miércoles, 30 de septiembre de 2009

Volando voy, andando vengo

- Siéntate, por favor.

Con mucho tiento me siento en la típica silla azul con reposabrazos, un azul azafata que diría mi madre. De dos rápidos vistazos recorro el pequeño despacho de Lola, atestado de fotos de simpáticas señoritas uniformadas. En menos de lo que canta un gallo, pues el despacho es muy pequeño, poso mis ojos sobre ella que me mira sonriente. Se ha pasado perfilándose los labios, y sé en ese mismo instante que no podré hacer otra cosa que mirarlos mientras se mueven, incesantes, articulando palabras. Me pregunta a qué me dedico y le cuento mi situación con un poco de fingida melancolía.

- Pues estás en el lugar indicado.

Los lugares indicados no suelen ser tan fáciles de encontrar así que mi sentido particular de detección de proposiciones sospechosas se activa sin remedio. Llego aquí, ingenua de mi, pensando que era yo quien debía venderse a si misma; resulta que son ellos quienes se ofrecen. ¡La historia de mi vida! Así que cruzo las piernas poniéndome cómoda y masco una sola vez el chicle que había dejado pegado en mi paladar. Adopto la actitud de alguien que quiere que le maravillen y Lola empieza a dibujarme un mundo maravilloso de luz y de color.

Estoy en las oficinas de una escuela aeronáutica que saca al mercado laboral cada año cerca de 200 TCP (Tripulante de Cabina de Pasajeros), esa es la presentación oficial. Me han llamado porque tengo un perfil perfecto para convertirme en TCP, y eso que sólo había completado un sencillo test por teléfono. Lola me regala los oídos diciendo que mi nivel de inglés y mi presencia son los pilares básicos para formar a una azafata. Nunca me lo había planteado, le digo, y es cierto. Ella se prepara para convencerme. Yo la dejo hacer esperando que la estocada final no suponga una cifra de más de dos ceros. ¡Ilusa!

El trabajo de azafata es perfecto a priori. Los sueldos tienen más de dos jugosos ceros, viajes por el mundo y una jornada laboral intensa compensada con pocos días al mes de actividad. Un ejemplo, me dice, imagínate que tienes un vuelo a Punta Cana; posiblemente te toque quedarte allí un par de días. ¡Por supuesto con todos los gastos pagados en un hotel de 5 estrellas! Lola hace una pausa esperando una exclamación, yo se la regalo encantada. En un mundo de euros no me cuesta mucho exclamar casi convencida de que exclamo.

La formación es tan apasionante como variada: natación, primeros auxilios, nociones de pilotaje, protocolo, psicología, extinción de incendios (hace hincapié en mostrarme la foto del cuerpo de bomberos)… todo de la mano del personal docente más cualificado. Prácticas garantizadas y asesoría laboral completan en paquete. Todo es interesante para un culo de mal asiento como el mio, para que negarlo.

Lola termina su exposición. Ahora viene lo mejor, me dice. Aquí te ofrecemos una beca que cubre los estudios de inglés y la asesoría laboral que no te garantiza un trabajo pero sí la certeza de que asistirás a las entrevistas lo más preparada posible. Ahí está el truco, pienso. Me regalan un plus. Siento curiosidad por saber cuántos euros quieren a cambio de su maravilloso curso de TCP y lo pregunto.

-¿Y cuánto cuesta el curso?

Ella, solícita, saca la hoja de las tarifas. La desorbitada cifra casi me hace saltar de la silla. Muy atenta, Lola empieza a hacer cuentas y el resultado son mensualidades asequibles. Eso si ¡16 mensualidades asequibles! Por un momento casi me estaba convenciendo.

- ¿Alguna duda?

Más que dudas tengo ganas de reírme a carcajadas. Me da 24 horas para pensar si acepto tan suculenta oferta y me despacha para contarle lo mismo a la chica rubia de ojos claros que espera afuera.

- Hasta pronto.

Desciendo los 17 pisos que me separan del suelo en el ascensor, mirando en el espejo lo largo que tengo el pelo. ¡Qué vanidosa! Pienso que las azafatas siempre lo llevan recogido y me hago un moño casi sin pensarlo. ¿Pero que haces? ¿No te habrá convencido? El aire de la calle me devuelve a mi condición de no azafata pero mi imaginación salta de Punta Cana a la cabina de pasajeros de un avión sirviendo menús enlatados. Imagínate, una pelicana como tú volando por el mundo. ¡Y el sueldo! A mi paso por un centro comercial un tanto pijo en la Castellana, me visualizo colocando ropa en mi armario nuevo, uno de esos en los que te metes dentro. ¡Qué tópico! En realidad podría darle culto al cuerpo: sesiones de belleza, masajes, depilación láser… Un concesionario de coches me saca del armario y me pone a bordo de un descapotable. El Holyday Gym me encierra en una sauna y la librería de la esquina me devuelve a la realidad: para comprar un par de libros al mes te vale con tu subsidio de desempleo.

Sigo caminando sin cesar de vislumbrar imágenes mentales. En Nuevos Ministerios dejo la Castellana para subir la calle que me llevará a Cuatro Caminos. Voy a buen ritmo mirando al cielo y recordando que no llevo paraguas. En una esquina un par de gitanas cambian buenaventura y romero por la voluntad.

- ¡Qué Dios bendiga esos ojazos!

Digo para mis adentros que ojalá y lo haga; porque mis ojos lejos de ser bonitos son miopes y con retinas llenas de fisuras. ¡Cobrando tanto al mes como una azafata me podría operar! ¡Cuánta presión! Sigo subiendo la calle fijándome en todos los escaparates buscando ofertas de trabajo. Vuelve al realismo, es lo mejor, pienso. Pero es difícil. Eso de viajar por el mundo me ha llegado hondo. Siempre supe que escribir implicaba un conocimiento del mundo, opciones, otros puntos de vista. Claro que, ¿a cuántas azafatas conoces que sean escritoras? Puede que las haya, no digo que no, pero después de soportar tantas horas de vuelo, caminatas por terminales infinitas, controles y estancias fugaces, ¿cuando escriben?

Camino despreocupada, sin prisa, soñando. Paso por delante de innumerables negocios que no necesitan a nadie y llego a las oficinas del Canal de Isabel II. Hay una exposición de fotografía y entro a verla. ¡Qué descanso en ese recinto con forma de cilindro! Me gusta lo que veo, pero eso es harina de otro costal.

Al salir sigo mi pretendida caminata hasta casa. Sin haberlo previsto paso por delante del centro del CAP (Curso de Adaptación Pedagógica) de la UCM. ¿Tendrán mi título? ¡Bingo! Después de un año criando malvas en un armario me lo dan a cambio de 25 euros. ¡Qué manía con lo de pedirme euros! Me acuerdo de la obra del fotógrafo que acabo de ver y le doy gracias al cielo nublado, porque no sé que clase de organismo oficial o persona con dos dedos de frente proporciona cultura gratis.

Cansada de tanto acontecimiento arrastro los pies hasta la boca de metro más cercana. Miro mi título recién adquirido y vuelven las imágenes mentales. Esta vez soy profesora de Lengua y Literatura. Tengo una pizarra digital estupenda con un acceso a la página de la RAE siempre visible. Mis alumnos, entusiastas todos ellos, leen y escriben sin cesar y yo me alegro por ellos.

Tirso de Molina, fin del viaje. Salí de casa a las 9 de la mañana, el metro me llevo volando al 17º piso de un edificio en Cuzco. Vuelvo, casi andando, a las 2 de la tarde con otro título para la colección y 25 euros menos.

¡Buen viaje he tenido!

lunes, 28 de septiembre de 2009

Para, punto de inflexión, piensa, continúa

A veces me pregunto por qué escribo este blog. Pretende ser una suerte de diario pero no termina de serlo. El hecho de que sea algo público coarta bastante mi libertad de expresión. Pero por otro lado, ¿de que valdría contar intimidades y guardarlas en un cajón? ¿Escribo para leerme o para que me lean? Imagino que si fuera meramente por lo primero no lo pondría a la vista de todos. Si es por lo segundo, ¿realmente les interesa a los lectores? La gente que me lee, ¿por qué lo hace? ¿Debo preocuparme por eso? Mi más sincera vanidad me mueve a no pensar en eso demasiado, procuro poner en estas líneas un poco de lo que hay en mí y esperar que se me entienda. Pero a menudo me cuesta aceptar que esta forma de comunicación no tiene la retroalimentación a la que me tienen acostumbrada otras formas de interactuación. Así que todas mis preguntas quedan más o menos en el aire, aunque siempre hay excepciones a la regla.

Intento huir de temas manidos, quizás en esa huida me detengo en hacer un castillo de arena de un solo grano. Siempre pensé que los detalles eran lo importante; al fin y al cabo todas las personas terminamos haciendo lo mismo: nos levantamos, salimos a trabajar (o buscamos un trabajo), tenemos nuestro tiempo de ocio, nos alimentamos y nos volvemos a acostar. Son los detalles los que terminan marcando la diferencia. Por eso procuro fijarme en ellos. Pero por otro lado me pregunto: ¿y qué pasa si pintan de nuevo de gris los palos de la calle? ¿Por qué siempre miro las dos caras de la moneda y me olvido de los cantos?

Tampoco pretendo justificarme en esta entrada, simplemente me puse a pensar en Sin miedo, sin Juan, en lo que he contado hasta ahora, en la gente que me lee, en lo que yo creo que es mi blog y en lo que los demás pueden pensar que es. Rumiando todo esto me voy a la cama soñando que algún día las historias que guardo en mis pedazos anímicos se dispersen por ahí y sirvan de algo.

martes, 22 de septiembre de 2009

Seis otoños

Esta es la entrada número 60 de este mi humilde blog. Bonito número para una entrada, se merece algún comentario. El 6 es mi número favorito. He cometido el error de consultar la numerología para saber más sobre él. ¡No hagáis eso! El mundo ya tiene bastante con el horóscopo, los posos del té y los oráculos varios que campan a sus anchas por doquier. Me quedo con el lado científico y matemático y resulta que: el 6 es el primer número perfecto. ¿Cómo no iba a gustarme? Resulta que es perfecto porque sus divisores propios (1, 2 y 3) suman 6. ¡Qué maravilla! Incluso San Ambrosio lo hizo símbolo de la armonía perfecta. ¡Qué bonito! A mi me gustaba porque es redondito, porque figura en la fecha de mi nacimiento y porque jugando al parchís todo el mundo lo quería ver al lanzar el dado. Ahora me gusta mucho más.
Bueno, ese era todo mi comentario al respecto de los números. Lo que yo quería contar hoy es que oficialmente estamos en otoño. ¡Qué pesada con el otoño la tía esta!, pensará más de uno. Un poco, lo admito, pero es que tremenda circunstancia se manifiesta incesantemente ante mis ojos cada dos por tres. Lo último han sido los pivotes de la calle. ¡Traidores! La calle en la que vivo es bastante chiquitina. Tiene su encanto, a mi me gusta a pesar de la contaminación acústica. Posee un poco de todo eso que tienen las calles: una iglesia, un tablao flamenco, arbolitos y demás mobiliario urbano. Entre la calzada y la acera median unos palitroques que hacen las veces de escalón, puesto que este brilla por su ausencia. Es otra manera de separar ambos pavimentos, yo hubiera puesto una valla electrificada, pero bueno... Imagino que en algún momento de la historia de esta ciudad fue más barato colocar palos abolla-coches y rodillas en las calles que escalones. Estos pivotes, sinceramente no sé cómo se llaman, suelen ser de un color gris bastante feo, gris otoñal. En mi calle hay muchos palos de estos, puede que algún día los cuente. Siempre fueron de color gris. Pero un buen día me fui a pasar el fin de semana fuera de Madrid; al volver, alguien había pintado los pivotes de colores: uno rosa, otro amarillo, verde, azul. ¡Qué bonito! Me molestaba un poco que el artista hubiese manchado el suelo también en algunas ocasiones, pero no todo el mundo es perfecto como el 6. Lo que importaba es que quedaba bonito, le daba otro aire a la calle.
Hoy, al salir de casa, lo primero que me he encontrado al abrir la puerta es un cartel pegado en el suelo. "Ojo mancha", reza el aviso. Como este, quien quiera que haya pegado los carteles colocó uno casi entre cada pivote. Resulta así que mi calle mancha. ¡Vaya por Dios! He tardado una fracción de segundo en darme cuenta de que lo que manchaban eran los pivotes. ¡Volvían a ser de color gris! Es una pena que no tenga una de esas fotos de antes y después de la reconstrucción makeover. Yo, que salía contenta y feliz (valga la redundancia) a hacer unas gestiones bancarias, me encuentro con eso... suerte que no había cola en el banco.
Más tarde volvía a casa arrastrando los pies, cabizbaja y decepcionada de tanta oscuridad grisácea ambiental. En la puerta de la iglesia dos vagabundos hablaban. "Estamos solos, nacemos, vivimos y morimos solos". Estas palabras que he oído tantas veces nunca me parecieron tan grises. ¡Cuánta polución otoñal! Pero es verdad, estamos solos. ¡Que trascendente que me pongo! No es momento de tener una crisis existencial, es solo una estación. Prometo solemnemente que a partir de ahora mismo dejo de quejarme del otoño; a no ser que al señor Gallardón se le ocurra dar un paseo por Madrid y quiera pintarlo todo de gris.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Gooooooooool... y el Eurobasket nuestro

Hace tiempo que no escuchaba un partido por la radio. Domingo, radio y fútbol. Era una de mis combinaciones clave. Luego llegó Juan y un sueldo decente y me aboné a la televisión por cable. Creí que vería partidos, pero ahora se empeñan en que abone más euros y, la verdad, no está el horno para bollos. Sin Juan y con un sueldo que pagan todos y que me retirarán en breve no me arriesgo a seguir empeñando los pocos euros que poseo.
El partido era fácil así que no lo he escuchado al completo. Después me he pasado al baloncesto. Final del Eurobasket. Ha sido un partido tan arrollador que me he permitido el lujo de dejar de mirar muchos instantes. Al final, no me he tragado ni el fútbol ni el baloncesto al completo pero el resultado fueron dos victorias y un congelador rebosante de viandas. ¡Bon apetit!

Sin apoyos y apoyada



Ha finalizado el concurso de blogs del periódico 20Minutos. Me gustaría decir que para ser mi primera vez no ha ido mal del todo; pero lo cierto es que he conseguido 0 puntos. Ni a Chiquilicuatre le dieron semejante puntuación en Eurovisión. Ningún punto; la organización prefiere llamarlo apoyos. Haciendo un silogismo barato: nadie me apoya. Pero no me quejo, todo tiene un porqué. Así reflexionando, casi instintivamente, se me viene a la cabeza el peor de los temores, pero no verbalizaré semejante pensamiento porque me siento optimista. Me he pasado la tarde del domingo cocinando. En total, el resultado de mi esfuerzo culinario se materializa en: caldo para unas cuantas sopas, crema de verduras (varias raciones), croquetas de pollo y queso, sofrito de tomate y pollo para pasta, arroz o cualquier otra cosa y un delicioso pan de melocotón. Aún así estoy cenando unas cuantas uvas y un zumo, visualizar tanta comida me ha saciado bastante el apetito.
No sé si culinariamente tendré más apoyos, nadie ha probado todavía mi trabajo de hoy y a John no le podría dar a probar. Las mascotas o los compañeros de piso suelen ser grandes catadores. Hace tiempo, cuando empezaba a aflorar la pelicana cocinera que hay en mí, vivía con nosotros (el resto de la familia pelicana y una servidora) un gatito muy simpático. Su historia tiene miga porque lo compartíamos con el vecino. Así, el gato atendía a dos nombres: Pancho y Chispita. Este último es el que le pusieron mis hermanas. Sé que tiene un porqué pero nunca me acuerdo (a ver si a alguna de ellas le apetece escribirlo aquí). Chispita solía pasar más tiempo con nosotras a pesar de las terribles vejaciones a las que era sometido: decorarle con lazos, pasearle en el carrito de las muñecas, y lo peor, hacerle probar mis "invenciones". Normalmente se las comía, pero una vez ni siquiera él quiso probar un bizcocho sin levadura. Ese día yo supe que no sería chef y él supo que siempre comería pienso para gatos. En mi defensa diré que he mejorado, John no se come mis creaciones pero las personas si las aprecian. Supongo que podría decir que sí tengo apoyos en mi faceta culinaria. Clausurando semejante festín: sin apoyos y apoyada; con esto y un bizcocho...

jueves, 17 de septiembre de 2009

Un charco, dos charcos, tres charcos...

Continúa lloviendo sobre Madrid. Estuvo bien el primer día, el segundo es menos llevadero. ¡No sé que hacer para calentarme los pies! ¿Cómo es posible que de un día para otro deje de lucir el sol para ponerse a llover sin parar? Lo único bueno que le veo es que deja la calle llena de charcos. Las opciones son pisarlos o sortearlos. Lo primero siempre me ha gustado. Me recuerdan los charcos al colegio. Si un día amanecía lloviendo me ponía como loca. Me encantaba calzarme mis katiuskas del pato Lucas y saltar sobre los charcos. No sé como va a sonar lo que sigue pero me gustaba mojarme el culete con las gotas que subían disparadas desde el suelo colándose por la falda del uniforme. Mención a parte merece mi chubasquero. De plástico rojo transparente me confería la apariencia de una caperucita ochentera. ¡Era todo un acontecimiento que lloviera! Equiparme para la lluvia difuminaba mi mal humor mañanero, ni me importaba que el sol no asomara entre las nubes. Sin embargo, la mayoría de las veces, mi mal humor se tornaba vespertino, cuando llegaba a casa. Por lo general la lluvia dura poco en el levante español a no ser, claro está, que sea época de gota fría. Cuando las nubes se levantaban, sólo habían pasado tres de las ocho horas que permanecía en el colegio. Así pues, debía soportar el calor que producían las botas de agua, que se envalentonaban auspiciadas por el brillo de Lorenzo. Por suerte no era la única. Un ejército de niños y niñas con sus katiuskas campaba a sus anchas por el patio saltando de aquí para allá antes de que se vaciaran los charcos.
La otra opción es sortearlos. Es la menos divertida así que sólo me decanto por ella si la ocasión lo requiere estrictamente. Hoy he salido para ir a la biblioteca y me ha dado por pisarlos. Con la mochila debidamente colgando de mis hombros, el chándal, y las trenzas de india iba yo pisando charcos con una sonrisa de lo más estúpida en la cara. Ha sido mi pequeño placer de hoy, de algo tenía que servirme la lluvia.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Esperando a Mr. Autumn

Apenas quedan 5 días para la llegada del otoño. No sé muy bien cómo tomármelo. Me gusta más la luz del verano. En otoño de pronto todo se vuelve marrón, el ámbiente sabe húmedo y la gente rehusa más el resto de la gente. Me dan ganas de huir a la tierra de la luz y del amor. Madrid tiene sus cosas buenas en otoño, pero si no me quejo no soy yo.
Hoy ha llovido. Había pensado salir por la tarde a mojarme los cuernos en plan caracol pero algo me tiene pegada a esta silla. Escribo febrilmente los prolegómenos de demasiadas historias. Me convencen todas pero no sé seguir. Cojo la libreta y empiezo a esquematizar. Tormenta de ideas para los personajes, guiones para las tramas, finales imperfectos... Salgo con la libreta al balcón. La poca luz que se abre camino entre nubes y gotas de lluvia perezosas no aclara mucho mi mente. Abro la ventana, el fresco me despierta y anoto lo primero que se me viene la cabeza. Tacho, borro, sobreescribo, resalto en fosforito... Me vuelvo a sentar en la silla.
Sigue lloviendo ahí fuera. Se adelanta el otoño como se adelanta mi menstruación, siempre sincronizándose con todos los ciclos de la madre naturaleza. Al fin y al cabo debo formar parte de la naturaleza. Soy el típico caso de fauna con una buena adaptación ambiental. ¡Darwin me encerraría en una jaula!
Lo malo de los ciclos y las adaptaciones es que vienen cargados de nuevos propósitos. Para variar he hecho listas mentales de todos y cada uno de los propósitos que ya son viejos compañeros de fatigas. Lo importante es el espíritu para afrontarlos, ¿no? Y nada mejor que la obstinación para combatir al depresivo otoño. Gris y mojado ya lo veo acechando a la vuelta de la esquina. Tendré que calzarme las botas de siete leguas y salir a buscar caracoles. Los milagritos para otras incautas. ¡Si Mr. Autumn llega no estaré descalza!

P.S: Sólo me he resfriado un poco, y no por andar descalza, que también. ¡Pero es que una no es de piedra!

jueves, 10 de septiembre de 2009

El cuento inacabado

- Cuéntame un cuento.

- ¿No eres un poco mayorcita para eso?

- No, no quiero ser grande, ¡cuéntame un cuento, anda!

- Está bien, pero luego no te quejes.

- ¿Qué no me queje? No será uno de esos cuentos con final infeliz, ¿verdad?

- Pues no lo sé, veamos qué sucede...

"Había una vez una niña pecosa y un poco perezosa que vivía en una pequeña casita. A ella le gustaba su entorno excepto por una sola cosa: se colaban por las rendijas demasiados sonidos y ruidos. No es muy relevante para la historia si bien, a veces, afectaba al humor de la niña pecosa. En su pequeña casita se había instalado también un pez. Un buen día llegó con su pecera y dijo que quería quedarse con ella. A la niña le encantó la idea aunque pensó que quizá algún día quisiera venir a vivir con ella alguien más humano, moreno y de sonrisa perfecta. Ella no le dijo nada, para no herirlo, y le instaló en la mesa, junto a la estantería llena de libros. Vivían en la pequeña casita los dos buscando a Juan y algo más. Buscaban y buscaban, pensaban y le daban vueltas a lo mismo y cada vez estaban más perdidos."

"La niña perezosa no quería ser grande. Se había empezado a dar cuenta de lo que eso representaba y no le gustaba nada. Se empeñaba en parecer una niña pequeña y hablaba con el pez que nunca le contestaba. Le contaba todo lo que hacía y pensaba, como en una especie de terapia de psicoanálisis. Luego, ella sola llegaba a la terrible conclusión. Desesperada por no seguir pensando salía corriendo de casa para comprar un helado. Volvía despacio por la acera, siempre pegadita a las fachadas de las casas, dándole grandes lametones al helado..."

- Es raro, querías que terminara la historia pero no puedo.

- ¿Por qué no? ¿Vas a dejar así a esa pobre niña pecosa y perezosa?

- Yo no puedo hacer nada, la historia no se termina hoy.

- ¡Pero yo quiero saber cómo acaba el cuento!

- Me temo que tendrás que esperar.

- ¡Jo, qué malo maloso!

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Morbosidad mórbida

Me he aficionado a un programa de La Sexta sobre casos criminales. Se llama Crímenes imperfectos. No sé por qué lo llaman así, al final siempre encuentran al asesino que resulta ser el criminal perfecto. Es un poco morbosa esta afición mía, pero me va bien como sonido de fondo mientras quito el polvo, hago la cama y vuelvo a revisar una y otra vez mis apuntes para relatos y novela novel que nunca ganará un Nobel. ¿El Nobel se concede a título personal o por un trabajo específico? Plumero en mano no puedo evitar quedarme parada frente al televisor de tanto en tanto. Casi me cuesta no abrir la boca. Para empezar hay gente, como los asesinos en serie, que está bastante desquiciada. Para acabar es extraordinario el papel de los investigadores y cuerpos policiales. Con una minuciosidad que sorprende se encargan de que la más mínima pista sea útil para esclarecer el delito. Me dan ganas de colgar las plumas (las del plumero, las de la boa y la Mont Blanc que nadie me ha regalado aún) y hacerme CSI. Total ya estoy preparada para ver atrocidades gracias al ilustrativo papel de la tele.
El caso de hoy es australiano. Es sorprendente como se abre y globaliza el mercado audiovisual. Casi con toda seguridad, todos y cada uno de los formatos nacen en Estados Unidos de América; pero ya casi todo el mundo produce ese tipo de material de telerealidad que nada tiene que envidiar a la originalidad yanqui. Los australianos lo hacen bien. El programa de hoy es aterrador, asesinatos de mochileros en el país de los canguros. Sin embargo me han dado ganas de ponerme la mochila al hombro y salir ahí fuera a ver el mundo. Eso sí, prohibido hacer autoestop. Una hora después se desvela el misterio, detienen al asesino y lo juzgan. La morbosidad en forma de documental se cambia por la que tiene forma de noticiero. Por suerte alguien inventó el zapping y le doy a la tecla más hasta llegar al Disney Channel. Por fin un poco de inocencia, ¿o no? Desde que ayer Mickey se aliara con Spiderman hay algo que no me cuadra. Aún así la película me entretiene un rato, hasta que me doy cuenta de que es Basil el ratón superdetective. ¡Qué casualidad! Como ya la he visto y, tratándose de Disney, se desvelará el misterio mejor me voy a la cocina y me preparo algo de comer.

martes, 1 de septiembre de 2009

Los dones de Melibea

Hace tiempo descubrí que tengo un extraño don. Quizás no parezca nada fantástico, más bien resulta estúpido; pero ¿de qué otro modo podría ser? Supongo que me perdí el momento en que mi hada madrina me lo otorgó, le habría pedido sabiduría infinita, pero debía estar dormida o en Babia (acabo de descubrir que es una comarca de León, ¡cómo me gusta la RAE!) Lo cierto es que yo voy con un extraño don por la vida que me hace tener siempre la mente ocupada, nunca me aburro y así evito pensar en la nada. Es que eso de la nada me da escalofríos. Cierto día en clase, en un aula mal ventilada (no podía ser de otro modo en plena adolescencia) mi profesora de filosofía nos soltó la bomba. Desde entonces vengo dándole vueltas a la cabeza. ¡Pensar en nada! Ella, en plena posesión de sus facultades mentales aparentemente, nos dijo al pequeño y distraído auditorio en el que me incluyo, que no se podía no pensar en nada. No poder, no pensar, nada... Seguro que no lo he dicho bien. ¿No es cómo en mates, negativo por negativo igual positivo? ¡Ay madre, con la vuelta al cole aquí encima y yo con los deberes sin hacer! Eso me lleva a los cuadernillos de problemas Rubio. ¡Cuánto odio proyectado hacia esos papeles! Si los hubiese querido más no tendría estos problemas numéricos ahora. ¡Qué desatino! Me centro.

Tengo un don estúpido. Evita que piense en la nada. Paloma, la profesora de filosofía, dijo que era imposible hacerlo. Corroboro su teoría: no puedo pensar la nada, la ausencia de todo, porque mi mente pequeñita me impide abarcar todo el universo para después pensar en el vacío que dejaría. ¿Se entiende ahora? Por eso, y tras ese impacto mental en plena efervescencia acnéica, yo descubrí mi don. Al margen de saber resolver los crucigramas de El País, (¡gracias Mambrino!) descubrí que puedo hablar o cantar, en su defecto pensar que hablo o canto, utilizando una sola vocal. ¡Tiene guasa la cosa! No tengo que pensarlo mucho, sólo tiene que ocurrírseme la genial idea de cantar La Zarzamora con la "a" y listo. Pruebo después con la "e" y así hasta que se me queda boca de besugo después de cantar Lu Zurzumuru. Ese es mi don. Parece ridículo, pero es útil en la cola del supermercado.
Como todo don que se precie tiene su origen en un acto inocente y carente de significado. Yo tendría unos 8 o 9 años. Estaba de campamento de verano en Mallorca con mis primas Cati e Isa. Una de las tantas excursiones nos llevó a lo que en mi mente recuerdo como un puerto pesquero. El monitor, o monitora; prefiero lo primero que siempre daba más morbo, nos enseñó la siguiente canción:

Una mosca volava per la llum

¡No tiene desperdicio! A partir de ahí ya os imagináis que vino después: la niña de los cojones con la cancioncita de la mosca cojonera por bandera. Mi madre dice que no se acuerda, pero me temo que la cante muchas, pero que muchas veces. Luego me regalaron un abanico y un vestido de faralaes, por eso me pase a La Zarzamora.
Sin embargo, hoy me levanté tarareando la canción de la mosca. Me desperté a las 10 de la mañana de mala hostia, ¿por qué no decirlo? A las 6 me había despertado la voz desesperada de mi vecinito de no más de 8 años. Todas las mañanas se queda solo en su casa y se dedica a gritarle a los transeúntes que por allí pasan que se lo lleven con ellos. Da escalofríos oírle. Hoy estuve a punto de levantarme para llamar al 091, aunque me gustaría más tener el teléfono de alguien de los servicios sociales. Para cuando me levanté y me asomé a la ventana alguien se me había adelantado. Un agente uniformado saludaba al chavalillo que, con ojos llorosos, se sorbía los mocos con desgana.
- Hola, chaval, ¿qué te pasa?
Antes de que contestara su madre salió por la ventana. El agente se sorprendió al verla y yo de rebote porque ya se conocían. Le preguntó si todo estaba bien, si el niño estaba bien, y dándole los buenos días se marchó por donde había venido. Volví a la cama pensando en qué pasaría mañana cuando se volviera a repetir la escena.
Tras otras tres escasas horas de sueño me desperté tarareando la canción de la mosca. Me arreglé y me fui a la Universidad. Tenía que solicitar unos documentos en la secretaría de la facultad. Al llegar me encontré con una cola de mil kilómetros. ¡Casi llegaba a las escaleras! Mi mala hostia aumentaba exponencialmente y me provocaba sudores fríos. Con todo tuve que poner buena cara en el banco cuando pagué los 25 euros que se lleva la Facultad por imprimir unos cuantos folios con mis notas que tardarán 4 días en tener listos. ¡Cómo me fastidia la burocracia! Pensé que si me negaban la plaza en el master por su culpa y por su vagancia prendería fuego a la Facultad. De todos modos la Facultad de Ciencias de la Información de la UCM es fea, feísima.

En en supermercado también había cola pero saqué un crucigrama de Mambrino y casi ni me enteré. Hasta que una señora empezó a alabar mi gusto por los pasatiempos. Consiguió deprimirme, porque me vi a mi misma envuelta en una jauría de jubiladas haciendo punto y crucigramas. ¡Más que de Melibea de Celestina, diría Calisto!