación de una vez por todas. Me va a costar, porque a mi me gusta ir de aquí para allá sin comprometerme, soy una picaflor, lo admito. Por eso dejo de escribir esta entrada unos minutos para maravillarme ante los mandos de la wii que apuntan a una televisión de 32 pulgadas. ¡Qué maravilla! ¿Tiene la literatura algo que ver en los videojuegos? Se me ocurren mil y una relaciones, pero no creo que a ningún doctor o catedrático en literatura de la UA le interese tal aspecto.

Vuelvo de Amsterdam con un sinfín de sentimientos encontrados, pero desequilibra la balanza la melancolía, la añoranza y la tristeza. Cientos de instantáneas pululan en mi mente y me gustaría volver a ellas con él. Revivir de nuevo las prisas entre canales y parar en seco a inmortalizar un atardecer violeta. Quizás no vuelva a ver ninguna de esas instantáneas, ¿o sí? Sin lugar a dudas, es mejor dejar a un lado los sentimientos y buscar entretenimientos; porque hay que seguir a pesar de todo.

martes, 24 de noviembre de 2009

La universidad de la luz

Vuelvo a ser universitaria. Es agradable volver a clase y dejar que te cuenten teorías. Antes me las creía todas a pie juntillas pero ahora lo miro todo un poco más crítica. De todos modos, que otros te cuenten sus teorías es relajante. Paras por el momento de plantearte las tuyas y dejas que intenten convencerte.
Volver a la universidad tiene otras cosas buenas. Hoy por ejemplo estará aquí Jane Goodall. ¡Lástima que a la hora de su ponencia esté en clase de historia del teatro! No me puedo perder los entremeses cervantinos cuando ya me he perdido las tres primeras semanas de clase.
Intento ponerme al día colocando en el calendario hitos a corto y medio plazo: leer todas las lecturas atrasadas antes de Navidad; inaugurar blog en la UA para el concurso (a ver si hay más suerte esta vez); buscar una línea de investigación para el trabajo de fin de máster... En fin, un sinfín de manchas rojas y verdes fosforito en el pequeño cartón donde reside mi almanaque.
Las tecnologías han vuelto a mí, por fin. Mi flamante PC nuevo de cientos de euros va robando corazones por la universidad. Le acaban de configurar la red wi-fi y me permite escribir desde la gran sala de la biblioteca. Es espectacular la cantidad de luz que entra por los enormes ventanales; augura muchos ratos de escritura y embeleso. Quizás me inunde el sentimiento de Miguel Hernández y me olvido por un tiempo de la urbe para volver a ser llorando el hortelano.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Provinciana me vuelvo, oiga

He estado de sequía blogger. Un poco por no tener tiempo y un poco por falta de cosas interesantes que contar. De repente hoy me encuentro con miles de palabras agolpadas a las puntas de mis dedos. Y me doy cuenta de que no me da la vida para escribirlas. No me da la vida ni la tecnología. De vuelta a la provincia alicantina la red se difumina entre palmeras y sol. Mi PC no colabora y se quiere morir de viejo. Y yo que renazco cada día con nuevas cosas que buscar e investigar me encuentro atada de pies y manos. ¡Soy un periférico más de mi ordenador!, necesito penetrar en un puerto USB y perderme en la gran red mundial; la red de redes.
Deje Madrid hace dos días. Volveré a menudo porque desde lejos veo que lo necesito. Necesito un buen paseo entre la multitud, las cañas de cualquier bar que haga esquina y el frio que permite abrigarse sin sentirse ridículo.
He vuelto a casa por un tiempo; el que dure el Máster en Estudios Literarios en el que me he zambullido ansiosa por leer a todos y sobre todos. Leer, escribir e investigar. ¡Es tan bucólico que no me lo creo! La nota discordante la pone el color del dinero. El poderoso caballero que se va de mi cuenta corriente tan deprisa como un estornudo. Por eso, en parte, vuelvo a casa. Un receso dulce en el afán de llenar la saca. Es tranquilizador, porque la jaca que lleva la saca se llama Paca y está algo flaca y no le gusta acarrear mucho peso. ¡Ya habrá tiempo!

lunes, 9 de noviembre de 2009

Queridos Reyes Magos:

Nunca entenderé por qué cierran algunas salidas del metro después de las nueve de la noche. Me hacen dar una vuelta enorme para llegar a casa y ahora, con el frío, me fastidia un poco. Sin embargo, me ha venido bien para darme cuenta de que ya están puestas las luces de Navidad. Menos mal que no están encendidas. Pero es comprensible, y no por las fechas (todavía falta); sino porque la crisis obliga a ahorrar hasta al mismísimo ayuntamiento de Madrid. Sólo hace falta mirar hacia arriba y comprobar que, en la palza de Tirso de Molina, los mismos ojos tétricos que se abrían y cerraban el año pasado decorarán tan castizo enclave en las próximas fiestas.
El espíritu navideño, que vuelven a meternos por los ojos, empieza a molestarme. Caigo en la trampa del consumismo y me compro una bebida caliente en una sucursal de la cadena de restaurantes de comida rápida más famosa del mundo. Bebiendo leche caliente y alimentando al creador de Santa Claus (estoy segura que el payasito feliz y los de Coca Cola son los responsables directos de tan rentable nacimiento), me topo con la cruda realidad y se me revuelve el estómago. La gente corriento hace cola para ir al cine en un día festivo en la capital. A dos pasos y en el suelo una vagabunda corea a los cuatro vientos un soliloquio incomprensible. Al otro lado de la acera, y sentado junto a su top-manta, un chaval de no más de 20 años la mira entre sorprendido y asustado. Ha sido una visión extraña cuando iba pensando en lo que le pediría este año a los Reyes Magos. ¡Qué pena que no exista la magia!

jueves, 5 de noviembre de 2009

En el bolsillo

¡Ay! Dicen que me quejo por quejarme cuando mis bolsillos están llenos de posibilidades. Yo no hago más que rascármelos y no hallo nada. A veces encuentro alguna moneda perdida cuando los reviso para meterlos a la lavadora; y entonces me alegro. Pero eso no es una posibilidad; si acaso de mascar un chicle. Y últimamente a los chicles se les acaba muy rápido el sabor. La culpa la tienen los polvos. ¡Para todo sirve un polvo! Aromatizar, conservar, edulcorar, colocar y relajar. Las opciones son varias. Los polvos infinitos. Campanilla los tiene mágicos, pero es un poco egoísta y nunca los comparte. Hay gente que les tiene alergia, algunas personas no quieren tener nada que ver con ellos y otras abusan demasiado.
Pero yo estaba hablando de mis bolsillos. Los que tienen posibilidades que no veo. Yo creo que tienen agujeros pero no los encuentro así que no los puedo coser. Atando cabos: no tengo bolsillos.

Lo que no me dejó escribir ayer

Parece que no sirve de mucho protestar. ¡Qué pena! Creo que hacerlo es sólo la forma de desahogarse. Protestas escribiendo o gritando y cierras la exposición con un suspiro de alivio. Calma lo que dura una noche, y a la mañana siguiente todo sigue igual. Acabo de reparar en el título del blog. Ha vuelto el miedo y ha vuelto Juan. ¡Qué mal! ¿Debería dejar de escribir esta bitácora? A veces me dan ganas. Quizás si no escribiera más Sin miedo, sin Juan lo terminaría extrañando. Pero por otro lado no sé si me resultaría liberador. No me gusta esta naturaleza mía de ir dejando las cosas a medio hacer, pero lo rutinario se convierte en pesadez, ¿o no? El blog no es que pese demasiado, imagino que expresado en peso internauta es una ínfima partícula enana en un universo de partículas mucho más grandes que ella. Pero representa un peso pesado en mi cabeza. Refleja mis estados de ser (no de ánimo, porque son demasiado variables e inconexos) y es la puerta de salida de todo lo que quiero decir (aunque a veces sea entre líneas). Lo escribo y lo doy por recibido y eso alivia mi espíritu huidizo. ¿Cómo puedo ser a la vez un ser social y reservado? Hace tiempo que no leo a Kafka… será el frío lo que me tiene tan gris.Se nota que es casi la hora del té; me da por filosofar y yo misma bizqueo al releer, pero me gusta la espontaneidad de escribir lo que sea sin pensar. Es decir, sin reflexionar que pienso, porque si lo escribo es que algo dentro de mí lo cree, lo sabe o lo venía rumiando en silencio. En fin, necesitaba desquitarme de un día de trabajo ventoso, largo y tedioso que es la pescadilla que se muerde la cola porque me dan ganas de hacerme un ovillo y prolongar el tedio hasta la hora de volver a casa.

martes, 3 de noviembre de 2009

Protestando

¿Alguien ha estudiado en la Universidad Nacional a Distancia (UNED)? Me gustaría que me contara su experiencia porque estoy algo confusa y malhumorada con ella. Debe ser culpa mía, en parte. No por lo que haga, sino porque mi aura es invisible. Siempre confío en mi suerte, pero a veces me falla. Cuando me quedé sin el primer Juan me senté en el sofá cómodamente; antes de coger el mando me paré a pensar un rato, a ver qué salía. Llegué a la conclusión de que era hora de pensar en serio estudiar un máster. Busqué en las universidades y di con el título perfecto: Análisis gramatical y estilístico del español. Sólo leerlo ya me saca la sonrisa. Me apetece mucho, muchísimo estudiarlo. Así que hice la preinscripción.
He estado esperando su respuesta como agua de mayo. Con un ramo de flores en la mano frente a su puerta, para hacerle la fiesta cuando me dijera que sí; con una alianza de oro blanco en su cajita de terciopelo azul. ¡Y la muy p... va y me dice que no! Que está tan solicitada que no da a basto y que después de ver mis credenciales prefiere a otros. Me ha roto el corazón sin ningún tipo de compasión. Me condena al rompecabezas de mi vida sin ella. ¡Oh!, UNED, ¿por qué no me quieres ni un poquito?
He deambulado un poco triste por este martes tres de noviembre cuando me han dado la noticia de su negativa. Últimamente pasan las cosas de tres en tres. Una es buena y dos son malas. ¡Así yo no puedo! ¿Qué clase de equilibrio es ese? Por una vez podría obviar un buen rato preguntarme ¿y ahora qué? Pero no, llega la UNED y me dice que no. ¿Y ahora qué?, me pregunto yo. Ya me parecía bastante jugarreta financiarme el máster por mi cuenta; ya que el señor ZP prometió becas para desempleados pero había que haber nacido antes del 83. ¡Hala! si eres del 84 te jodes y vas andando.
Como poseedora del primer corazón partido por la gramática y el estilo, hoy me quejo por todo lo alto. Llamo a la gente del mundo a protestar. ¡Proteste por todo, reclame! Si le dejan una hora en un vagón de tren a oscuras y sin climatización: proteste. Si no le dan la plaza del máster que quiere estudiar: proteste. Si le cuesta pagar (por ser caro) su título de transportes: proteste. Si le quieren limpiar la luna delantera del coche mientras espera a que un semáforo se ponga en verde: proteste. Si la crisis le impide encontrar clientes: proteste. Si se patea polígonos industriales para buscarlos y sólo encuentra piropos de mal gusto de los especímenes humanos que por allí campan: proteste. Si le duele la garganta porque el frío llega de sopetón de un día para otro: proteste. ¿De quién es la culpa? No lo sé; pero yo protesto, protesto y vuelvo a protestar.

martes, 27 de octubre de 2009

Bienvenido, su Alteza Real Juan II


Un nuevo Juan ha entrado en mi vida. Es bastante más majestuoso que el anterior y todo un reto personal. La base de mis funciones serán meramente comerciales así que poner en práctica mis habilidades persuasivas va a ser muy entretenido; sobre todo porque me voy a dar cuenta de si las tengo en realidad. Sea como sea, el hecho de haberme topado con Juan II es todo un acontecimiento en mi ruinosa existencia. Me abre un nuevo horizonte que es, si cabe, más misterioso que el que veía ayer. Pero sea como sea hay algo más que perspectivas, se palpa en el ambiente.
Juan ha llegado en el momento justo y, como suele pasar, con otros Juanitos al acecho. ¡Todo de golpe e in extremis! Estuve unos días en Berlín sabiendo que al volver empezaría a esfumarse poco a poco el cuento de hadas e iba a tener que ponerme las pilas laboral, emocional y físicamente. Allí no quise pensarlo demasiado, sólo los segundos previos a caer rendida en la cama. De vuelta a Madrid, sin esperarlo, llega Juan y me replantea el mundo; y ya no sé si todo se enreda o se desenreda más. ¡Cuánta incertidumbre!
Mañana empiezo, a las 10 de la mañana, con calma. Tengo ganas, parece que sea el primer día de clase y ya he afilado todos mis lápices de colores. Me pilla un poco en bragas, como suele decirse, porque también me han preadmitido en uno de los máster que había solicitado hace siglos. De nada a demasiadas cosas que colocar en el calendario y en un horario al que debería añadir otras 24 horas al día, como mínimo. Pero no hay que agobiarse, dicen que las personas inteligentes son las capaces de adaptarse a cualquier situación puesto que saben resolver sus problemas eficazmente. ¿Otro reto personal? El Creador, el azar o quien quiera que sea el que se dedica a enredar las madejas de los destinos ajenos debe tener una sola norma: la complicación es la base de la evolución.
La pelicana laboral vuelve al ruedo con ganas de ganarse el pan. Detrás y empujando la pelicana estudiante quiere el máster a distancia para completar el día (y no el presencial que le complicaría la existencia). Quizás haya una hora suelta para la pelícana bailarina y se apunta a clases de baile flamenco. Después de todo esto el resto de pelicanas deberían estar cansadas para pensar y eso me alivia. Mens sana in corpore ocupado.

Por cierto, Berlín es una ciudad genial, como para ir varias veces a explorarla. Las facilidades son imposibles de mejorar porque el transporte es gratis, las salchichas cuestan menos de dos euros y hay infinidad de cosas para ver. Si me apuras hasta ganas dinero recogiendo botellas de cerveza vacías, que de otra cosa no, pero de eso hay mucho. Recomiendo elegir un hostel tranquilo con derecho a cocina para ahorrarse algunas cenas, llevar muchas chaquetas y sobre todo nada de gafas de sol, apenas se pueden lucir. Si alguno decide ir que me traiga un cachito de muro que me dejé allí.

domingo, 11 de octubre de 2009

A John le han picado las medusas


Algo raro le pasa a John. Lo noto un poco ausente. Ya no boquea incesante si me acerco a la pecera. Cuando le doy de comer ya no sabe encontrar los pedacitos de comida para peces que flotan en el agua. Quizás se ha molestado porque escribí que lo iba a abandonar. Pero se acostumbrará. Sé que es un poco injusto para él, porque al fin y al cabo creo que proyecto en el pez mis propias circunstancias. Puede que sea más fácil con las personas, John sólo es un pez con el que no se puede dialogar. No sabe cazar mosquitos ni fabricarse la comida multicolor a base de algas. Depende de una persona. Por el contrario las personas sólo dependen de si mismas, así es más sencillo. ¡Lástima que sólo sea un pez!
Me entristece que esté raro conmigo. Pero nada puedo hacer para que se contente. No me lo voy a llevar allá a dónde sea que yo vaya. Por eso me preocupa encontrar un lugar en el que sea feliz, para que cuando yo no esté él no tenga la necesidad de echarme de menos. La nostalgia es un sentimiento terrible que implica infinidad de cosas horribles. No merece la pena enumerarlas, porque todos las habrán sentido alguna vez.
Por cierto, estuve en Valencia. Me lo pasé muy bien. Hoy siento nostalgia.

miércoles, 7 de octubre de 2009

La visita del diablo

Hoy he encontrado la casa de Jonh, en la que lo abandonaré al igual que a la ciudad. Cuando lo haga y la deje detrás no quiero llevármelo conmigo, no sería bueno para él. Por eso hoy, cuando he encontrado el lugar ideal para mudarlo, he dejado escapar un gran suspiro de alivio. Espero que él siga vivito y coleando al llegar el momento porque estoy segura de que le gustará su nueva pecera. Esta es básicamente la conclusión que me ha dejado mi incursión, o más bien excursión, por la ciudad la mañana y parte de la tarde del 7 de octubre. Ayer también salí pero era todo completamente distinto (no sé por qué me gusta más distinto que diferente). El 6 de octubre hizo un sol radiante, hoy las nubes apenas le dejan asomarse. Yo también era un poco diferente, pues como bien dijo Heráclito "todo fluye". Mi flujo nocturno ha debido ser bastante turbulento así que después de hacer las cosas ineludibles del día salí a despejarme. Hice una selección rápida de temas para caminar una mañana nublada y escapé de estas cuatro paredes como alma que lleva el diablo. Sin querer queriendo llegué a la puerta de Murillo, uno de tantos accesos que tiene el Retiro. Había cruzado el paseo del Prado mientras escuchaba un bolero. Mujer, si puedes tú con Dios hablar pregúntale si yo alguna vez te he dejado de adorar. Y al mar, espejo de mi corazón las veces que me ha visto llorar la perfidia de tu amor. Los coches rabiosos parecían bailarinas de ballet serpenteando por la calzada, la música me hacía percibirlos como a cámara lenta. Aceleré el paso para huir de los automóviles con tutú y llegué al parque.
Esa puerta, tan artística ella, me llevó al Bosque del Recuerdo. Me acordé del 11 de marzo de 2003. Mi segundo año en la ciudad. Me despertó el teléfono, mi padre me llamaba para saber dónde estaba. Ese día no había ido a clase porque había huelga de profesores. La noticia me sacó de la cama y me hizo estar pegada frente al televisor todo el día. Hoy a plena luz del día y entre todos aquellos cipreses se me volvió a encoger el corazón. De la perfidia al congojo, ¡pues si que estamos bien! Escojo una pieza más alegre y me interno en el bosque. La brisa y los colores del parque son espectaculares, nadie diría que eso es el centro de Madrid. La gente corre, se tumba en el césped a fumar (no los mismos que corren, se entiende), pasean en bicicleta, a pie, a saltos...
Atravesando un tramo de bosque marrón y verde en el que llovían castañas, la realidad urbana se impone en forma de calle asfaltada. La recorro a regañadientes hasta que me doy de bruces con dos pinos graciosamente torcidos. Se diría que un gigante los hubiese apartado con las manos para asomar su cabezota entre las copas de los árboles y vislumbrar lo que detrás de ellos escondían. Siguiendo los pasos del gigante he llegado a la Rosaleda. El sol quería hacer esfuerzos por salir, las nubes persistían y las flores dejaban escapar sus aromas alegremente entre la humedad ambiental. Tanto color y tanto orden en las formas me ha dado pena, no sé por qué. Dejo las rosas, rosa rosae, a mi derecha y prosigo sin saber muy bien lo que busco.
La fuente del Ángel caído me señala el paseo de Cuba; y aunque sé que se ha caído y el golpe no le ha sentado muy bien le hago caso, para variar. Cuba me deja en la plaza de Honduras cuyo centro es la fuente de la Alcachofa, con todos sus detalles rococó. Desde la plaza se ve ya el gran estanque del Retiro; un saxofonista ameniza la estampa a ritmo de bolero. ¡Hoy todo el mundo anda melancólico! Ya no estás más a mi lado corazón, en el alma solo tengo soledad, y si ya no puedo verte, por qué Dios me hizo quererte, para hacerme sufrir más. A pesar de ser entre semana y la hora de comer el estanque está lleno de barcas y sorprendentemente para mí: de peces. ¡Hay decenas de johnes enormes! Todos color butano, con sus bocas pedigüeñas esperando cualquier cosa que llevarse a la tripa. Así que toda esta travesía me ha dejado mirando peces que boquean. ¡Qué bien!
Decido que es hora de volver y por el paseo de México me escurro hasta un parque infantil. En el parque, que ahora tienen fortalezas de madera para niños aventureros, hay un columpio. Hacía mucho tiempo que no me balanceaba en uno así que a ello me dediqué durante dos canciones del mp3. Dirás que miento, pero mientras me columpiaba feliz y ajena al mundo salió el sol y dejé escapar un grito de júbilo. Algún día, en el jardín de mi casa, fabricaré un columpio en la rama de un árbol.
Con las manos oliendo a cadena de columpio y hundiendo los pies en la arena salí del parque por donde había entrado. Murillo me recordó el Prado y me fui al perfecto rincón secreto. Entre una puerta del prado y la iglesia de los Jerónimos hay una pradera empinada donde si te sientas un rato se te quitan todos los males. Allí estuve observando a los turistas y cuando sentí los retortijones de hambre me fui a casa, a la hora del té.
El paseo y la comida, casi merienda, me obligaron a aplazar de nuevo la hora del té verde, pero me la tomé igual, sentada en la terraza, casi una hora y media después. Allí estaba esperando; y aunque me habían dicho ya que no lo hiciera yo siempre hago estas cosas. ¡Llámame incrédula (aunque pienses tonta)! Mi vecinito de enfrente estaba mirándome desde su balcón así que le saludé con la mano.
- ¿Tú tampoco tienes a nadie con quien jugar?
- No.
Sólo espero y bebo té verde adelgazante, pienso. ¡Qué estupidez! Ambas cosas carecían de utilidad así que me enfadé y me volví a escapar de casa como alma que lleva el diablo. A las 7 del 7 de octubre el cielo está realmente encapotado. Para no mojarme demasiado me decido a ver una exposición sobre un arquitecto. No tenía ganas de leer así que me dediqué a ver con lupa todas las maquetas que allí había. Una hora después, aburrida de tanta estructura y con la cara mustia de poner pose de entendida, he descubierto una pequeña exposición sobre Camboya. Un país bonito, con una cultura entre la India y la China, con colores, sonrisas y miradas vivas. La alegría de aquellas sonrisas esconden niños mutilados por las minas antipersona; juegan al fútbol en sillas de ruedas o blandiendo sus muletas. Entonces en ese momento el sol se marcha, las nubes siguen vomitando agua, me echan de la sala porque cierran y en la calle me espera el diablo. Me ha devuelto el alma y me he marchado a casa sin darle las gracias.


lunes, 5 de octubre de 2009

La hora del té


Hoy he tomado el té una hora más tarde de lo establecido. Me he entretenido en otras cosas que debería haber zanjado antes; como la limpieza de mi archivo personal, con las miles de anotaciones e instantáneas. Pero aunque sea una hora después me gusta saborear el té. He salido del salón con la taza entre las manos procurando parecer lo suficientemente decorosa a cualquier mirada. Desde la terraza tenía una vista perfecta del partido. La taza humeante dejaba escapar el tibio olor a té verde con reminiscencias al césped sobre el que jugaban los niños. No podía olerlo desde la terraza pero era tan real ese recuerdo que creí encontrarme a pie de campo. La acción deportiva que se desarrollaba ante mis ojos contrastaba con el ritual del té, tan encorsetado y falto de creatividad. Los vahos, alentados por el contraste del clima otoñal, degradaban la estimulación de la teína mientras la vista se me empañaba al son de La Traviata de Verdi. A pesar del ruido de los niños en el campo, sólo escuchaba los lamentos de Violetta Valéry y me parecía que ellos, tan ajenos a la ópera, se movían al son de las palabras cantadas de ella. Las notas agudas me recordaban las travesías que me han traído a estas arenosas tierras, las graves a los golpes que me han hecho como soy en cada excursión. Fútbol, ópera y recuerdos, todos de la mano mientras saboreo el té plantada en la terraza.

El partido acaba antes de que pueda terminar mi taza. Los niños se retiran derrotados hacia los vestuarios y tengo ganas de abrazarlos a todos. Otros se han quedado también en el camino, es difícil asumir que sólo uno se alzará con el triunfo, igual que pasa a diario en cualquier ámbito. Se las prometían felices en los octavos de final del campeonato mundial sub20, pero no ha podido ser. Llevo la taza a la cocina y cierro una de las ventanas de la terraza. Dejo la tele encendida por si me enseñan la arena de los desiertos que contrastan con los campos verdes que Egipto ha seleccionado para este evento deportivo. Pienso en los meandros del Nilo y en la típica estampa del perfil de las pirámides al atardecer. Podría seguir siendo por un rato la exploradora del primer párrafo, pero es hora de volver a mi rutina y yo sigo sin tener ordenado mi archivo.

domingo, 4 de octubre de 2009

Avance hacia un nuevo aniversario

Otra semana que se acaba. Últimamente las semanas pasan muy deprisa y eso me asusta. Por un lado me aterra ver que el tiempo avanza. Avanza hacia lo desconocido y hacia lo irremediable. Lo primero me reconforta en parte, porque si no lo conozco puedo manejar mi percepción de lo que suceda a mi antojo. Si manejo mi percepción de las cosas es porque en parte puedo interferir en su devenir, ¿no? ¿Pienso luego existo? Sin embargo, no conocer lo que va a pasar provoca un poco de ansiedad, más aún si sabes lo que estaría genial que pasara. Lo irremediable es lo que sé que va a pasar. Eso si da miedo de verdad porque es inamovible por más que yo me empeñe en volverlo del revés. Es irremediable que sea domingo, que se haya acabado la semana y que mañana empiece una nueva. Sé lo que va a pasar en ella a grandes rasgos pero no sé con que cara me despertaré el lunes, el martes, el miércoles, el jueves, el viernes, el sábado y el domingo. Mi cara dependerá de lo que haya pasado el día anterior y condicionará lo que pase ese día. Es un lío.
Por otro lado que el tiempo avance provoca situaciones que me gustan. El tiempo que nos hemos inventado (léase calendario gregoriano) avanza sin remedio sembrando el papel de fechas festivas, tanto social como personalmente. A mi me gustan más las de índole personal, como los cumpleaños. Antes de hablar de los cumpleaños quiero comentar un pensamiento que me acaba de abordar. Otro de los acontecimientos personales que solemos anotar en el calendario son los aniversarios. Técnicamente son cumpleaños también, pero solemos darle un matiz al margen de la edad de uno mismo. Suele ser la edad de una relación o la de un acontecimiento ya sea traumático o feliz. Creo que nunca he tenido una fecha clara en mi calendario que se ajuste a alguna de estas descripciones. No es que crea que sea algo bueno o malo, sólo lo acabo de pensar.
Volviendo a los cumpleaños creo que son acontecimientos dignos de señalar en la agenda. Personalmente cumplir años empieza a fastidiarme, pero celebrar los cumpleaños de las demás personas es genial. Bueno no de cualquier persona, claro. Con la suficiente confianza me gusta darle un toque lúdico a eso de que los otros cumplan años. Hay gente que lo ve como una mera excusa. Recuerdas que es el cumpleaños de alguien y le felicitas demostrando que te has acordado. Para otros es la excusa para demostrar cosas más personales, todo depende de la confianza. Puedes aprovechar para hacer o decir eso que no has hecho o dicho antes. Organizas una fiesta temática, sorpresa, una búsqueda del tesoro o un viaje alocado. Puede que lo hagas cualquier otro día, pero ese acontecimiento en especial, por más que sea algo que suelas hacer un día normal, lo recordarás por ser un cumpleaños. Por ejemplo, aún me acuerdo de un cumpleaños muy floreado y el de esta semana que acaba de concluir. El cumple floreado lo rememoraré cada año un 27 de mayo, cuando mi hermana sople las velas mientras la miro. El cumpleaños de esta semana también lo recordaré cada primero de octubre, pero volviendo a lo del principio no sé si el destino desconocido e irremediable querrá que lo reviva en directo. ¡Con lo que me gusta el olor a vela apagada después de pedir un deseo!

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Volando voy, andando vengo

- Siéntate, por favor.

Con mucho tiento me siento en la típica silla azul con reposabrazos, un azul azafata que diría mi madre. De dos rápidos vistazos recorro el pequeño despacho de Lola, atestado de fotos de simpáticas señoritas uniformadas. En menos de lo que canta un gallo, pues el despacho es muy pequeño, poso mis ojos sobre ella que me mira sonriente. Se ha pasado perfilándose los labios, y sé en ese mismo instante que no podré hacer otra cosa que mirarlos mientras se mueven, incesantes, articulando palabras. Me pregunta a qué me dedico y le cuento mi situación con un poco de fingida melancolía.

- Pues estás en el lugar indicado.

Los lugares indicados no suelen ser tan fáciles de encontrar así que mi sentido particular de detección de proposiciones sospechosas se activa sin remedio. Llego aquí, ingenua de mi, pensando que era yo quien debía venderse a si misma; resulta que son ellos quienes se ofrecen. ¡La historia de mi vida! Así que cruzo las piernas poniéndome cómoda y masco una sola vez el chicle que había dejado pegado en mi paladar. Adopto la actitud de alguien que quiere que le maravillen y Lola empieza a dibujarme un mundo maravilloso de luz y de color.

Estoy en las oficinas de una escuela aeronáutica que saca al mercado laboral cada año cerca de 200 TCP (Tripulante de Cabina de Pasajeros), esa es la presentación oficial. Me han llamado porque tengo un perfil perfecto para convertirme en TCP, y eso que sólo había completado un sencillo test por teléfono. Lola me regala los oídos diciendo que mi nivel de inglés y mi presencia son los pilares básicos para formar a una azafata. Nunca me lo había planteado, le digo, y es cierto. Ella se prepara para convencerme. Yo la dejo hacer esperando que la estocada final no suponga una cifra de más de dos ceros. ¡Ilusa!

El trabajo de azafata es perfecto a priori. Los sueldos tienen más de dos jugosos ceros, viajes por el mundo y una jornada laboral intensa compensada con pocos días al mes de actividad. Un ejemplo, me dice, imagínate que tienes un vuelo a Punta Cana; posiblemente te toque quedarte allí un par de días. ¡Por supuesto con todos los gastos pagados en un hotel de 5 estrellas! Lola hace una pausa esperando una exclamación, yo se la regalo encantada. En un mundo de euros no me cuesta mucho exclamar casi convencida de que exclamo.

La formación es tan apasionante como variada: natación, primeros auxilios, nociones de pilotaje, protocolo, psicología, extinción de incendios (hace hincapié en mostrarme la foto del cuerpo de bomberos)… todo de la mano del personal docente más cualificado. Prácticas garantizadas y asesoría laboral completan en paquete. Todo es interesante para un culo de mal asiento como el mio, para que negarlo.

Lola termina su exposición. Ahora viene lo mejor, me dice. Aquí te ofrecemos una beca que cubre los estudios de inglés y la asesoría laboral que no te garantiza un trabajo pero sí la certeza de que asistirás a las entrevistas lo más preparada posible. Ahí está el truco, pienso. Me regalan un plus. Siento curiosidad por saber cuántos euros quieren a cambio de su maravilloso curso de TCP y lo pregunto.

-¿Y cuánto cuesta el curso?

Ella, solícita, saca la hoja de las tarifas. La desorbitada cifra casi me hace saltar de la silla. Muy atenta, Lola empieza a hacer cuentas y el resultado son mensualidades asequibles. Eso si ¡16 mensualidades asequibles! Por un momento casi me estaba convenciendo.

- ¿Alguna duda?

Más que dudas tengo ganas de reírme a carcajadas. Me da 24 horas para pensar si acepto tan suculenta oferta y me despacha para contarle lo mismo a la chica rubia de ojos claros que espera afuera.

- Hasta pronto.

Desciendo los 17 pisos que me separan del suelo en el ascensor, mirando en el espejo lo largo que tengo el pelo. ¡Qué vanidosa! Pienso que las azafatas siempre lo llevan recogido y me hago un moño casi sin pensarlo. ¿Pero que haces? ¿No te habrá convencido? El aire de la calle me devuelve a mi condición de no azafata pero mi imaginación salta de Punta Cana a la cabina de pasajeros de un avión sirviendo menús enlatados. Imagínate, una pelicana como tú volando por el mundo. ¡Y el sueldo! A mi paso por un centro comercial un tanto pijo en la Castellana, me visualizo colocando ropa en mi armario nuevo, uno de esos en los que te metes dentro. ¡Qué tópico! En realidad podría darle culto al cuerpo: sesiones de belleza, masajes, depilación láser… Un concesionario de coches me saca del armario y me pone a bordo de un descapotable. El Holyday Gym me encierra en una sauna y la librería de la esquina me devuelve a la realidad: para comprar un par de libros al mes te vale con tu subsidio de desempleo.

Sigo caminando sin cesar de vislumbrar imágenes mentales. En Nuevos Ministerios dejo la Castellana para subir la calle que me llevará a Cuatro Caminos. Voy a buen ritmo mirando al cielo y recordando que no llevo paraguas. En una esquina un par de gitanas cambian buenaventura y romero por la voluntad.

- ¡Qué Dios bendiga esos ojazos!

Digo para mis adentros que ojalá y lo haga; porque mis ojos lejos de ser bonitos son miopes y con retinas llenas de fisuras. ¡Cobrando tanto al mes como una azafata me podría operar! ¡Cuánta presión! Sigo subiendo la calle fijándome en todos los escaparates buscando ofertas de trabajo. Vuelve al realismo, es lo mejor, pienso. Pero es difícil. Eso de viajar por el mundo me ha llegado hondo. Siempre supe que escribir implicaba un conocimiento del mundo, opciones, otros puntos de vista. Claro que, ¿a cuántas azafatas conoces que sean escritoras? Puede que las haya, no digo que no, pero después de soportar tantas horas de vuelo, caminatas por terminales infinitas, controles y estancias fugaces, ¿cuando escriben?

Camino despreocupada, sin prisa, soñando. Paso por delante de innumerables negocios que no necesitan a nadie y llego a las oficinas del Canal de Isabel II. Hay una exposición de fotografía y entro a verla. ¡Qué descanso en ese recinto con forma de cilindro! Me gusta lo que veo, pero eso es harina de otro costal.

Al salir sigo mi pretendida caminata hasta casa. Sin haberlo previsto paso por delante del centro del CAP (Curso de Adaptación Pedagógica) de la UCM. ¿Tendrán mi título? ¡Bingo! Después de un año criando malvas en un armario me lo dan a cambio de 25 euros. ¡Qué manía con lo de pedirme euros! Me acuerdo de la obra del fotógrafo que acabo de ver y le doy gracias al cielo nublado, porque no sé que clase de organismo oficial o persona con dos dedos de frente proporciona cultura gratis.

Cansada de tanto acontecimiento arrastro los pies hasta la boca de metro más cercana. Miro mi título recién adquirido y vuelven las imágenes mentales. Esta vez soy profesora de Lengua y Literatura. Tengo una pizarra digital estupenda con un acceso a la página de la RAE siempre visible. Mis alumnos, entusiastas todos ellos, leen y escriben sin cesar y yo me alegro por ellos.

Tirso de Molina, fin del viaje. Salí de casa a las 9 de la mañana, el metro me llevo volando al 17º piso de un edificio en Cuzco. Vuelvo, casi andando, a las 2 de la tarde con otro título para la colección y 25 euros menos.

¡Buen viaje he tenido!

lunes, 28 de septiembre de 2009

Para, punto de inflexión, piensa, continúa

A veces me pregunto por qué escribo este blog. Pretende ser una suerte de diario pero no termina de serlo. El hecho de que sea algo público coarta bastante mi libertad de expresión. Pero por otro lado, ¿de que valdría contar intimidades y guardarlas en un cajón? ¿Escribo para leerme o para que me lean? Imagino que si fuera meramente por lo primero no lo pondría a la vista de todos. Si es por lo segundo, ¿realmente les interesa a los lectores? La gente que me lee, ¿por qué lo hace? ¿Debo preocuparme por eso? Mi más sincera vanidad me mueve a no pensar en eso demasiado, procuro poner en estas líneas un poco de lo que hay en mí y esperar que se me entienda. Pero a menudo me cuesta aceptar que esta forma de comunicación no tiene la retroalimentación a la que me tienen acostumbrada otras formas de interactuación. Así que todas mis preguntas quedan más o menos en el aire, aunque siempre hay excepciones a la regla.

Intento huir de temas manidos, quizás en esa huida me detengo en hacer un castillo de arena de un solo grano. Siempre pensé que los detalles eran lo importante; al fin y al cabo todas las personas terminamos haciendo lo mismo: nos levantamos, salimos a trabajar (o buscamos un trabajo), tenemos nuestro tiempo de ocio, nos alimentamos y nos volvemos a acostar. Son los detalles los que terminan marcando la diferencia. Por eso procuro fijarme en ellos. Pero por otro lado me pregunto: ¿y qué pasa si pintan de nuevo de gris los palos de la calle? ¿Por qué siempre miro las dos caras de la moneda y me olvido de los cantos?

Tampoco pretendo justificarme en esta entrada, simplemente me puse a pensar en Sin miedo, sin Juan, en lo que he contado hasta ahora, en la gente que me lee, en lo que yo creo que es mi blog y en lo que los demás pueden pensar que es. Rumiando todo esto me voy a la cama soñando que algún día las historias que guardo en mis pedazos anímicos se dispersen por ahí y sirvan de algo.

martes, 22 de septiembre de 2009

Seis otoños

Esta es la entrada número 60 de este mi humilde blog. Bonito número para una entrada, se merece algún comentario. El 6 es mi número favorito. He cometido el error de consultar la numerología para saber más sobre él. ¡No hagáis eso! El mundo ya tiene bastante con el horóscopo, los posos del té y los oráculos varios que campan a sus anchas por doquier. Me quedo con el lado científico y matemático y resulta que: el 6 es el primer número perfecto. ¿Cómo no iba a gustarme? Resulta que es perfecto porque sus divisores propios (1, 2 y 3) suman 6. ¡Qué maravilla! Incluso San Ambrosio lo hizo símbolo de la armonía perfecta. ¡Qué bonito! A mi me gustaba porque es redondito, porque figura en la fecha de mi nacimiento y porque jugando al parchís todo el mundo lo quería ver al lanzar el dado. Ahora me gusta mucho más.
Bueno, ese era todo mi comentario al respecto de los números. Lo que yo quería contar hoy es que oficialmente estamos en otoño. ¡Qué pesada con el otoño la tía esta!, pensará más de uno. Un poco, lo admito, pero es que tremenda circunstancia se manifiesta incesantemente ante mis ojos cada dos por tres. Lo último han sido los pivotes de la calle. ¡Traidores! La calle en la que vivo es bastante chiquitina. Tiene su encanto, a mi me gusta a pesar de la contaminación acústica. Posee un poco de todo eso que tienen las calles: una iglesia, un tablao flamenco, arbolitos y demás mobiliario urbano. Entre la calzada y la acera median unos palitroques que hacen las veces de escalón, puesto que este brilla por su ausencia. Es otra manera de separar ambos pavimentos, yo hubiera puesto una valla electrificada, pero bueno... Imagino que en algún momento de la historia de esta ciudad fue más barato colocar palos abolla-coches y rodillas en las calles que escalones. Estos pivotes, sinceramente no sé cómo se llaman, suelen ser de un color gris bastante feo, gris otoñal. En mi calle hay muchos palos de estos, puede que algún día los cuente. Siempre fueron de color gris. Pero un buen día me fui a pasar el fin de semana fuera de Madrid; al volver, alguien había pintado los pivotes de colores: uno rosa, otro amarillo, verde, azul. ¡Qué bonito! Me molestaba un poco que el artista hubiese manchado el suelo también en algunas ocasiones, pero no todo el mundo es perfecto como el 6. Lo que importaba es que quedaba bonito, le daba otro aire a la calle.
Hoy, al salir de casa, lo primero que me he encontrado al abrir la puerta es un cartel pegado en el suelo. "Ojo mancha", reza el aviso. Como este, quien quiera que haya pegado los carteles colocó uno casi entre cada pivote. Resulta así que mi calle mancha. ¡Vaya por Dios! He tardado una fracción de segundo en darme cuenta de que lo que manchaban eran los pivotes. ¡Volvían a ser de color gris! Es una pena que no tenga una de esas fotos de antes y después de la reconstrucción makeover. Yo, que salía contenta y feliz (valga la redundancia) a hacer unas gestiones bancarias, me encuentro con eso... suerte que no había cola en el banco.
Más tarde volvía a casa arrastrando los pies, cabizbaja y decepcionada de tanta oscuridad grisácea ambiental. En la puerta de la iglesia dos vagabundos hablaban. "Estamos solos, nacemos, vivimos y morimos solos". Estas palabras que he oído tantas veces nunca me parecieron tan grises. ¡Cuánta polución otoñal! Pero es verdad, estamos solos. ¡Que trascendente que me pongo! No es momento de tener una crisis existencial, es solo una estación. Prometo solemnemente que a partir de ahora mismo dejo de quejarme del otoño; a no ser que al señor Gallardón se le ocurra dar un paseo por Madrid y quiera pintarlo todo de gris.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Gooooooooool... y el Eurobasket nuestro

Hace tiempo que no escuchaba un partido por la radio. Domingo, radio y fútbol. Era una de mis combinaciones clave. Luego llegó Juan y un sueldo decente y me aboné a la televisión por cable. Creí que vería partidos, pero ahora se empeñan en que abone más euros y, la verdad, no está el horno para bollos. Sin Juan y con un sueldo que pagan todos y que me retirarán en breve no me arriesgo a seguir empeñando los pocos euros que poseo.
El partido era fácil así que no lo he escuchado al completo. Después me he pasado al baloncesto. Final del Eurobasket. Ha sido un partido tan arrollador que me he permitido el lujo de dejar de mirar muchos instantes. Al final, no me he tragado ni el fútbol ni el baloncesto al completo pero el resultado fueron dos victorias y un congelador rebosante de viandas. ¡Bon apetit!

Sin apoyos y apoyada



Ha finalizado el concurso de blogs del periódico 20Minutos. Me gustaría decir que para ser mi primera vez no ha ido mal del todo; pero lo cierto es que he conseguido 0 puntos. Ni a Chiquilicuatre le dieron semejante puntuación en Eurovisión. Ningún punto; la organización prefiere llamarlo apoyos. Haciendo un silogismo barato: nadie me apoya. Pero no me quejo, todo tiene un porqué. Así reflexionando, casi instintivamente, se me viene a la cabeza el peor de los temores, pero no verbalizaré semejante pensamiento porque me siento optimista. Me he pasado la tarde del domingo cocinando. En total, el resultado de mi esfuerzo culinario se materializa en: caldo para unas cuantas sopas, crema de verduras (varias raciones), croquetas de pollo y queso, sofrito de tomate y pollo para pasta, arroz o cualquier otra cosa y un delicioso pan de melocotón. Aún así estoy cenando unas cuantas uvas y un zumo, visualizar tanta comida me ha saciado bastante el apetito.
No sé si culinariamente tendré más apoyos, nadie ha probado todavía mi trabajo de hoy y a John no le podría dar a probar. Las mascotas o los compañeros de piso suelen ser grandes catadores. Hace tiempo, cuando empezaba a aflorar la pelicana cocinera que hay en mí, vivía con nosotros (el resto de la familia pelicana y una servidora) un gatito muy simpático. Su historia tiene miga porque lo compartíamos con el vecino. Así, el gato atendía a dos nombres: Pancho y Chispita. Este último es el que le pusieron mis hermanas. Sé que tiene un porqué pero nunca me acuerdo (a ver si a alguna de ellas le apetece escribirlo aquí). Chispita solía pasar más tiempo con nosotras a pesar de las terribles vejaciones a las que era sometido: decorarle con lazos, pasearle en el carrito de las muñecas, y lo peor, hacerle probar mis "invenciones". Normalmente se las comía, pero una vez ni siquiera él quiso probar un bizcocho sin levadura. Ese día yo supe que no sería chef y él supo que siempre comería pienso para gatos. En mi defensa diré que he mejorado, John no se come mis creaciones pero las personas si las aprecian. Supongo que podría decir que sí tengo apoyos en mi faceta culinaria. Clausurando semejante festín: sin apoyos y apoyada; con esto y un bizcocho...

jueves, 17 de septiembre de 2009

Un charco, dos charcos, tres charcos...

Continúa lloviendo sobre Madrid. Estuvo bien el primer día, el segundo es menos llevadero. ¡No sé que hacer para calentarme los pies! ¿Cómo es posible que de un día para otro deje de lucir el sol para ponerse a llover sin parar? Lo único bueno que le veo es que deja la calle llena de charcos. Las opciones son pisarlos o sortearlos. Lo primero siempre me ha gustado. Me recuerdan los charcos al colegio. Si un día amanecía lloviendo me ponía como loca. Me encantaba calzarme mis katiuskas del pato Lucas y saltar sobre los charcos. No sé como va a sonar lo que sigue pero me gustaba mojarme el culete con las gotas que subían disparadas desde el suelo colándose por la falda del uniforme. Mención a parte merece mi chubasquero. De plástico rojo transparente me confería la apariencia de una caperucita ochentera. ¡Era todo un acontecimiento que lloviera! Equiparme para la lluvia difuminaba mi mal humor mañanero, ni me importaba que el sol no asomara entre las nubes. Sin embargo, la mayoría de las veces, mi mal humor se tornaba vespertino, cuando llegaba a casa. Por lo general la lluvia dura poco en el levante español a no ser, claro está, que sea época de gota fría. Cuando las nubes se levantaban, sólo habían pasado tres de las ocho horas que permanecía en el colegio. Así pues, debía soportar el calor que producían las botas de agua, que se envalentonaban auspiciadas por el brillo de Lorenzo. Por suerte no era la única. Un ejército de niños y niñas con sus katiuskas campaba a sus anchas por el patio saltando de aquí para allá antes de que se vaciaran los charcos.
La otra opción es sortearlos. Es la menos divertida así que sólo me decanto por ella si la ocasión lo requiere estrictamente. Hoy he salido para ir a la biblioteca y me ha dado por pisarlos. Con la mochila debidamente colgando de mis hombros, el chándal, y las trenzas de india iba yo pisando charcos con una sonrisa de lo más estúpida en la cara. Ha sido mi pequeño placer de hoy, de algo tenía que servirme la lluvia.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Esperando a Mr. Autumn

Apenas quedan 5 días para la llegada del otoño. No sé muy bien cómo tomármelo. Me gusta más la luz del verano. En otoño de pronto todo se vuelve marrón, el ámbiente sabe húmedo y la gente rehusa más el resto de la gente. Me dan ganas de huir a la tierra de la luz y del amor. Madrid tiene sus cosas buenas en otoño, pero si no me quejo no soy yo.
Hoy ha llovido. Había pensado salir por la tarde a mojarme los cuernos en plan caracol pero algo me tiene pegada a esta silla. Escribo febrilmente los prolegómenos de demasiadas historias. Me convencen todas pero no sé seguir. Cojo la libreta y empiezo a esquematizar. Tormenta de ideas para los personajes, guiones para las tramas, finales imperfectos... Salgo con la libreta al balcón. La poca luz que se abre camino entre nubes y gotas de lluvia perezosas no aclara mucho mi mente. Abro la ventana, el fresco me despierta y anoto lo primero que se me viene la cabeza. Tacho, borro, sobreescribo, resalto en fosforito... Me vuelvo a sentar en la silla.
Sigue lloviendo ahí fuera. Se adelanta el otoño como se adelanta mi menstruación, siempre sincronizándose con todos los ciclos de la madre naturaleza. Al fin y al cabo debo formar parte de la naturaleza. Soy el típico caso de fauna con una buena adaptación ambiental. ¡Darwin me encerraría en una jaula!
Lo malo de los ciclos y las adaptaciones es que vienen cargados de nuevos propósitos. Para variar he hecho listas mentales de todos y cada uno de los propósitos que ya son viejos compañeros de fatigas. Lo importante es el espíritu para afrontarlos, ¿no? Y nada mejor que la obstinación para combatir al depresivo otoño. Gris y mojado ya lo veo acechando a la vuelta de la esquina. Tendré que calzarme las botas de siete leguas y salir a buscar caracoles. Los milagritos para otras incautas. ¡Si Mr. Autumn llega no estaré descalza!

P.S: Sólo me he resfriado un poco, y no por andar descalza, que también. ¡Pero es que una no es de piedra!

jueves, 10 de septiembre de 2009

El cuento inacabado

- Cuéntame un cuento.

- ¿No eres un poco mayorcita para eso?

- No, no quiero ser grande, ¡cuéntame un cuento, anda!

- Está bien, pero luego no te quejes.

- ¿Qué no me queje? No será uno de esos cuentos con final infeliz, ¿verdad?

- Pues no lo sé, veamos qué sucede...

"Había una vez una niña pecosa y un poco perezosa que vivía en una pequeña casita. A ella le gustaba su entorno excepto por una sola cosa: se colaban por las rendijas demasiados sonidos y ruidos. No es muy relevante para la historia si bien, a veces, afectaba al humor de la niña pecosa. En su pequeña casita se había instalado también un pez. Un buen día llegó con su pecera y dijo que quería quedarse con ella. A la niña le encantó la idea aunque pensó que quizá algún día quisiera venir a vivir con ella alguien más humano, moreno y de sonrisa perfecta. Ella no le dijo nada, para no herirlo, y le instaló en la mesa, junto a la estantería llena de libros. Vivían en la pequeña casita los dos buscando a Juan y algo más. Buscaban y buscaban, pensaban y le daban vueltas a lo mismo y cada vez estaban más perdidos."

"La niña perezosa no quería ser grande. Se había empezado a dar cuenta de lo que eso representaba y no le gustaba nada. Se empeñaba en parecer una niña pequeña y hablaba con el pez que nunca le contestaba. Le contaba todo lo que hacía y pensaba, como en una especie de terapia de psicoanálisis. Luego, ella sola llegaba a la terrible conclusión. Desesperada por no seguir pensando salía corriendo de casa para comprar un helado. Volvía despacio por la acera, siempre pegadita a las fachadas de las casas, dándole grandes lametones al helado..."

- Es raro, querías que terminara la historia pero no puedo.

- ¿Por qué no? ¿Vas a dejar así a esa pobre niña pecosa y perezosa?

- Yo no puedo hacer nada, la historia no se termina hoy.

- ¡Pero yo quiero saber cómo acaba el cuento!

- Me temo que tendrás que esperar.

- ¡Jo, qué malo maloso!

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Morbosidad mórbida

Me he aficionado a un programa de La Sexta sobre casos criminales. Se llama Crímenes imperfectos. No sé por qué lo llaman así, al final siempre encuentran al asesino que resulta ser el criminal perfecto. Es un poco morbosa esta afición mía, pero me va bien como sonido de fondo mientras quito el polvo, hago la cama y vuelvo a revisar una y otra vez mis apuntes para relatos y novela novel que nunca ganará un Nobel. ¿El Nobel se concede a título personal o por un trabajo específico? Plumero en mano no puedo evitar quedarme parada frente al televisor de tanto en tanto. Casi me cuesta no abrir la boca. Para empezar hay gente, como los asesinos en serie, que está bastante desquiciada. Para acabar es extraordinario el papel de los investigadores y cuerpos policiales. Con una minuciosidad que sorprende se encargan de que la más mínima pista sea útil para esclarecer el delito. Me dan ganas de colgar las plumas (las del plumero, las de la boa y la Mont Blanc que nadie me ha regalado aún) y hacerme CSI. Total ya estoy preparada para ver atrocidades gracias al ilustrativo papel de la tele.
El caso de hoy es australiano. Es sorprendente como se abre y globaliza el mercado audiovisual. Casi con toda seguridad, todos y cada uno de los formatos nacen en Estados Unidos de América; pero ya casi todo el mundo produce ese tipo de material de telerealidad que nada tiene que envidiar a la originalidad yanqui. Los australianos lo hacen bien. El programa de hoy es aterrador, asesinatos de mochileros en el país de los canguros. Sin embargo me han dado ganas de ponerme la mochila al hombro y salir ahí fuera a ver el mundo. Eso sí, prohibido hacer autoestop. Una hora después se desvela el misterio, detienen al asesino y lo juzgan. La morbosidad en forma de documental se cambia por la que tiene forma de noticiero. Por suerte alguien inventó el zapping y le doy a la tecla más hasta llegar al Disney Channel. Por fin un poco de inocencia, ¿o no? Desde que ayer Mickey se aliara con Spiderman hay algo que no me cuadra. Aún así la película me entretiene un rato, hasta que me doy cuenta de que es Basil el ratón superdetective. ¡Qué casualidad! Como ya la he visto y, tratándose de Disney, se desvelará el misterio mejor me voy a la cocina y me preparo algo de comer.

martes, 1 de septiembre de 2009

Los dones de Melibea

Hace tiempo descubrí que tengo un extraño don. Quizás no parezca nada fantástico, más bien resulta estúpido; pero ¿de qué otro modo podría ser? Supongo que me perdí el momento en que mi hada madrina me lo otorgó, le habría pedido sabiduría infinita, pero debía estar dormida o en Babia (acabo de descubrir que es una comarca de León, ¡cómo me gusta la RAE!) Lo cierto es que yo voy con un extraño don por la vida que me hace tener siempre la mente ocupada, nunca me aburro y así evito pensar en la nada. Es que eso de la nada me da escalofríos. Cierto día en clase, en un aula mal ventilada (no podía ser de otro modo en plena adolescencia) mi profesora de filosofía nos soltó la bomba. Desde entonces vengo dándole vueltas a la cabeza. ¡Pensar en nada! Ella, en plena posesión de sus facultades mentales aparentemente, nos dijo al pequeño y distraído auditorio en el que me incluyo, que no se podía no pensar en nada. No poder, no pensar, nada... Seguro que no lo he dicho bien. ¿No es cómo en mates, negativo por negativo igual positivo? ¡Ay madre, con la vuelta al cole aquí encima y yo con los deberes sin hacer! Eso me lleva a los cuadernillos de problemas Rubio. ¡Cuánto odio proyectado hacia esos papeles! Si los hubiese querido más no tendría estos problemas numéricos ahora. ¡Qué desatino! Me centro.

Tengo un don estúpido. Evita que piense en la nada. Paloma, la profesora de filosofía, dijo que era imposible hacerlo. Corroboro su teoría: no puedo pensar la nada, la ausencia de todo, porque mi mente pequeñita me impide abarcar todo el universo para después pensar en el vacío que dejaría. ¿Se entiende ahora? Por eso, y tras ese impacto mental en plena efervescencia acnéica, yo descubrí mi don. Al margen de saber resolver los crucigramas de El País, (¡gracias Mambrino!) descubrí que puedo hablar o cantar, en su defecto pensar que hablo o canto, utilizando una sola vocal. ¡Tiene guasa la cosa! No tengo que pensarlo mucho, sólo tiene que ocurrírseme la genial idea de cantar La Zarzamora con la "a" y listo. Pruebo después con la "e" y así hasta que se me queda boca de besugo después de cantar Lu Zurzumuru. Ese es mi don. Parece ridículo, pero es útil en la cola del supermercado.
Como todo don que se precie tiene su origen en un acto inocente y carente de significado. Yo tendría unos 8 o 9 años. Estaba de campamento de verano en Mallorca con mis primas Cati e Isa. Una de las tantas excursiones nos llevó a lo que en mi mente recuerdo como un puerto pesquero. El monitor, o monitora; prefiero lo primero que siempre daba más morbo, nos enseñó la siguiente canción:

Una mosca volava per la llum

¡No tiene desperdicio! A partir de ahí ya os imagináis que vino después: la niña de los cojones con la cancioncita de la mosca cojonera por bandera. Mi madre dice que no se acuerda, pero me temo que la cante muchas, pero que muchas veces. Luego me regalaron un abanico y un vestido de faralaes, por eso me pase a La Zarzamora.
Sin embargo, hoy me levanté tarareando la canción de la mosca. Me desperté a las 10 de la mañana de mala hostia, ¿por qué no decirlo? A las 6 me había despertado la voz desesperada de mi vecinito de no más de 8 años. Todas las mañanas se queda solo en su casa y se dedica a gritarle a los transeúntes que por allí pasan que se lo lleven con ellos. Da escalofríos oírle. Hoy estuve a punto de levantarme para llamar al 091, aunque me gustaría más tener el teléfono de alguien de los servicios sociales. Para cuando me levanté y me asomé a la ventana alguien se me había adelantado. Un agente uniformado saludaba al chavalillo que, con ojos llorosos, se sorbía los mocos con desgana.
- Hola, chaval, ¿qué te pasa?
Antes de que contestara su madre salió por la ventana. El agente se sorprendió al verla y yo de rebote porque ya se conocían. Le preguntó si todo estaba bien, si el niño estaba bien, y dándole los buenos días se marchó por donde había venido. Volví a la cama pensando en qué pasaría mañana cuando se volviera a repetir la escena.
Tras otras tres escasas horas de sueño me desperté tarareando la canción de la mosca. Me arreglé y me fui a la Universidad. Tenía que solicitar unos documentos en la secretaría de la facultad. Al llegar me encontré con una cola de mil kilómetros. ¡Casi llegaba a las escaleras! Mi mala hostia aumentaba exponencialmente y me provocaba sudores fríos. Con todo tuve que poner buena cara en el banco cuando pagué los 25 euros que se lleva la Facultad por imprimir unos cuantos folios con mis notas que tardarán 4 días en tener listos. ¡Cómo me fastidia la burocracia! Pensé que si me negaban la plaza en el master por su culpa y por su vagancia prendería fuego a la Facultad. De todos modos la Facultad de Ciencias de la Información de la UCM es fea, feísima.

En en supermercado también había cola pero saqué un crucigrama de Mambrino y casi ni me enteré. Hasta que una señora empezó a alabar mi gusto por los pasatiempos. Consiguió deprimirme, porque me vi a mi misma envuelta en una jauría de jubiladas haciendo punto y crucigramas. ¡Más que de Melibea de Celestina, diría Calisto!

jueves, 27 de agosto de 2009

Relaciones

A mí me gusta el fútbol, o eso creo. Me gusta como deporte que he creído practicar sin mucho acierto y como espectáculo. Encierra el mundo del fútbol en si mismo un conjunto de normas propias que favorecen y explican todo lo que a su alrededor ocurre. Es, sin lugar a dudas, un gran espectáculo de masas, hay que admitirlo. Eso lo convierte en un arma poderosa y de doble filo. El fervor popular que representa se puede malinterpretar, y se hace, en favor a lo que siempre nos ensombrece la visión: la política, el poder al fin y al cabo. Me sorprendió leer ayer las declaraciones de la presidenta de Argentina. Dijo que la democracia estaba incompleta siempre y cuando no se garantizara a todo el mundo el acceso a los bienes fundamentales. Seguí leyendo el artículo de opinión de El País para darme cuenta de que se refería al fútbol. Se apuntaba un tanto aclamando a los cuatro vientos que todo argentino tendrá acceso en abierto a los partidos de futbol. Quizás eso les baste a muchos, pero sólo hay que echar un vistazo a la crónica internacional para ver que a Cristina Fernández de Kirchner no le llueven las alabanzas precisamente.
Todavía hoy lo pienso y me recorre la espalda un punzante escalofrío de asombro. En un mundo resumido en crisis económica, gripe, terrorismo y la siempre presente dicotomía entre la izquierda y la derecha, lo importante es ver fútbol. No creo que la perfectamente engrasada maquinaria futbolera precise de tanta publicidad, se autofinancia incansablemente en el mundo entero. Grandes y mayores se dejan llevar por unos colores y unas ambiciones ajenas que simbolizan sueños truncados o favorecen y mantienen pugnas entre colegas. Puede que las personas nos cansemos de tanta palabrería política y nos conformemos con la evasión mental a terrenos más lúdicos. Pero ¿no será preciso preocuparse cuando evidentemente lo lúdico se transforma en política y generador de opinión pública? Lo que está claro en este mundo globalizado es que si sigues el caminito de migas todo tiene que ver con todo. Es como eso de que haciendo las pertinentes asociaciones yo estaré relacionada con el Dalai Lama o Paris Hilton.


domingo, 23 de agosto de 2009

Sin comentarios

Hoy estoy cansada, y me da pena decirlo.

jueves, 13 de agosto de 2009

Sin rumbo fijo

Tiene la vida esa manía de encadenar acontecimientos que a veces me deja sin respiración. Cualquier día parece un transcurrir de instántes monótonos y sin mucho sabor, y de repente ¡plaf! algo sucede. Cualquier instante se cruza en la trayectoria de otro y te empaña la visión del rumbo que te habías fijado. Entonces te das cuenta de que tus instantes están ligados a los miles de instantes de los demás y el mapa de navegación es una maraña de rumbos que no terminan de fijarse. ¿De verdad creemos que tenemos un rumbo fijo? ¿Qué pasa si se hunde el barco que creías que te guiaba? ¿Y si te hundes tú primero?
Hice una lista con las cosas que debo hacer mañana. Procuro anotar las cosas porque si no se me olvidan, y me gustan las listillas. Hablaba con mi madre por teléfono mientras dibujaba circulitos a la izquierda de cada elemento de la lista. Me recordaba yo misma a mi madre. Parece que la estoy viendo haciendo garabatos en la libreta que siempre había en la cocina junto al teléfono de pared. La escucho y hago garabatos. Cuando cuelgo me quedo dándole vueltas a las cosas que me ha dicho y pienso en los instantes de mi madre, de mi padre, de mis hermanas, de mis abuelos... y cómo el de uno sólo de estas personas puede afectar a mi rumbo.
Sin embargo, la lista sigue ahí y mañana tendré que hacer todo lo que en ella dice porque forma parte de mi plan de navegación; al menos el de mañana si ningún acontecimiento lo hace abortar.

martes, 11 de agosto de 2009

Ovolactopiscivegetariana

Es coqueta hasta el extremo y a su modo. Descubre su reflejo en cualquier parte y es, cito palabras textuales: ovolactopiscivegetariana. No come carne así que es difícil compartir comida con ella si no quieres más pescado y queso. Aún así ella se empeña y sostiene que digerir la carne le cuesta un trabajo sobrehumano. Su hermana mayor, de su misma condición, está en Nueva York rodeada de hamburguesas que no habrá catado. ¡Qué desastre! Al menos un bocadito le daba yo, incluso en los tiempos que corren.
Advierten desde la Organización Mundial de la Salud que la mala alimentación es más nociva para la salud que fumar. Hemos olvidado la dieta mediterránea en el baúl de los recuerdos y les preguntamos a los niños qué quieren para comer. A mí no me lo preguntaban, incluso me iba al colegio sin comerme las judías. ¡Pues te las comerás después!, decía mi madre. A la hora de la cena no tenía más remedio que comérmelas. Algo parecido le pasará al niño del anuncio de esa marca de frigoríficos que ahora mismo no recuerdo. ¡Algún día se comerá las espinacas, por más patadas que le dé al electrodoméstico!
Se llama educación; hoy brilla por su ausencia. Deberíamos recibirla en casa, en la escuela, en los medios... No es comprensible que formando parte de nuestro ocio no sepamos comer al fin y al cabo. Nos hacemos alérgicos, intolerantes, vegetarianos y otras perversiones. Yo quiero reivindicar el consumo de carne, de verduras, de pescado, de lácteos, de cereales, de legumbres... de todo aquello que a lo largo de la historia del hombre lo ha mantenido en la tierra. Para ello siempre echo mano de la dieta de los abuelos, comen de todo en perfecto equilibrio. No necesitan que un médico les diga lo que deben comer, ellos lo saben. Al igual que saben que si te meten una peladilla lubricada con aceite de oliva por el culo estimularán tu esfínter y evacuarás el Big Mac para poder comer un plato de potaje.

¿Cerveza, beer?

Nada mejor que una buena cerveza fresquita para calmar la sed y el calor en un día de verano. La gran mayoría de la población mundial estará de acuerdo con eso. La gran mayoría también estaría encantada de que le sirvieran la cerveza allí donde estuviera. Si estás en Barcelona es tu día de suerte. Hay cerveza por todas partes. Te la encuentras en la playa, en el parque, al salir del metro, de cualquier bar, por doquier. No puedes dar tres pasos sin que alguien te la ofrezca y si estás parado, sin dar apenas pasos, pasarán por allí intentando quedarse contigo. Siempre es igual, un vendedor ambulante (presumiblemente indio o paquistaní) pasa por tu lado y te dice un escueto ¿cerveza, beer? La primera vez dices: no gracias a la par que sonríes. La segunda, tercera y cuarta vez haces lo mismo, pero a la un millón te planteas si la comisura de tus labios resiste tantas sonrisas. ¡Tal vez es exagerado! Pero el hecho es fidedigno, corroborado por una servidora.

Al margen de la cerveza y otras cosas, de más o menos legalidad, que te ofrecen por la calle, Barcelona sigue siendo una de mis ciudades favoritas. Al igual que se puede pensar en el equipo perfecto eligiendo a jugadores de diferentes equipos, de Barcelona escogería infinidad de detalles para la ciudad perfecta. Para empezar tiene mar. Es cierto que en verano la humedad es para mí casi insoportable, pero la brisa marina revitaliza cuerpo y mente, por lo menos a mí que nací en el Mediterráneo. El mar confecciona también el talante específico de los habitantes costeros, su gastronomía, su forma de ver la vida a lomos de una bicicleta. Es una ciudad accesible, con sus contrastes asombrosos en la arquitectura y el perfil de sus barrios, cosmopolita y moderna a la vez que tradicional y multicultural. Puedes cenar unas arepas venezolanas en un ambiente chic o sushi en una taberna callejera en la que compartes mesa con extraños.

A la ciudad condal llegué una mañana temprano. Desde un avión vi amanecer pensando en el momento en que estaría en las Ramblas tomando algo casero en un forn de pà. Tenía sueño porque prefería leer un librito de lo más interesante antes que dormir en el asiento incómodo del avión. No podía dejar de leer el libro en cuestión pero ya hablaré de él en otra ocasión. Viajaba a Barcelona para ir al oculista e iba a llegar allí con los ojos cansados. El café con leche y la caminata hasta la calle Muntaner me despejaron y pasé la revisión anual con el Doctor Compte sin mayor problema. Mis ojos siguen teniendo problemas con las retinas, que amenazan desprenderse. La suerte es que es operable previo pago de cientos de euros. Todo cuesta en la vida, pero imagino que el hecho de ver lo merece. Sin ojos no podría saborear las vistas y yo quiero degustar muchas todavía.

Ya que estaba en Bacelona decidí quedarme por allí. Me hospedó mi prima en su nueva casa, se acopló (en el buen sentido) mi hermana pequeña y pasamos tres días sin descanso, íbamos de aquí para allá bebiendo mojitos, rechazando cervezas, disfrutando de la playa con más amigos y tomando helados de verdad, auténtico gelatto italiano.

Como siempre hubo contratiempos, cosas nimias en general, como que te confundan con una puta o te hagan pagar el precio completo de un billete que creías merecer por ser joven. ¡Cosas que hacen que la vida valga la pena! ¿Cerveza, beer?

lunes, 3 de agosto de 2009

Estados piromaníacos

Estoy sufriendo un transtorno, espero transitorio, por el que me he vuelto patriótica. Entendamos patria como mi lugar de nacimiento y tendremos a una pirómana valenciana en ciernes. Nunca me he sentido muy valenciana que digamos, pero me gusta decir que lo soy y me entristece que me digan que no lo parezco. Se supone que las personas que se sienten ligeramente apátridas deben estar lejos de su patria para apreciarla. Lo he podido comprobar en muchas personas y recientemente en mí, con toques fugaces, debo añadir. No sé si Madrid se puede considerar un lugar muy lejano de mi tierra (como cantaba Nino Bravo). Ni siquiera es políticamente correcto que lo plantee porque debería sentirme española, ¿no? Sea como sea hoy me pasaron dos cosas que me hicieron rabiar y que rasgaron mi sentimiento valenciano.
El primer hito es bastante raro en esencia. Iba yo tranquilamente caminando a buen paso, como es habitual, por la calle Fuencarral cuando me abordó un tipo de lo más peculiar. Me obligó indirectamente a dejar de disfrutar de la música del mp3 para escucharle. Yo seguía hacia adelante visiblemente ajena a lo que decía y él trataba de sonsacarme información. Finalmente le dije que era valenciana y me dijo que no lo parecía, que era mucho más simpática y guapa que las valencianas. Me quedé mirándolo un micro segundo (el tipo no tenía una cara que soportara mirarla más de un segundo) y le dije que eso me parecía una tontería, que yo conocía muchas valencianas mucho más simpáticas y guapas. Él me hizo remontarme en mi árbol genealógico para demostrar su teoría de que las valencianas no son "geneticamente simpáticas" (eso dijo, lo juro). Pensé que si me iba a acompañar en todo el trayecto hasta Iglesia, como parecía, podría darle al palique un rato sin ninguna consecuencia. Así que empecé a vacilarle sobre mis teorías apátridas y otros devaneos. Se notaba que él tenía más necesidad que yo de darle a la lengua así que en su delirio valenciano empezó a nombrarme todos y cada uno de los pueblos levantinos que había visitado durante la etapa en la que vivió en Valencia. Eran muchos y pretendía que los conociera todos... Se lamentó porque durante dos años no se había comido ni un solo rosco valenciano y yo le dije que eso era porque a Valencia uno iba a comer paellas. No se lo tomó como un chiste así que no di más rienda suelta a mi ingenioso sentido del humor. El tipo lo intentó, lo del rosco, conmigo pero rechacé amablemente tres coca-colas, una fanta y un café y me escabullí en la biblioteca.
Herido mi orgullo valenciano fui corriendo a buscar un libro de Vicente Blasco Ibañez, leí deprisa el primer capítulo hasta que se me pasó el sofocón. Lo dejé en la estantería porque no había ido a la biblioteca a por ese libro y porque no recordaba que fuera un escritor tan descriptivo... Eso me recordó que nunca pongo en práctica los ejercicios de descripción de entornos que... bueno, que me desvío del asunto. Había ido a la biblioteca en pos de dos cómics de ilustradores valencianos. Es otro de los flancos abiertos en mi cruzada patriótica. He descubierto que en mi tierra hay más arte de la que se ve a simple vista y mucho más allá de Sorolla, por más que este siga sobrecogiendo con su estupendo estudio de la luz levantina y la piel brillante de los niños en la playa. ¡La playa!

Uno de los cómics lo encontré fácil. Me decepcionó que no tuviera color, pero haciendo caso de la crítica me lo guardé en el bolso. El otro tomo estaba en la sala infantil. Intentando no interactuar demasiado con las adorables criaturitas que campaban a sus anchas por allí revisé todos y cada uno de los cómics que allí tenían. La bibliotecaria se sonrojó un poco al admitir que aquello era un completo desorden y que las signaturas de los lomos no servían en absoluto en aquella sección. Junto a la A había una Z y una L, ¿cómo podía encontrarlo? "Tendrás que mirarlos todos", me dijo. Me puse manos a la obra, pero fue inútil. Hasta Pablito se puso a llorar porque no encontraba un libro en alemán. Su padre no parecía querer ayudarle así que yo le alargué un cómic de Garfield; lástima que no fuera en alemán y él siguiera con su pataleta...
Abandoné la biblioteca con dos préstamos: el cómic ausente de colorido y una novela mexicana. Es la historia de un sicario que habla jodidamente raro. En el primer capítulo anoté 15 palabras para buscar su significado en la RAE, no sé si habrá suerte... Pero me llamó la atención el título, saber que ha sido un éxito allí y porque me gustan mucho los tacos y el tequila con sangrita... ¡Viva México cabrones!
Imagino que si fuera mexicana si sería más patriótica... En general cualquier país diferente a este me despierta más patriotismo. ¡Qué pena que la lacra franquista haya sesgado y politizado tanto este sentimiento patrio-apátrida que nos toca de refilón, pero nos toca! Eso si, sólo hay que echarle un vistazo al programa Españoles por el mundo para ver cómo cualquier españolito de la más variada condición alardea de la tortilla y la paella allá dónde sea que se encuentre. ¡Somos tan paradójicos!
Algo parecido me pasa a mí con Valencia, que me pica cuando me conviene. El segundo hito viene vestido de naranja y con sabor dulce. No se puede dudar de la simpatía de las valencianas ni de lo genuinas que son las naranjas valencianas. Me niego a creer que vienen de la China... ¡Joer, que se lo quieren quedar todo! Ese fruto tan valenciano tiene que ser de mi tierra... y si no pues nos inventamos uno nuevo. Eso le pasó a un paisano. Un canalino como yo (Canals, Valencia) se encontró un buen día con que uno de sus naranjos había mutado espontáneamente dando como fruto un híbrido entre naranja y clementina d’una dolçor extraordinària (muy dulce, vamos). Este amable agricultor, que pretendía comercializar su hallazgo de una manera no intrusiva para la agricultura autóctona, se encuentra de repente con mil y un sabotajes. El señor dice que detrás de todo eso sólo está la codicia de las grandes empresas del sector que ven en esto un filón sin precedentes. Se supone que cada persona tiene derecho a hacer con sus cosas lo que quiera, ¿no? Al buen señor no le están dando muchas opciones y ya piensa en vender el hallazgo al gobierno norteamericano. ¡Hala, que imperialicen también las naranjas por la avaricia de cuatro tiburoncillos chochos!

Y yo aquí me hallo, sintiéndome indignada, herida mi simpatía y mi naranja que son mías como valenciana.

martes, 28 de julio de 2009

¡Ay! Ya casi se está acabando julio y no sé si quiero empezar la dieta del bocadillo o irme a una isla del "caribe" gallego, que según The Guardian es la mejor playa del mundo. Quizá podría ir, bocadillo en mano, a ese fenómeno de la naturaleza que en la tele parece apetecible. Puede que me encuentre con un robot japonés de dos metros de alto que pone en evidencia a C3PO. Quizás, como yo, Aznar pensó en perderse en esa isla y puedo comprobar de cerca cómo de definidos están sus abdominales; mirando de reojo mientras pasa veloz en su yate. Lo cierto es que, de estar allí, pasaría un buen rato tumbada en la arena blanca sintiendo cómo me achicharro.
Creo que será mejor apagar la televisión porque me había prometido a mi misma dejar de ir a Los Mundos de Yupi. La entrada al respecto está muy reciente todavía y es lógico que me cueste, pero tengo que hacer un esfuerzo.
Lo mejor para distraerse es seguir enviando curriculums. ¡Menos mal que por mail no te piden sello! La novedad de hoy es que al menos en uno de ellos incluiré: de parte de... A ver si con partes de sale la cosa. Nunca pensé que lo diría, pero creo que necesito trabajar. ¿Es posible echar de menos a Juan? No al particular, sino al genérico. A levantarse cada mañana e ir a hacer algo mecánico que permite descansar de uno mismo. A veces creo que me aburro de escucharme los pensamientos. Y si yo me aburro de mi misma, ¿qué no le pasará al resto? ¡Juanito, rico, mira a ver si te enrollas un poco!

miércoles, 22 de julio de 2009

Los mundos de Yupi


No recuerdo haber visto Los mundos de Yupi, pero sí he oído ese título mil veces. Normalmente se escucha cuando alguien quiere referirse a una persona que está en un mundo de fantasía y despreocupación. De mi infancia, sin embargo, recuerdo casi en exclusiva al pájaro loco. No sé por qué pero el bicho parecía llamarme la atención. Incluso hoy escucho el sonido del pajarillo y se me alegra el ombliguillo.
Me acordé de Los mundos de Yupi porque últimamente me paso la vida allí. Todo lo que quiero ser y hacer es un gran castillo que he construido en el aire, y tengo el presentimiento tan grande de que se va a caer que se me queda cara de lela. Así que voy por la calle con cara de panoli pisando una y otra vez la misma acera.
He decorado el castillo hasta el más mínimo detalle. Tiene sus pertinentes torres aunque tampoco me decido en cúal quiero aposentarme. De todos modos, pienso, si se cae no sé si quiero estar dentro. Por otra parte, con la crisis del ladrillo, no sé si hago bien en despilfarrar. Una cosa es pintar las paredes, otra diferente es comprar hasta el papel higiénico de sus 14 baños completos. Cuando se caiga semejante palacio sólo podrán comprar un solar, tan triste y alelado como yo. Si lo analizo no sé por qué me empeño en adornarlo tanto, pero no puedo evitarlo. ¡Si Yupi levantara la cabeza! Me pregunto si tendrá valor real en el mercado inmobiliario: es un solar grande (con 14 baños ya tiene que serlo). También me preocupan los escombros y tener que deshacerme de ellos yo sola, a pelo, sin casco ni mono, ni nada de nada. Aún así y dada mi naturaleza, volveré mañana a subir en la primera lanzadera a esos mundos. Pero por si viene la debacle, el que avisa no es traidor.

martes, 21 de julio de 2009

Luna lunera

Cuentan los más mayores que hace 40 años el hombre pisó la luna por primera vez. Fue la meta de una carrera espacial contrarreloj que terminó con todos alucinando en blanco y negro frente al televisor. Cuentan también que la historia de la luna va más allá de ese hito, incluye episodios de paganismo y de la más alta tecnología. Dicen muchas cosas de la luna. Que es fuente de inspiración y de temores. Que es un misterio contradictorio en sí mismo. Que es cómplice y traicionera por enseñarnos sólo una de sus caras.

Dicen los que la conocen que es un lugar de posibilidades. Que las vistas son asombrosas. Que la diferencia gravitatoria con la Tierra provoca sensaciones deliciosas. Dicen también que algún día la podremos visitar.

Nadie sabe a ciencia cierta si todos los terrícolas podremos dejar nuestra huella en ella. Sin embargo, todos sabemos que ella sí ha dejado su huella en nosotros: nos arrastra la marea, coincidimos con sus ciclos, ilumina las carreteras por las que transitamos, nos alela el pensamiento o nos hace ser escépticos ante este aniversario. Lo que es seguro es que ella es única.

lunes, 20 de julio de 2009

Pegando tildes

Hoy he leído una noticia curiosa que entra de forma directa en la onda de mi psique y cosmos mental. El motivo de mi asombro lo encuentro en el boletín de noticias que periódicamente me envía "La página del español". Estoy suscrita a varios newsletter de dicho portal, entre ellos el de la palabra del día. De vez en cuando, no necesariamente cada mañana pese al nombre, recibo la historia de una palabra del español. No es algo que emocione a primera vista, pero he recibido tantas que podría hacer un diccionario. Tampoco puede que emocione en un segundo vistazo, pero se aprende mucho y aprender debería emocionarnos. En fin, que no quiero irme por las ramas. Al igual que las palabras, recibo noticias relacionadas con el idioma. Versan sobre acontecimientos en las Academias de la lengua, homenajes o presentaciones de autores y sus obras, congresos, charlas, conferencias... y noticias curiosas.
Procuraré reseñar objetiva y concisamente la noticia que nos ocupa. Se trata de una cruzada personal en defensa de la tilde que se ha extendido a otros países. PZ, que no ZP aunque sea español, inició en México una curiosa campaña. Armado con pegatinas en forma de tilde las coloca en los anuncios publicitarios que encuentra a su paso con algún error ortotipográfico. Con dicho invento se mata dos pájaros de un tiro. Por un lado si alguien necesita un corrector ya sabe a quién recurrir; por otro lado es una iniciativa pedagógica excelente. Desde aquí le doy un fuerte aplauso. Procuraré enterarme más sobre el asunto, para aportar desde aquí mi granito de arena.

Premios 20Blogs


Inscribí el blog en un concurso: Premios 20blogs del periódico 20 Minutos. Me sorprendió un poco que me eligieran, así de entrada. Después me ilusionó y me dieron ganas de superarme a mí misma. A pesar de que la competencia es feroz, yo sigo como siempre: con mis inocentes cavilaciones. Pero como las cosas no caen del cielo, estoy en una pseudocampaña electoral que impulse la notoriedad de Sin miedo , sin Juan en la blogsfera. No surte mucho efecto, así que ya sé que al marketing no me puedo dedicar. Lo cierto es que quería compartir con todos que soy una concursante, agradeceros que me leáis y dejéis comentarios y me animéis a seguir aprendiendo. Por más que quiera negarlo escribo para leerme, pero también para que me leáis. No quiero más recompensa que esa.

sábado, 18 de julio de 2009

La peli de sobremesa en julio


Estoy viendo por enésima vez Tiburón 2. Me encanta esa película. No sé si me repito de nuevo con mi admiración por los tiburones, pero no puedo evitarlo. Es quizás por el miedo, que fascina en parte. También se repiten los que elaboran la programación de las televisiones que tienen una extraña psicología. ¡A ver quién se mete en el agua ahora! Estás tranquilamente en el sofá del bungalow, tienes la tripa llena porque te has metido entre pecho y espalda la ensaladilla y la paella de tu madre. Con sus cigalitas y sus mejillones. Lo has regado todo con un buen vino con gaseosa, qué digo gaseosa. ¡Casera!, que sin ella nos vamos. Lo cierto es que, repanchingado en el sofá, con más de 30º en el exterior y el ventilador oreando tu melena, estás en la gloria. Tienes un poco de sueño pero hoy te toca a ti el mando del televisor y no vas a claudicar tan fácilmente. Haces el primer reccorrido, de TVE1 hasta La Sexta. No ves nada interesante. Cavilas sobre la posibilidad de explorar el TDT pero primero deshaces el camino por si las moscas. ¡Y allí está! Con las fauces abiertas y desorbitando las caras de esas pobres criaturitas. Te quedas petrificado en el sofá y ya no puedes apartar la vista del televisor. Suerte que el canal es Cuatro y en los primeros anuncios aprovechas para mear. ¡Abuelo, ni se te ocurra, que ahora vuelvo! Y tu abuelo te mira de esa forma con la que te mira antes de decir eso del respeto a los mayores y otras monsergas.
Así pasas la tarde plácidamente en el salón. Cuando acaba la película no tienes ganas de ir a la playa, por si acaso. Así que con la toalla al hombro recorres los jardines de la urba hasta la piscina. Allí están todos tus colegas tan alelados como tú; tampoco han querido ir a la playa y te esperan con tu mano de mus preparada para la acción.