martes, 2 de junio de 2009

La charca del cocodrilo azul

Érase una vez que se era un pequeño cocodrilo azul. Vivía en una pequeña charca en la que podía tomar el sol todo el día. Por la noche se refugiaba entre unos juncos y dormía a pierna suelta hasta el amanecer. Era feliz en su charca y sus juncos. Hablaba con todos los animales que se acercaban a beber y sabía centenares de historias. "Algún día se las contaré a mis nietos", se decía el pequeño cocodrilo. Se acordaba de todas ellas por la cara de quien se las había contado y las guardaba en su memoria de mayor a menor espectacularidad. A veces, para dormir, se las contaba a si mismo mientras miraba las estrellas.
Un día, después de una noche muy larga y silenciosa, el pequeño cocodrilo azul se despertó sobresaltado. Escuchaba unas pisadas muy fuertes que se aproximaban. "Es la manada de elefantes", pensó, "vienen a beber para emprender camino hacia otros pastos". Se desperezó muy lentamente dejando que los rayos del sol penetraran en su piel a través de todas y cada una de sus escamas. ¡Qué sensación tan extraordinaria! Tomó algo ligero para desayunar y se dispuso a caminar hacia la charca. Hacía una mañana estupenda, el sol brillaba con fuerza y soplaba una brisa que traía olor a flores. Sólo echaba de menos el canto de los pájaros, no se oía un solo pío. Deshechó la idea de que se hubieran mudado, todavía no era época para eso. "Debió ser que anoche tuvieron una buena juerga", el pequeño cocodrilo azul siguió caminando hacia la charca riéndose de sus pensamientos.
Casi se queda paralizado al ver que su pequeña charca estaba seca. ¡No quedaba ni una sola gota! ¿Quién se la habría llevado? ¿Qué iba a hacer él ahora? Las pisadas se oían cada vez más fuertes. Eso le alivió, la matriarca elefanta era muy sabia, ella sabría explicarle. Esperó hasta divisar a la manada a lo lejos. Les delataba una enorme nube de polvo gris. Impaciente empezó a chillarles para que se dieran prisa. El pequeño de la familia, un elefantito amarillo, empezó a correr hacia la charca seca.
- Hola cocodrilo
- Hola elefantito, ¿has visto que no queda una sola gota de agua en mi charca?
- Sí, y también veo que te has puesto de un azul muy oscuro.
El pequeño cocodrilo se giró para ver las escamas de su cola. El elefantito tenía toda la razón: estaba muy oscuro, necesitaba agua para recuperar su brillante color azul cielo. Cada vez estaba más triste el cocodrilo. La manada de elefantes llegó a la charca. Se sorprendieron de encontrar tan oscuro al cocodrilo, pero no le dijeron nada, esperaron a que la matriarca hablara. La gran elefanta de color púrpura se plantó frente al cocodrilo:
- Cocodrilo azul, ¿qué es lo que te pasa?
- No hay agua en mi charca y necesito refrescarme.
- Nosotros nos vamos porque también se han secado nuestras charcas. No ha llovido en mucho tiempo y ya no hay ni una sola gota por aquí. Tenía la esperanza de encontrar algo de agua en la tuya... Esto es más grave de lo que pensaba.
- Ahora entiendo por qué no cantan los pájaros, también se han ido. - dijo el cocodrilo.
- Te recomiendo que vengas con nosotros.
La gran elefanta púrpura levantó su trompa hacia el cielo.
- La brisa es favorable, al terminar el día llegaremos a las praderas del norte, ahí siempre hay charcas repletas de agua.
El pequeño cocodrilo azul no sabía que decir. No quería dejar su charca y sus juncos. Además, no tenía las grandes patas de los elefantes, pronto se quedaría atrás, sólo, en medio de ninguna parte.
- Lo siento elefanta, pero no puedo dejar mi charca, me resignaré a quedarme aquí a ver que pasa, ¿qué otra cosa podría hacer? Nunca llegaría caminando a las praderas del norte...
- Está bien cocodrilo. Toda la manada te deseamos buena suerte, esperamos verte pronto.
Dicho esto la manada se marchó caminando pesadamente. El pequeño cocodrilo los vió alejarse hasta que desaparecieron en el horizonte junto a la gran nube de polvo gris que levantaban. ¡Qué triste estaba el cocodrilo! Sólo en el mundo, sin agua en su charca, sin el canto de los pájaros. Estaba tan triste que empezó a llorar. Lloró tanto que sus lágrimas empezaron a llenar su pequeña charca. A medida que lloraba se iba poniendo cada vez más claro y cuando recuperó su color original no pudo derramar ni una lágrima más.

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