martes, 30 de junio de 2009

Crónica de una tarde desganada.


Un impulso inexplicable me ha hecho salir de casa esta tarde. A unos 40 grados a la sombra y sin más líquido que mi propio sudor he recorrido las muchas manzanas que separan mi casa de la Biblioteca. A pesar de las dificultades ambientales he llegado sin contratiempos, deseosa de perderme en la sala aclimatada. Había muy poca gente, incluso mesas vacías. Sentada, fresca y envuelta en el aroma rancio de los libros mil veces manoseados he pasado una hora leyendo y escogiendo los libros que me llevo a casa. Han sido tres, grandes y obesos volúmenes llenos de palabras que pesan cargados en mi espalda.
Salgo de la Biblioteca con paso titubeante, ¡menudo calor! Deshago el camino hasta casa a ritmo constante. Siento que soy una especie de engranaje suizo que se mueve mecánicamente y sin pausa. La calle que me lleva a la plaza de España me parece diferente, con más luz y más color a pesar de que el ocaso está próximo. Quizás la diferencia la ofrezcan sus infinitos establecimientos de comida: creperias, taquerías, taperías... Todos inoculan a la calle sus peculiares aromas, colores, sabores y ritmos. Yo los sorteo salivando, más por la idealización de un cóctel tropical perfectamente alicatado con pajita y trozo de piña, que por la necesidad de masticar algo. Sin pausa, pero sin prisa, avanzo. Al llegar a la plaza de España se me presenta la primera encrucijada. A la derecha los sombrios paseos llevan al palacio de Oriente, con su tranquilidad ya corroborada en la ida. A la izquierda el bullicio, me decido por mi zurda sin que sirva de precedente. Y lo opuesto a la derecha es un collage de individualidades, todas con la historia que nunca sabremos a modo de estela. Casi a la par que la ejecución de tan osada decisión de virar y desviar mi camino, el mp3 cambia de canción. Al ritmo de una pieza meláncolica con un gran preámbulo instrumental me pierdo en la diversidad de un mercado artesanal itinerante; con una niña que calza unas bonitas sandalias blancas siendo la de la izquierda (que tremenda casualidad) un utensilo ortopédico que a modo de calza nivela sus piernas desiguales. Un papá lanza a su pequeño vástago por el aire, este ríe encantado a carcajadas. En un banco de madera un señor me mira pasar con un ojo siempre pendiente de lo que se sienta junto a él: todas sus pertenencias. Grupos de adolescentes fuman, comen helados, retozan en el césped ajenos a todo. Empiezo a odiar a Coldplay que distorsiona hasta la ñoñería lo que siento al pasar por esa plaza-parque que tantas veces he pisado.
De pronto, ese remanso de sosegada diversidad se torna estridente y pesado en un paso de cebra. Sigo a mi ritmo pausado, pero en medio del cruce me despierta del ensueño el parpadeo del semáforo, el rugir de los motores de los coches listos para la salida a la carrera. A la vez que acaba la canción cruzo al otro lado y la Gran Vía me devuelve al espacio urbanita y colocado que siempre he visto que era. Remontar calle arriba sedienta, cansada, atormentada por la constancia de ser tan pequeña e insignificante se me antoja una penitencia exagerada. Sin embargo quiero llegar a casa, beber un gran vaso de agua, quitarme los zapatos y el exceso de ropa que me oprime los poros. Así continúo hacia adelante, con paso firme pero lento.
Pisando huevos choco con la gente que siempre pretende que sea yo quien se aparte. Sigo hacia arriba aunque me cruce con un rastafari de traje y corbata, decenas de turistas colorados, un hombre con gabardina en pleno verano, una señora endiablada que derrama en fumata blanca su estrés a golpe de nicotina. Yo sigo sin alterarme, a pesar de las vallas que denotan obras públicas que nunca pueden esperar a que se vacíe la ciudad en agosto. Llego a Callao cansada, la gente sale de todas partes precipitándose en torrente fluido por la calle Preciados. La sigo sin sortearla, ella me sortea a mí. La calle se oscurece por la concurrencia y los toldos veraniegos que instala el Ayuntamiento. Paro en seco al primer captador de socios de una de las tantas ONG que existen. Me deshago del segundo, que diez pasos más abajo intenta abordarme por la izquierda. "¿Tienes un momento?" ¡Qué buena pregunta! ¿Acaso puede la gente tener momentos? Los momentos pasan, son efímeros, sólo son tuyos si los encierras y en ese momento yo no tenía llaves. Lo cierto es que continúo mi camino lánguidamente y al paso por el supermercado recuerdo que no hay nada en mi nevera. Bueno, siempre hay cosas pero no las que yo quiero. Así que me reactivo en el frío de los pasillos de los yogures; los saboreo sin hacerlo, me llevo pan, lechuga y plátanos.
Una bebida isotónica me despierta de golpe y, cargada de bolsas, salgo a la calle para afrontar el último tramo. Las obras incesantes colapsan el trasiego de viandantes ociosos, sin bolsas que cargar, sin libros que pesan y me enfado con todos resoplando. Quiero salir del lío, me oprimen decenas de pasos inconcretos, ¡izquierda o derecha decídanse ya! La sabia tecnología calma a las fieras; el reproductor de música elige algo Bonito de Pau Donés. Entonces llego a casa satisfecha por el paseo y la visión muda de una tarde de verano cargada de libros y bananas.

lunes, 29 de junio de 2009

¡Y dale Perico al torno!

Tengo uno de esos sueños recurrentes que me persigue. Todo empieza normal, una situación cualquiera en la vorágine del subconsciente. De pronto, tras dos medias vueltas, un espasmo y otros tantos manotazos a la almohada empiezo a sentir esa molesta sensación de tener algo en la boca. Empieza de forma tenue pero se intensifica con el paso de los segundos. Me molesta al hablar, al tragar, al respirar... Hasta que me doy cuenta que es por una muela que se mueve, pasan por mi mente infinidad de causas, de la menos a la más fantástica. Juego con ella con mi lengua. Cada vez se mueve más y más. La situación del sueño se desvanece y sólo somos yo y ella. Me muevo por un mundo de fantasía en el que nada me perturba salvo la inevitable constancia de que se desprenderá de la encía de un momento a otro. Al final, sin pena ni gloria se cae. Yo, lejos de escupir la mantengo conmigo, como si de un hueso de cereza se tratase. Así me despierto, con la sensación de tenerla en la boca, conmigo, mía, pero sin que exista.
Nunca he tenido mucha fe en la interpretación de los sueños. A pesar de todo, quien más quien menos se deja llevar por el paganismo y la charlatanería alguna vez. Así que alguien, por favor, me explique qué quiere decir que sueñas que se te cae un diente al que repugnas al principio pero del que no te quieres desprender.

jueves, 25 de junio de 2009

Thriller

Hoy se murió Michael Jackson mientras yo hacía galletas.

miércoles, 24 de junio de 2009

Trapicheos mediáticos

Unas veces se gana y otras se pierde, es la ley del juego. Pero hay veces en las que se pierde por pura creencia de haber ganado. Subestimar al rival es una de las causas. Que la selección española de fútbol se deje ganar por EEUU no me va a quitar el sueño; pero entonces, ¿por qué me siento frustrada? Es cuestión de puro bombardeo mediático. Las personas nos enfrentamos a los estímulos televisivos tan pasivamente que no nos damos cuenta, pero nos venden mentiras. Son como los bancos: especulan con dinero que no existe, y después viene la crisis. Esto es siempre así. Es un ciclo que se retroalimenta para no morir jamás. Un día somos los mejores, al siguiente estamos en crisis, el tercero somos héroes y el cuarto tuvimos un traspié. Lejos de aprender nos frustamos y ponemos la otra mejilla.
Es sorprendente darse cuenta de que la información es puro márketing. Si sólo te fias de los medios diríase que España es un país de chabolistas, maleantes y traficantes en el que siempre huele a fritanga mientras se cotillea en la sobremesa. Y llegamos al eterno debate: nos interesa el morbo o es que sólo es lo que nos ofrecen. Porque algunos dicen, no sin cierta sorna, que la alternativa son los documentales de la 2. En mi opinión los documentales no están tan mal, son los mejores realities que te puedes encontrar y seguro que el escarabajo pelotero no acusa a la carabela portuguesa de estar sobreactuada al insinuarse al pez martillo.
Arremeto contra la fauna mediática y me olvido de que todo fue por un partido que 11 jugadores perdieron en 10 minutos de tontería colectiva. ¡Que alguien me diga quiénes son los malos!

martes, 23 de junio de 2009

Generaciones perdidas


Me tomé la molestia de explicar previamente aquí mi proyecto de historias y lenguas para poder criticar a la sociología con conocimiento de causa. La verdad es que la cosa tiene miga, y no porque haya sido lo que ha acompañado a mi tostada matutina de casi las 12 del mediodía. Enciendes la tele y te despiertan las tertulias matutinas que saltan del cerdo de George Clooney (su mascota muerta, no que el tío sea un guarro, lo dudo mucho) a la generación ni-ni. Para empezar el nombre ya es un poco difícil de digerir, porque aunque no seas tartamudo (todos mis respetos para los que lo son) no logras entender que quiere sugerir tan simpático vocablo. Cuando te lo explican, lejos de sonreír, te dan ganas de clamar al cielo pidiendo que sustituyan la asignatura de "Educación para la ciudadanía" por la de "Creatividad urgente para todos los ámbitos".
Lo tremendo del asunto es que cada año nos llaman de manera diferente, porque la generación ni-ni y sus predecesoras apuntan directamente al sector juvenil español, en el que yo me incluyo y al que me aferraré durante años. Según los sociólogos los jóvenes no tenemos ambiciones porque lo hemos tenido todo. Hay que reconocer que cierta razón tienen aunque yo señalaría que más que falta de ambición es cierta pereza de ejecución. Sería impensable imaginar que las personas no tienen sueños, proyectos o ambiciones. Cabría preguntarse pues cual es la causa por la que ni estudian ni trabajan. Como diría mi padre: ni oficio ni beneficio, todo ni-ni.
Así pues, tragando el desayuno y la teoría tras masticarlo todo en el lado de la boca que no duele, me he quedado pensando en la generación ni-ni. Las causas, según los expertos, apuntan a un entorno demasiado acolchado en el que no debemos luchar por según que libertades. ¡Y lo dicen los de la generación de transición que creen que las lograron todas! ¿Sólo yo veo que faltan tantas? Más allá de legalizar la marihuana y reivindicar la mutilación corpórea a base de agujas, yo conózco gente joven que conoce y lucha por conseguir que en el mundo si reine la libertad. Pero claro, nos encontramos ante una encrucijada y una empresa difícil porque el mundo está globalizado y los jóvenes no aspiramos a cambiar las cosas en una región concreta: creemos que el mundo debe cambiar de raíz. ¿Y cómo hacemos eso sin ser Karl Marx? ¿Cómo conformar una masa de individualidades que rechacen el orden establecido e implanten un mundo más justo? Tenemos un reto importante pero los que nos preceden, en su empeño conservacionista, nos amputan la ilusión llamándonos ni-nis. ¡No te lo creas!
Poniendóme en plan propagandístico me dan ganas de subir a un púlpito y escupir no sin cierta rabia un discurso dirigido no a los jóvenes, sino a nuestros mayores. Pretenden que arreglemos sus desastres, que salgamos de la crisis en la que ellos nos han metido. Yo, desde aquí, reivindico la rebeldía con conocimiento de causa; desde lo pequeñito a lo más grande, sabiendo que no siempre las cosas serán así si no nos alienamos a favor del orden establecido. El relevo generacional es cuestión de pura matemática. No seamos como nuestros predecesores, vayámos más allá sin olvidar que cuándo erámos jóvenes nos escandalizamos al observar la falta de igualdad y libertad.
Un discurso muy romántico y utópico dirás, pero todas las revoluciones empezaron con un lápiz y un papel (léase piedra y cincel según el gusto retrospectivo).

Cuando te despiertas de un muelazo

Despierto lentamente del letargo ocasionado por un cóctel de fármacos impuestos por un tremendo dolor de muelas. Pasado el trance, respiro aliviada al poder abrir la boca. La mala noticia es que la muela tiene ya sentencia de muerte: 6 de julio de 2009. Nada queda, ya empiezo a mentalizarme y me viene a la cabeza el grito de guerra de mis hermanas a la hora de enfrentarse a un salto mortal en la piscina: "Soy valiente como yo sola". No sé qué tendrán los dentistas que infunde tanto temor. Por mi parte necesito la suficiente dote de valentía como para dejar caer el trasero en la silla del dentista; después todo es coser y cantar: abrir la boca para mí no tiene misterio. A veces una se da cuenta de que casi vale más mantenerla cerradita. La conclusión es, que a pesar del miedo y el dudoso sentimiento romántico que podría despertar en mí la muela del juicio inferior izquierda, iré al dentista a extraerla. No imagino un capítulo igual al de esta semana pasada, creo que nunca he sentido tanto dolor físico. Lo cual no sé si es bueno o malo. Pero si de algo estoy segura es de que no quiero volver a experimentarlo. Así pues: adiós muela.
Es una suerte, creo yo, haber pasado el trance en esta época mía de asueto impuesto por el paro. De otro modo no hubiera podido recrearme en mi dolor y es sabido que toda experiencia sensorial es carne de cañón de una buena descripción. Ahora que renazco de mis cenizas vuelvo a mis entradas de blog, proyectos de relatos y estudio de la Lengua. Ayer terminé de preseleccionar las asignaturas del máster que pretendo empezar el próximo curso. Así que ya puedo ponerme, y en serio, manos a la obra. Se trata de una carga lectiva bastante exigente y no quiero que me pille el toro como siempre. Además, ocupar parte del verano en recuperar el hábito de estudio me hará bien; y como no puedo tomar mucho el sol, es un buen modo de esquivarlo. ¡Así pues vuelvo a mis locuras!

martes, 16 de junio de 2009

Dolor, mucho dolor


Hoy me he levantado ligeramente diferente. Parecía Marlon Brando en el Padrino, sólo que yo tengo únicamente uno de los carrillos hinchados. Una de mis muelas del jucio lleva queriendo salir al mundo interno de mi boca desde hace bastante tiempo. Hasta ahora sus esporádicos inténtos me molestaban un poco, hoy ponen a prueba mi resistencia al dolor. Me ha hecho dormir poco y mal, resulta que acostada me duele más. Me he levantado rabiosa y me he asustado ante el espejo. Me he tomado el enésimo analgésico y he buscado un dentista por internet.
Ninguno tenía hora para hoy así que con cara de Tristón, el perrito aquel de peluche que estuvo de moda en mi niñez, fui al centro de salud. Resultó sorprendente que me atendiera un tipo amable que incluso me miró la zona afectada. La gente suele quejarse de que los médicos de la seguridad social no reconocen debidamente a sus pacientes. Yo doy fe de que sí, muy a mi pesar. Con el típico palito de madera estuvo tocándo la muela mientras preguntaba "¿esto te duele, Sandra?". Sólo acertaba a decir que sí asintiendo y rezando por no derramar lágrimas sobre su bata blanca impoluta.
No le recomiendo a nadie el dolor de muelas. Temblaba con la sola idea de tener que extraérlas, pero ahora si tuviera unos alicates lo haría yo misma, como Tom Hanks en Náufrago. Supongo que así dejaría de doler y necesito que deje de hacerlo. ¡Dios que deje de doler!

domingo, 14 de junio de 2009

Frío y calor


Hoy mi casa es una sauna. Sólo tiene uno de sus cuatro lados cubierto de madera, pero el ambiente es igual que el de los habitáculos de madera sueca. Incluso tiene un foco de calor permanente con vapor de agua. Lo desprende una cacerola que ha estado todo el día a pleno rendimiento. A una le da por cocinar todo el día cuando más calor hace. Parece que si no sudo en la cocina entre polvo de harina no parece que cocine. Así que ahora, de madrugada, sigue estando la casa tan caliente que tengo ganas de gritar. ¡Qué pena que no quepa con Jonh en su pecera de agua fresquita!
Al menos en la nevera tengo una tarta, natillas de chocolate, el proyecto de una ensaladilla rusa "diferente" que copié de una tapa que comí hace poco, y medio bote de dulce de leche que ya no sé como usar. Lo hice para hacer unos alfajores. No estoy segura de que hayan quedado bien. En teoría sí, pero me temo que debería haber dejado reposar más la masa y cocerla a fuego mas moderado. El caso es que me sobró mucho dulce de leche así que hice una tarta para terminarlo, pero parece que se multiplica. ¡Nunca se acaba!
Tengo tantas cosas en la nevera que me aflijo sólo de pensar en masticar. Es que una de mis muelas del juicio se está manifestando sin parar estos últimos días. Aún así sigo de cocinitas. Voy a tener que buscarme otro entretenimiento porque ya he hecho una lista de lo que voy a cocinar mañana y cómo siga así voy a necesitar que Mediterránea de Refrigeración Industrial (MRI) me haga una cámara frigorífica a medida. ¿Has visto cómo te hago publi papá?, tenemos que hablar de negocios. Huelga decir que la cámara me serviría para estar fresquita, y la pediría con efecto niebla cómo si estuviera en Londres.
Por lo pronto me conformaré con un ventilador con pie de zapato que no enfría pero deja toda la casa con olor a chocolate. ¡Removiendo el aire!

jueves, 11 de junio de 2009

Moscas

Vuelvo a estar en Madrid. Dejé atrás el Levante y su luz una tarde de junio. Allí se quedó el viento oreando las hojas de las palmeras y el loro fugado que replica silbiditos. Pepito Grillo ya es la sensación de el Moco Bajo. Espero que se ande con cuidado, porque en un descuido lo pescan y lo enjaulan. La verdad es que en el Moco la fauna tiende a estar suelta por ahí, campándo a sus anchas. Pero de vez en cuando se la puede observar enjaulada.
La fauna de los madriles no tiene mandriles, aparentemente sólo palomas y cuando menos te lo esperas te regalan una gran mierda. Los animalillos voladores se complementa con moscas que acuden a no sé muy bien qué al interior de mi casa. El calor es lo que tiene: moscas por doquier.

domingo, 7 de junio de 2009

En la vega alicantina


El tren de las 9 estaba casi vacío. Subió in extremis al coche 4 cuando tendría que haber sido el 6, tanto correr por el andén para deshacer el camino arrastrando la maleta por la superficie enmoquetada. Llegó a su asiento cuando el tren se puso en marcha. Con las dos butacas libres se acomodó para aguantar de la mejor manera posible las cuatro horas de viaje. Sacó del bolso un libro que apenas abrió, sólo para sacar el billete y entregárselo al revisor; el mp3 y la chaqueta que haría las veces de manta. Pensó en la cantidad de energía innecesaria que se gastaba la compañía ferroviaria en aire acondicionado. Sólo había que darse un paseo por el tren para darse cuenta de ello; la gran mayoría de viajeros se acurrucaban en sus asientos cubiertos con sus cazadoras.

Tras apenas cinco horas de sueño se alegró de que hubiera tan pocos viajeros y que el ambiente en general fuera tranquilo. Pero la suerte hace que no siempre sea todo perfecto. Delante de ella se sentaban un matrimonio con un bebé. No dejaba de llorar y berrear reclamando atención. Para cuando los padres consiguieron callarle se pusieron a desayunar unos bocadillos de salami. El tufo a ajo de buena mañana con apenas cinco horas de sueño le produjo arcadas. Intentó aislarse con la música y por suerte se quedó dormida. A cinco minutos de llegar a su destino le despertó el teléfono. Ya estaba en Alicante. El paisaje era árido, brillante. Sin lugar a dudas estaba en casa. El calor de la estación le hizo relajar los músculos agarrotados por el frío del tren, tomó aire y arrastró la maleta llena de libros hasta la salida.

Es jornada dominical y electoral. Apenas hay gente en la calle, corre una suave brisa marina y le rugen las tripas. Nada mejor que un par de brevas para saciar el apetito. Brevas de la vega baja. Así que llegó a casa y se las comió entre el ajetreo de los preparativos de una barbacoa. La vida en el campo es otra cosa, se dijo. Está bien apartarse del mundanal ruido de vez en cuando. Miraba hacia la piscina con deseo, a las tumbonas preparadas para broncearse, y se vió a si misma tumbada a la bartola. Al menos el día de su cumpleaños se daría un buen chapuzón. Por lo pronto se sentó a la mesa y se perdió entre las conversaciones salpicadas actualidad electoral. Nada mejor que un debate a voz en grito para una buena sobremesa. ¡Definitivamente estaba en casa!

sábado, 6 de junio de 2009

¡Vaya tela!


Hoy he ido a comprar tela blanca como para confeccionar 80 disfraces de fantasma. Puesto sobre el mostrador semejante retal se me antojaba como una esponjosa y gigantesca cucharada de nata montada. Salía a borbotones del rollo de tela que la ocultaba y del que tiraba la empleada de la tienda. Empecé a calcular los kilos de fresas que necesitaría para acompañarla, o las copas de helado que podría decorar. ¡La tienda de telas me daba tantas ideas! Podría haberme quedado allí horas imaginando las posibilidades de cada uno de los rollos. Había telas aterciopeladas de colores estridentes, ideales para tapizar reclinatorios en pequeñas ermitas. El burdeos avinagrado ya está fuera de onda. ¡Yo llenaría las iglesias de colores chillones! Encontré telas plastificadas perfectas para forrar libros, y poder llevarlos al campo en primavera o leerlos en altamar un día de fuerte marejada. Telas estampadas, como para hacer cortinas que sustituyan las puertas de las casas; telas de peluche, para forrar las tapas de los inodoros; y telas transparentes para hacerse vestidos. Descubrí telas entre las que apetecia perderse, otras que sólo servirían para trapos y algunas más, que combinadas, ofrecian las más diversas propuestas de confección. Incluso me acordé de los trajes que le hacía a la Barbie. Aquel espacio cuadrado lleno de rollos, que así dispuestos se diría que son de gominola, me hacía bullir la cabeza con miles de ideas rutilantes. Brillaban todas las bombillas unas encima de las otras, sobre mi cabeza. Brillaban y se acumulaban a cada paso. Temiendo un cortocircuito por alto volaje salí de allí cargando 25 metros de tela blanca. Es un simple encargo, no voy a hacer 80 disfraces de fantasma, aunque suena divertido.
Al cargar la tela de vuelta a casa, en el corto espacio de tiempo que tardé en recorrer los escasos 50 metros que separan la tienda de mi sofá, pensé en las posibilidades de reciclaje de aquella sábana gigante. Se me ocurrió que podría servir para ocultar las vergüenzas de los invitados a las fiestas de Il Cavaliere Berlusconi. También se podría tomar en serio lo del disfraz de fantasma, seguro que el fotógrafo de las instantáneas de las citadas fiestas me compraba uno, como para camuflarse en la inmaculada Italia. Siguiendo con el tirón de primeros ministros, Mr Brown necesitaría unos cuantos para sus ministros a la fuga. Y los holandeses que no estén muy a la derecha demandarán algunos para ir a sus coffee shops. Aunque quizás haya que barrer para casa y el blanco puro y casto deba usarse para mitigar el impacto de un estudio que califica a España de "país relativamente corrupto". El que se sienta libre de pecado, que tire la primera piedra...

martes, 2 de junio de 2009

La charca del cocodrilo azul

Érase una vez que se era un pequeño cocodrilo azul. Vivía en una pequeña charca en la que podía tomar el sol todo el día. Por la noche se refugiaba entre unos juncos y dormía a pierna suelta hasta el amanecer. Era feliz en su charca y sus juncos. Hablaba con todos los animales que se acercaban a beber y sabía centenares de historias. "Algún día se las contaré a mis nietos", se decía el pequeño cocodrilo. Se acordaba de todas ellas por la cara de quien se las había contado y las guardaba en su memoria de mayor a menor espectacularidad. A veces, para dormir, se las contaba a si mismo mientras miraba las estrellas.
Un día, después de una noche muy larga y silenciosa, el pequeño cocodrilo azul se despertó sobresaltado. Escuchaba unas pisadas muy fuertes que se aproximaban. "Es la manada de elefantes", pensó, "vienen a beber para emprender camino hacia otros pastos". Se desperezó muy lentamente dejando que los rayos del sol penetraran en su piel a través de todas y cada una de sus escamas. ¡Qué sensación tan extraordinaria! Tomó algo ligero para desayunar y se dispuso a caminar hacia la charca. Hacía una mañana estupenda, el sol brillaba con fuerza y soplaba una brisa que traía olor a flores. Sólo echaba de menos el canto de los pájaros, no se oía un solo pío. Deshechó la idea de que se hubieran mudado, todavía no era época para eso. "Debió ser que anoche tuvieron una buena juerga", el pequeño cocodrilo azul siguió caminando hacia la charca riéndose de sus pensamientos.
Casi se queda paralizado al ver que su pequeña charca estaba seca. ¡No quedaba ni una sola gota! ¿Quién se la habría llevado? ¿Qué iba a hacer él ahora? Las pisadas se oían cada vez más fuertes. Eso le alivió, la matriarca elefanta era muy sabia, ella sabría explicarle. Esperó hasta divisar a la manada a lo lejos. Les delataba una enorme nube de polvo gris. Impaciente empezó a chillarles para que se dieran prisa. El pequeño de la familia, un elefantito amarillo, empezó a correr hacia la charca seca.
- Hola cocodrilo
- Hola elefantito, ¿has visto que no queda una sola gota de agua en mi charca?
- Sí, y también veo que te has puesto de un azul muy oscuro.
El pequeño cocodrilo se giró para ver las escamas de su cola. El elefantito tenía toda la razón: estaba muy oscuro, necesitaba agua para recuperar su brillante color azul cielo. Cada vez estaba más triste el cocodrilo. La manada de elefantes llegó a la charca. Se sorprendieron de encontrar tan oscuro al cocodrilo, pero no le dijeron nada, esperaron a que la matriarca hablara. La gran elefanta de color púrpura se plantó frente al cocodrilo:
- Cocodrilo azul, ¿qué es lo que te pasa?
- No hay agua en mi charca y necesito refrescarme.
- Nosotros nos vamos porque también se han secado nuestras charcas. No ha llovido en mucho tiempo y ya no hay ni una sola gota por aquí. Tenía la esperanza de encontrar algo de agua en la tuya... Esto es más grave de lo que pensaba.
- Ahora entiendo por qué no cantan los pájaros, también se han ido. - dijo el cocodrilo.
- Te recomiendo que vengas con nosotros.
La gran elefanta púrpura levantó su trompa hacia el cielo.
- La brisa es favorable, al terminar el día llegaremos a las praderas del norte, ahí siempre hay charcas repletas de agua.
El pequeño cocodrilo azul no sabía que decir. No quería dejar su charca y sus juncos. Además, no tenía las grandes patas de los elefantes, pronto se quedaría atrás, sólo, en medio de ninguna parte.
- Lo siento elefanta, pero no puedo dejar mi charca, me resignaré a quedarme aquí a ver que pasa, ¿qué otra cosa podría hacer? Nunca llegaría caminando a las praderas del norte...
- Está bien cocodrilo. Toda la manada te deseamos buena suerte, esperamos verte pronto.
Dicho esto la manada se marchó caminando pesadamente. El pequeño cocodrilo los vió alejarse hasta que desaparecieron en el horizonte junto a la gran nube de polvo gris que levantaban. ¡Qué triste estaba el cocodrilo! Sólo en el mundo, sin agua en su charca, sin el canto de los pájaros. Estaba tan triste que empezó a llorar. Lloró tanto que sus lágrimas empezaron a llenar su pequeña charca. A medida que lloraba se iba poniendo cada vez más claro y cuando recuperó su color original no pudo derramar ni una lágrima más.

lunes, 1 de junio de 2009

Vota por mí


Estoy en plena campaña electoral. Hoy ha tenido lugar la jornada tradicional de pegada de carteles. El lema: Vota por mí. He cubierto sólo una pequeña zona de influencia, mañana ampliaré el radio. Tampoco mucho porque sin abono transportes me da un poco de reparo alejarme del nido. Me pregunto cómo iré a la piscina este año. Es que hoy me he levantado algo tacaña, la verdad. Diría que con el pie izquierdo, este calor del primero de junio me tiene asqueada... Y eso que lo prefiero, lo prefiero mil veces al frío del invierno. ¡Será la regla, qué asco!
Los carteles son meros anuncios, no tengo planta ni cara como para eurodiputada. ¡Todavía no ha nacido el partido que pueda representarme! Tampoco pienso fundarlo, no tengo tanta imaginación. Además, como dice mi padre a político se mete el que no vale para nada más. Y yo, lo valgo, cómo las amigas de Loreal. No sé para qué, pero para algo valdré. Por lo pronto me anuncio para dar clases particulares. No he delimitado de qué, para tener más ofertas, por si acaso... ya se sabe que la gente no está falta de lengua (aunque de gramática, ortografía y retórica sí, pero es difícil reconocerlo). Lejos de parecer una señorita Rottenmeyer, me ofrezco capaz de diseñar un plan personalizado de recuperación de asignaturas, fomentar el uso de las TIC y de la creatividad, y otros aspectos extracurriculares. La literatura suele hacer efecto. Pero si no, tengo un plan B. Tampoco es que sea maravilloso, pero es una alternativa... Al menos eso creo, veré si me lo tengo que sacar de la manga.
Si algo consigo no será nada que me solucione la vida, pero algo de experiencia me dará y me vendrá bien ponerme al día. Al menos eso creo. Aprovecho la ocasión para defender aquí también mi candidatura. Si sabéis de alguien que necesite una profe particular... ya sabéis: Vota por mí.