martes, 27 de octubre de 2009

Bienvenido, su Alteza Real Juan II


Un nuevo Juan ha entrado en mi vida. Es bastante más majestuoso que el anterior y todo un reto personal. La base de mis funciones serán meramente comerciales así que poner en práctica mis habilidades persuasivas va a ser muy entretenido; sobre todo porque me voy a dar cuenta de si las tengo en realidad. Sea como sea, el hecho de haberme topado con Juan II es todo un acontecimiento en mi ruinosa existencia. Me abre un nuevo horizonte que es, si cabe, más misterioso que el que veía ayer. Pero sea como sea hay algo más que perspectivas, se palpa en el ambiente.
Juan ha llegado en el momento justo y, como suele pasar, con otros Juanitos al acecho. ¡Todo de golpe e in extremis! Estuve unos días en Berlín sabiendo que al volver empezaría a esfumarse poco a poco el cuento de hadas e iba a tener que ponerme las pilas laboral, emocional y físicamente. Allí no quise pensarlo demasiado, sólo los segundos previos a caer rendida en la cama. De vuelta a Madrid, sin esperarlo, llega Juan y me replantea el mundo; y ya no sé si todo se enreda o se desenreda más. ¡Cuánta incertidumbre!
Mañana empiezo, a las 10 de la mañana, con calma. Tengo ganas, parece que sea el primer día de clase y ya he afilado todos mis lápices de colores. Me pilla un poco en bragas, como suele decirse, porque también me han preadmitido en uno de los máster que había solicitado hace siglos. De nada a demasiadas cosas que colocar en el calendario y en un horario al que debería añadir otras 24 horas al día, como mínimo. Pero no hay que agobiarse, dicen que las personas inteligentes son las capaces de adaptarse a cualquier situación puesto que saben resolver sus problemas eficazmente. ¿Otro reto personal? El Creador, el azar o quien quiera que sea el que se dedica a enredar las madejas de los destinos ajenos debe tener una sola norma: la complicación es la base de la evolución.
La pelicana laboral vuelve al ruedo con ganas de ganarse el pan. Detrás y empujando la pelicana estudiante quiere el máster a distancia para completar el día (y no el presencial que le complicaría la existencia). Quizás haya una hora suelta para la pelícana bailarina y se apunta a clases de baile flamenco. Después de todo esto el resto de pelicanas deberían estar cansadas para pensar y eso me alivia. Mens sana in corpore ocupado.

Por cierto, Berlín es una ciudad genial, como para ir varias veces a explorarla. Las facilidades son imposibles de mejorar porque el transporte es gratis, las salchichas cuestan menos de dos euros y hay infinidad de cosas para ver. Si me apuras hasta ganas dinero recogiendo botellas de cerveza vacías, que de otra cosa no, pero de eso hay mucho. Recomiendo elegir un hostel tranquilo con derecho a cocina para ahorrarse algunas cenas, llevar muchas chaquetas y sobre todo nada de gafas de sol, apenas se pueden lucir. Si alguno decide ir que me traiga un cachito de muro que me dejé allí.

domingo, 11 de octubre de 2009

A John le han picado las medusas


Algo raro le pasa a John. Lo noto un poco ausente. Ya no boquea incesante si me acerco a la pecera. Cuando le doy de comer ya no sabe encontrar los pedacitos de comida para peces que flotan en el agua. Quizás se ha molestado porque escribí que lo iba a abandonar. Pero se acostumbrará. Sé que es un poco injusto para él, porque al fin y al cabo creo que proyecto en el pez mis propias circunstancias. Puede que sea más fácil con las personas, John sólo es un pez con el que no se puede dialogar. No sabe cazar mosquitos ni fabricarse la comida multicolor a base de algas. Depende de una persona. Por el contrario las personas sólo dependen de si mismas, así es más sencillo. ¡Lástima que sólo sea un pez!
Me entristece que esté raro conmigo. Pero nada puedo hacer para que se contente. No me lo voy a llevar allá a dónde sea que yo vaya. Por eso me preocupa encontrar un lugar en el que sea feliz, para que cuando yo no esté él no tenga la necesidad de echarme de menos. La nostalgia es un sentimiento terrible que implica infinidad de cosas horribles. No merece la pena enumerarlas, porque todos las habrán sentido alguna vez.
Por cierto, estuve en Valencia. Me lo pasé muy bien. Hoy siento nostalgia.

miércoles, 7 de octubre de 2009

La visita del diablo

Hoy he encontrado la casa de Jonh, en la que lo abandonaré al igual que a la ciudad. Cuando lo haga y la deje detrás no quiero llevármelo conmigo, no sería bueno para él. Por eso hoy, cuando he encontrado el lugar ideal para mudarlo, he dejado escapar un gran suspiro de alivio. Espero que él siga vivito y coleando al llegar el momento porque estoy segura de que le gustará su nueva pecera. Esta es básicamente la conclusión que me ha dejado mi incursión, o más bien excursión, por la ciudad la mañana y parte de la tarde del 7 de octubre. Ayer también salí pero era todo completamente distinto (no sé por qué me gusta más distinto que diferente). El 6 de octubre hizo un sol radiante, hoy las nubes apenas le dejan asomarse. Yo también era un poco diferente, pues como bien dijo Heráclito "todo fluye". Mi flujo nocturno ha debido ser bastante turbulento así que después de hacer las cosas ineludibles del día salí a despejarme. Hice una selección rápida de temas para caminar una mañana nublada y escapé de estas cuatro paredes como alma que lleva el diablo. Sin querer queriendo llegué a la puerta de Murillo, uno de tantos accesos que tiene el Retiro. Había cruzado el paseo del Prado mientras escuchaba un bolero. Mujer, si puedes tú con Dios hablar pregúntale si yo alguna vez te he dejado de adorar. Y al mar, espejo de mi corazón las veces que me ha visto llorar la perfidia de tu amor. Los coches rabiosos parecían bailarinas de ballet serpenteando por la calzada, la música me hacía percibirlos como a cámara lenta. Aceleré el paso para huir de los automóviles con tutú y llegué al parque.
Esa puerta, tan artística ella, me llevó al Bosque del Recuerdo. Me acordé del 11 de marzo de 2003. Mi segundo año en la ciudad. Me despertó el teléfono, mi padre me llamaba para saber dónde estaba. Ese día no había ido a clase porque había huelga de profesores. La noticia me sacó de la cama y me hizo estar pegada frente al televisor todo el día. Hoy a plena luz del día y entre todos aquellos cipreses se me volvió a encoger el corazón. De la perfidia al congojo, ¡pues si que estamos bien! Escojo una pieza más alegre y me interno en el bosque. La brisa y los colores del parque son espectaculares, nadie diría que eso es el centro de Madrid. La gente corre, se tumba en el césped a fumar (no los mismos que corren, se entiende), pasean en bicicleta, a pie, a saltos...
Atravesando un tramo de bosque marrón y verde en el que llovían castañas, la realidad urbana se impone en forma de calle asfaltada. La recorro a regañadientes hasta que me doy de bruces con dos pinos graciosamente torcidos. Se diría que un gigante los hubiese apartado con las manos para asomar su cabezota entre las copas de los árboles y vislumbrar lo que detrás de ellos escondían. Siguiendo los pasos del gigante he llegado a la Rosaleda. El sol quería hacer esfuerzos por salir, las nubes persistían y las flores dejaban escapar sus aromas alegremente entre la humedad ambiental. Tanto color y tanto orden en las formas me ha dado pena, no sé por qué. Dejo las rosas, rosa rosae, a mi derecha y prosigo sin saber muy bien lo que busco.
La fuente del Ángel caído me señala el paseo de Cuba; y aunque sé que se ha caído y el golpe no le ha sentado muy bien le hago caso, para variar. Cuba me deja en la plaza de Honduras cuyo centro es la fuente de la Alcachofa, con todos sus detalles rococó. Desde la plaza se ve ya el gran estanque del Retiro; un saxofonista ameniza la estampa a ritmo de bolero. ¡Hoy todo el mundo anda melancólico! Ya no estás más a mi lado corazón, en el alma solo tengo soledad, y si ya no puedo verte, por qué Dios me hizo quererte, para hacerme sufrir más. A pesar de ser entre semana y la hora de comer el estanque está lleno de barcas y sorprendentemente para mí: de peces. ¡Hay decenas de johnes enormes! Todos color butano, con sus bocas pedigüeñas esperando cualquier cosa que llevarse a la tripa. Así que toda esta travesía me ha dejado mirando peces que boquean. ¡Qué bien!
Decido que es hora de volver y por el paseo de México me escurro hasta un parque infantil. En el parque, que ahora tienen fortalezas de madera para niños aventureros, hay un columpio. Hacía mucho tiempo que no me balanceaba en uno así que a ello me dediqué durante dos canciones del mp3. Dirás que miento, pero mientras me columpiaba feliz y ajena al mundo salió el sol y dejé escapar un grito de júbilo. Algún día, en el jardín de mi casa, fabricaré un columpio en la rama de un árbol.
Con las manos oliendo a cadena de columpio y hundiendo los pies en la arena salí del parque por donde había entrado. Murillo me recordó el Prado y me fui al perfecto rincón secreto. Entre una puerta del prado y la iglesia de los Jerónimos hay una pradera empinada donde si te sientas un rato se te quitan todos los males. Allí estuve observando a los turistas y cuando sentí los retortijones de hambre me fui a casa, a la hora del té.
El paseo y la comida, casi merienda, me obligaron a aplazar de nuevo la hora del té verde, pero me la tomé igual, sentada en la terraza, casi una hora y media después. Allí estaba esperando; y aunque me habían dicho ya que no lo hiciera yo siempre hago estas cosas. ¡Llámame incrédula (aunque pienses tonta)! Mi vecinito de enfrente estaba mirándome desde su balcón así que le saludé con la mano.
- ¿Tú tampoco tienes a nadie con quien jugar?
- No.
Sólo espero y bebo té verde adelgazante, pienso. ¡Qué estupidez! Ambas cosas carecían de utilidad así que me enfadé y me volví a escapar de casa como alma que lleva el diablo. A las 7 del 7 de octubre el cielo está realmente encapotado. Para no mojarme demasiado me decido a ver una exposición sobre un arquitecto. No tenía ganas de leer así que me dediqué a ver con lupa todas las maquetas que allí había. Una hora después, aburrida de tanta estructura y con la cara mustia de poner pose de entendida, he descubierto una pequeña exposición sobre Camboya. Un país bonito, con una cultura entre la India y la China, con colores, sonrisas y miradas vivas. La alegría de aquellas sonrisas esconden niños mutilados por las minas antipersona; juegan al fútbol en sillas de ruedas o blandiendo sus muletas. Entonces en ese momento el sol se marcha, las nubes siguen vomitando agua, me echan de la sala porque cierran y en la calle me espera el diablo. Me ha devuelto el alma y me he marchado a casa sin darle las gracias.


lunes, 5 de octubre de 2009

La hora del té


Hoy he tomado el té una hora más tarde de lo establecido. Me he entretenido en otras cosas que debería haber zanjado antes; como la limpieza de mi archivo personal, con las miles de anotaciones e instantáneas. Pero aunque sea una hora después me gusta saborear el té. He salido del salón con la taza entre las manos procurando parecer lo suficientemente decorosa a cualquier mirada. Desde la terraza tenía una vista perfecta del partido. La taza humeante dejaba escapar el tibio olor a té verde con reminiscencias al césped sobre el que jugaban los niños. No podía olerlo desde la terraza pero era tan real ese recuerdo que creí encontrarme a pie de campo. La acción deportiva que se desarrollaba ante mis ojos contrastaba con el ritual del té, tan encorsetado y falto de creatividad. Los vahos, alentados por el contraste del clima otoñal, degradaban la estimulación de la teína mientras la vista se me empañaba al son de La Traviata de Verdi. A pesar del ruido de los niños en el campo, sólo escuchaba los lamentos de Violetta Valéry y me parecía que ellos, tan ajenos a la ópera, se movían al son de las palabras cantadas de ella. Las notas agudas me recordaban las travesías que me han traído a estas arenosas tierras, las graves a los golpes que me han hecho como soy en cada excursión. Fútbol, ópera y recuerdos, todos de la mano mientras saboreo el té plantada en la terraza.

El partido acaba antes de que pueda terminar mi taza. Los niños se retiran derrotados hacia los vestuarios y tengo ganas de abrazarlos a todos. Otros se han quedado también en el camino, es difícil asumir que sólo uno se alzará con el triunfo, igual que pasa a diario en cualquier ámbito. Se las prometían felices en los octavos de final del campeonato mundial sub20, pero no ha podido ser. Llevo la taza a la cocina y cierro una de las ventanas de la terraza. Dejo la tele encendida por si me enseñan la arena de los desiertos que contrastan con los campos verdes que Egipto ha seleccionado para este evento deportivo. Pienso en los meandros del Nilo y en la típica estampa del perfil de las pirámides al atardecer. Podría seguir siendo por un rato la exploradora del primer párrafo, pero es hora de volver a mi rutina y yo sigo sin tener ordenado mi archivo.

domingo, 4 de octubre de 2009

Avance hacia un nuevo aniversario

Otra semana que se acaba. Últimamente las semanas pasan muy deprisa y eso me asusta. Por un lado me aterra ver que el tiempo avanza. Avanza hacia lo desconocido y hacia lo irremediable. Lo primero me reconforta en parte, porque si no lo conozco puedo manejar mi percepción de lo que suceda a mi antojo. Si manejo mi percepción de las cosas es porque en parte puedo interferir en su devenir, ¿no? ¿Pienso luego existo? Sin embargo, no conocer lo que va a pasar provoca un poco de ansiedad, más aún si sabes lo que estaría genial que pasara. Lo irremediable es lo que sé que va a pasar. Eso si da miedo de verdad porque es inamovible por más que yo me empeñe en volverlo del revés. Es irremediable que sea domingo, que se haya acabado la semana y que mañana empiece una nueva. Sé lo que va a pasar en ella a grandes rasgos pero no sé con que cara me despertaré el lunes, el martes, el miércoles, el jueves, el viernes, el sábado y el domingo. Mi cara dependerá de lo que haya pasado el día anterior y condicionará lo que pase ese día. Es un lío.
Por otro lado que el tiempo avance provoca situaciones que me gustan. El tiempo que nos hemos inventado (léase calendario gregoriano) avanza sin remedio sembrando el papel de fechas festivas, tanto social como personalmente. A mi me gustan más las de índole personal, como los cumpleaños. Antes de hablar de los cumpleaños quiero comentar un pensamiento que me acaba de abordar. Otro de los acontecimientos personales que solemos anotar en el calendario son los aniversarios. Técnicamente son cumpleaños también, pero solemos darle un matiz al margen de la edad de uno mismo. Suele ser la edad de una relación o la de un acontecimiento ya sea traumático o feliz. Creo que nunca he tenido una fecha clara en mi calendario que se ajuste a alguna de estas descripciones. No es que crea que sea algo bueno o malo, sólo lo acabo de pensar.
Volviendo a los cumpleaños creo que son acontecimientos dignos de señalar en la agenda. Personalmente cumplir años empieza a fastidiarme, pero celebrar los cumpleaños de las demás personas es genial. Bueno no de cualquier persona, claro. Con la suficiente confianza me gusta darle un toque lúdico a eso de que los otros cumplan años. Hay gente que lo ve como una mera excusa. Recuerdas que es el cumpleaños de alguien y le felicitas demostrando que te has acordado. Para otros es la excusa para demostrar cosas más personales, todo depende de la confianza. Puedes aprovechar para hacer o decir eso que no has hecho o dicho antes. Organizas una fiesta temática, sorpresa, una búsqueda del tesoro o un viaje alocado. Puede que lo hagas cualquier otro día, pero ese acontecimiento en especial, por más que sea algo que suelas hacer un día normal, lo recordarás por ser un cumpleaños. Por ejemplo, aún me acuerdo de un cumpleaños muy floreado y el de esta semana que acaba de concluir. El cumple floreado lo rememoraré cada año un 27 de mayo, cuando mi hermana sople las velas mientras la miro. El cumpleaños de esta semana también lo recordaré cada primero de octubre, pero volviendo a lo del principio no sé si el destino desconocido e irremediable querrá que lo reviva en directo. ¡Con lo que me gusta el olor a vela apagada después de pedir un deseo!