viernes, 8 de enero de 2010

Si él se lo dijera con cariño...

Ella está sentada en su trono con ruedas. No esperaba visitas, pero está guapa. Me gusta mirar sus ojos grises que tienen mil preguntas; pero sobre todo tienen alegría y cariño. "Ay, corazón" me dice mientras aprieta fuerte mis manos entre las suyas. Hace dos minutos que estamos allí pero ella cree que somos otras; su hija y su nieta, sí, pero no las que ella cree. Me pregunta por mi marido mientras mi madre habla con el fisioterapeuta que le ayuda a recobrar las fuerzas que siempre tuvo para empujarlo todo hacia delante. Le explico que no estoy casada, que no soy su nieta mayor y paso mis dedos entre sus arrugas y miro esos ojos profundos y húmedos.
Se ríe de todo, a pesar de él; de ese marido tan serio que la define como una pesada losa sobre los hombros. Se nota en su cara arrugada que se ha reído y ha vivido más, a pesar de él. No le gustan sus arrugas, es treméndamente coqueta (ya sé de dónde sacó mi hermana lo de mirarse en todos los espejos). Me gustaría explicarle que son el mapa de su vida; que la describen perfectamente; que hacen que la quiera más; que significan todos los motivos que no le puede gritar a él a la cara cuando le hace cerrar sus puños con fuerza, clavándose las uñas en las palmas de las manos, muerta de nervios y de rabia porque no le deja ser ella misma. Me gustaría contarle que admiro su resignación, su forma de afrontar las cosas.
Estamos allí reunidas tres generaciones de mujeres diferentes. Ninguna hace las cosas del mismo modo, porque piensan de formas distintas. Nos diferencian nuestros contextos histórico-sociales, nuestra cultura, nuestras excursiones por el mundo. Mi abuela no entiende que tenga 25 años, no esté casada y no cargue sobre la cadera derecha un churumbel rosadito y redondo. Me insta a que busque un novio y viva la vida con él. Pienso en esas útimas palabras y no sé si quiere decir que viva mi vida con él o para él. Ella se lo dio todo a su marido, "cuídala bien que es muy sentida", le dijo su padre cuando se casaron. Se fueron para quererse y formar una familia que ella se echó a la espalda y crió como su sentido común le decía. Se sintió querida siendo esclava; pero mi abuela, claro está, no lo ve de este modo. Ella y yo tenemos diferentes dioptrías; una lleva gafas y la otra lentillas.
Caminamos por el geriátrico las tres juntas, agarradas, recorriendo los pasillos anchos llenos de viejas y viejos. Las horas de las comidas son como procesiones decadentes de pies que se arrastran, de artilugios con ruedas que recuerdan a los juguetes con que los niños se ayudan a dar sus primeros pasos. Es curioso que las mismas ruedas sirvan para ayudar a dar los últimos. La procesión se dirige al comedor, renqueante, deprimente. Ella camina deprisa, tiene más voluntad que fuerza. "Mamá, mete el culo y saca pecho", le dice su hija, mi madre. Se ríe mi abuela de la ocurrencia mientras nos demuestra que puede hacerlo. Bien derecha camina sin vacilar. No es por orgullo, es porque quisiera entrar en la cocina y prepararnos la merienda, ver comer orgullosa a sus corazones rosados y redondos, esos que están allí gracias a ella.
A veces se olvida de las cosas. No sabe que yo soy yo hasta que le digo quien es mi padre. "¡El de la barba es tu padre! Ay, bonica, yo te estaba confundiendo". No importa, porque al final ella se acuerda, sólo hay que tener un poco de paciencia; aunque lo más importante es decírselo con cariño. Tomas su mano y dejas que la apriete fuerte, primero me recuerda su piel, luego sus ojos, y al final ella.
Si él se lo dijera con cariño... Quizás ella tampoco podría valorarlo, porque nunca fue más de lo que su función denotaba. No supo palntearse que él le debía respeto y admiración, no había más remedio que acomodarse, resignarse. No podía saber que ella valía más, que podría alcanzar todo lo que ella quisiera sólo con la ayuda de una pluma y un papel. No supo escribir hasta que yo misma ya sabía hacerlo con soltura. ¿Cómo voy a quedarme sorda, ciega, inmóvil? No puedo explicarle lo injusta que me parece su situación, las cosas que se ha perdido, los días que debería haber saboreado sin necesidad de tirarse de los pelos. Por ella quiero vivir la vida, no como ella cree que debo, sino como creo yo que nos merecemos todas: cómo queramos. A ella no le servirá de mucho aunque si él se lo dijera con cariño quizás pudiera notar las mariposas en el estómago y reirse satisfecha y coqueta al menos una sola vez en su vida.

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