jueves, 28 de enero de 2010

Carretera perdida: la libertad

No hay nada como una carretera frente a ti para sentir un poco de eso que llaman libertad. Dos líneas que se prolongan hasta un punto de fuga inalcanzable que siempre pide más camino, más kilómetros, más gasolina. Se intensifica esa idea de la ausencia de un muro con el que te topas, ¡me encanta que la Tierra sea redonda!... bueno, ligeramente achatada por los polos. Nunca llego al fin del viaje y siempre quiero más cuando paro en una estación de servicio. No era consciente de esto mientras conducía esta mañana hasta la universidad. Era feliz con el simple hecho de que el sol brillara intensamente y de que el cielo, falto de nubes, invitara a dejar volar la imaginación. Ahora que lo pienso tenía el infinito frente a mí y sobre mí; cuatro neumáticos a medio gas eran mi úncio anclaje al suelo.
Después de una jornada de trabajo completa, 8 horas exactas, deshago el camino a oscuras pero orgullosa. Las luces de los coches se precipitan hacia mí en todas direcciones y voy esquivando esas estrellas fugaces que desafían los límites de velocidad. Conozco al detalle la ubicación de los radares y juego con los pedales para evitar más multas y menos puntos. Vuelvo a casa sintiendo todavía que soy libre.
Saludos a todos aquellos que me leen, ver en el mapa de ahí abajo los puntos que parpadean me hace sentir muy bien; hoy hay representación de tres continentes diferentes, quería mencionarlo.

lunes, 25 de enero de 2010

El atropello del caracol común

Es de todos conocido que el campo se llena de caracoles cuando llueve. Salen de sus escondites y de sus conchas espirales para beber, imagino; o para refrescarse, quien sabe. Donde vivo, abundan los caracoles. Casi no se perciben por lo general, porque siempre hace sol en este lugar mediterráneo. Pero cuando llueve los caracoles salen a la carretera y se da la paradoja de que cuando salen a disfrutar de la vida hallan la muerte bajo las ruedas del viejo coche con el que deambulo.
No puedo evitar no pasarles por encima y me da pena ser una asesina de caracoles.

sábado, 23 de enero de 2010

Lugares favoritos

Creo que todas las personas tenemos al menos tres lugares favoritos. Yo los colecciono para no perderlos y para poder restaurar en mi memoria mi paso por el mundo. Es imposible tener sólo un espacio favorito, me atrevería a decir incluso que tres son muy pocos, pero es mi número de cosas ideal, ya hablaré otro día de mi trinidad. Lo de un sólo lugar si es inimaginable. Es como cuando te preguntan por tu libro o película favorita. No se puede elegir una solamente. Os invito a pensar en vuestros espacios favoritos. Escribo los mios adelantando que mi favorito hoy se vincula a mi presente, como no podía ser de otro modo.
Uno de mis primeros lugares fue la cocina de mi casa. Esa habitación era el centro neurálgico de mi pequeño mundo de fideos y purés. Todo el que me conozca sabe que me encanta la gastronomía y la de mi madre es una de mis favoritas. Pero se trata de describir lugares y no paladares. La cocina era mi espacio para todo: comía, hacía los deberes, observaba a mi madre cocinar, le daba de desayunar a mis hermanas pequeñas, reía, lloraba, hablaba por aquel teléfono que colgaba de la pared, volvía con los pequeños recados del supermercado (de aquel tendero de enfrente que fiaba lo que fuera). Aprendí muchas cosas en aquella cocina y todavía recuerdo la cara de estupefacción de mi hermana cuando descubrió que los reyes magos le habían dejado en la mesa de la cocina su ansiada casa de Barbie. Son cosas sencillamente inolvidables.
En el colegio y con mi adolescencia poseedora de mi cuerpo me volví una ninfa en el monte de los olivos. Había en el patio del colegio un olivo en especial. Lo habrían trepado infinidad de quinceañeras pero a mi me recordará especialmente porque fue testigo de alguna de mis primeras historias.
En Madrid es dificil elegir un lugar favorito, pero yo sin dudar me quedo con el balcón de mi casa. Aquel mirador de escaso piso de altura me hacía sentir la reina del mundo. Era mi observatorio, recibía y despedía sonrisas, leía, escribía, jugaba, soñaba, bailaba y cantaba en ese balcón. Me preocupaba que la lluvia me lo arrebatara, pues se colaban miles de gotas en el cada vez que llovía, y al final lo dejé para otros. Espero que los que vengan sepan valorar ese minarete lleno de posibilidades.
Hoy mi lugar favorito está detrás de unas orejas, y huele a azul.

martes, 19 de enero de 2010

Se seca el pozo

Hace tiempo que no escribo y eso me asusta. Se me van las ganas de casi todo y eso me aterra. Solía asomarme al pozo de los deseos cada día. Tiraba una piedrecita para ver si todavía tenía agua, porque si no la tenía de nada serviría pedir un deseo. Hasta hace poco había agua. Ahora solo hay miles de chinitas en el fondo que apenas se inmutan cuando lanzo hoy una piedra más grande. Se ha secado el pozo de golpe. No hay nada. Se me ocurre que si me asomo y lloro las lágrimas llenarán el fondo. Lo intento pero ya no me sale, también yo me he secado y no me reconozco.
Me he despertado enferma. Algo en la boca del estómago me impide tragar, algo que me obstruye. Necesito un extirpador, un amputador de penas y desasosiegos. Pero mi naturaleza es huidiza y para variar prefiero esconder la cabeza bajo el ala y ver si pasa el temporal. No sé reaccionar, y me ahogo incluso cuando el pozo está seco. Los mundos de yupie se alejan y sólo estoy yo en plena selva sin liana a la que sujetarme.

domingo, 10 de enero de 2010

Conservas

Otra ola de frío polar está entre nosotros. No sé si es la segunda o la tercera, he perdido la cuenta y me preocupa perderla. Estoy viendo cómo el Real Madrid pelea por los tres puntos de esta jornada liguera bajo un chaparrón de copos blancos. Gracias al sistema de calefacción bajo el césped (¡válgame Dios!) la nieve no cuaja en el campo. El partido transcurre monótono y aburrido, como si diesen por hecho que el Barcelona volverá a ganarlo todo. ¡Tanto conservadurismo deportivo me cabrea! ¿No hay nadie dispuesto a emprender una gran revolución futbolística?
Quizás, un día como hoy, sería mejor centrarse en el clima. ¿Es normal que nieve tanto? Últimamente enciendo la televisión y sólo veo a su majestad Blanca de Inglaterra, Lluvia Australia e Inundación Lima. Tres señoritas que hacen estragos allá donde se encuentran, y todo porque papá clima les deja salir de fiesta más de la cuenta. Claramente las muchachas necesitan un referente materno; pero, claro está, la presencia femenina en las cumbres del poder climático es algo que ni se menciona. Mamá meteorología implantaría unas normas que beneficiasen a todos, y el libre albedrío en materia financiera no habría tenido estas consecuencias frías y húmedas. A veces se debería abogar por el conservadurismo, aunque sólo sea para preservar el mundo en que vivmos.

viernes, 8 de enero de 2010

Si él se lo dijera con cariño...

Ella está sentada en su trono con ruedas. No esperaba visitas, pero está guapa. Me gusta mirar sus ojos grises que tienen mil preguntas; pero sobre todo tienen alegría y cariño. "Ay, corazón" me dice mientras aprieta fuerte mis manos entre las suyas. Hace dos minutos que estamos allí pero ella cree que somos otras; su hija y su nieta, sí, pero no las que ella cree. Me pregunta por mi marido mientras mi madre habla con el fisioterapeuta que le ayuda a recobrar las fuerzas que siempre tuvo para empujarlo todo hacia delante. Le explico que no estoy casada, que no soy su nieta mayor y paso mis dedos entre sus arrugas y miro esos ojos profundos y húmedos.
Se ríe de todo, a pesar de él; de ese marido tan serio que la define como una pesada losa sobre los hombros. Se nota en su cara arrugada que se ha reído y ha vivido más, a pesar de él. No le gustan sus arrugas, es treméndamente coqueta (ya sé de dónde sacó mi hermana lo de mirarse en todos los espejos). Me gustaría explicarle que son el mapa de su vida; que la describen perfectamente; que hacen que la quiera más; que significan todos los motivos que no le puede gritar a él a la cara cuando le hace cerrar sus puños con fuerza, clavándose las uñas en las palmas de las manos, muerta de nervios y de rabia porque no le deja ser ella misma. Me gustaría contarle que admiro su resignación, su forma de afrontar las cosas.
Estamos allí reunidas tres generaciones de mujeres diferentes. Ninguna hace las cosas del mismo modo, porque piensan de formas distintas. Nos diferencian nuestros contextos histórico-sociales, nuestra cultura, nuestras excursiones por el mundo. Mi abuela no entiende que tenga 25 años, no esté casada y no cargue sobre la cadera derecha un churumbel rosadito y redondo. Me insta a que busque un novio y viva la vida con él. Pienso en esas útimas palabras y no sé si quiere decir que viva mi vida con él o para él. Ella se lo dio todo a su marido, "cuídala bien que es muy sentida", le dijo su padre cuando se casaron. Se fueron para quererse y formar una familia que ella se echó a la espalda y crió como su sentido común le decía. Se sintió querida siendo esclava; pero mi abuela, claro está, no lo ve de este modo. Ella y yo tenemos diferentes dioptrías; una lleva gafas y la otra lentillas.
Caminamos por el geriátrico las tres juntas, agarradas, recorriendo los pasillos anchos llenos de viejas y viejos. Las horas de las comidas son como procesiones decadentes de pies que se arrastran, de artilugios con ruedas que recuerdan a los juguetes con que los niños se ayudan a dar sus primeros pasos. Es curioso que las mismas ruedas sirvan para ayudar a dar los últimos. La procesión se dirige al comedor, renqueante, deprimente. Ella camina deprisa, tiene más voluntad que fuerza. "Mamá, mete el culo y saca pecho", le dice su hija, mi madre. Se ríe mi abuela de la ocurrencia mientras nos demuestra que puede hacerlo. Bien derecha camina sin vacilar. No es por orgullo, es porque quisiera entrar en la cocina y prepararnos la merienda, ver comer orgullosa a sus corazones rosados y redondos, esos que están allí gracias a ella.
A veces se olvida de las cosas. No sabe que yo soy yo hasta que le digo quien es mi padre. "¡El de la barba es tu padre! Ay, bonica, yo te estaba confundiendo". No importa, porque al final ella se acuerda, sólo hay que tener un poco de paciencia; aunque lo más importante es decírselo con cariño. Tomas su mano y dejas que la apriete fuerte, primero me recuerda su piel, luego sus ojos, y al final ella.
Si él se lo dijera con cariño... Quizás ella tampoco podría valorarlo, porque nunca fue más de lo que su función denotaba. No supo palntearse que él le debía respeto y admiración, no había más remedio que acomodarse, resignarse. No podía saber que ella valía más, que podría alcanzar todo lo que ella quisiera sólo con la ayuda de una pluma y un papel. No supo escribir hasta que yo misma ya sabía hacerlo con soltura. ¿Cómo voy a quedarme sorda, ciega, inmóvil? No puedo explicarle lo injusta que me parece su situación, las cosas que se ha perdido, los días que debería haber saboreado sin necesidad de tirarse de los pelos. Por ella quiero vivir la vida, no como ella cree que debo, sino como creo yo que nos merecemos todas: cómo queramos. A ella no le servirá de mucho aunque si él se lo dijera con cariño quizás pudiera notar las mariposas en el estómago y reirse satisfecha y coqueta al menos una sola vez en su vida.

domingo, 3 de enero de 2010

Año nuevo, vida mueva

Tanta parafernalia para cambiar de un año a otro y sigo sintiéndome igual. Dos bogavantes y su correspondiente corte en un dedo después, lo único diferente lo denota el número que marca la báscula al subirme en ella.
Pero no importa lo que yo crea. Espero que para todos sea un gran año y que nos de muchas cosas que escribir y parlotear con quien más queramos.
¡Feliz año 10!