martes, 22 de septiembre de 2009

Seis otoños

Esta es la entrada número 60 de este mi humilde blog. Bonito número para una entrada, se merece algún comentario. El 6 es mi número favorito. He cometido el error de consultar la numerología para saber más sobre él. ¡No hagáis eso! El mundo ya tiene bastante con el horóscopo, los posos del té y los oráculos varios que campan a sus anchas por doquier. Me quedo con el lado científico y matemático y resulta que: el 6 es el primer número perfecto. ¿Cómo no iba a gustarme? Resulta que es perfecto porque sus divisores propios (1, 2 y 3) suman 6. ¡Qué maravilla! Incluso San Ambrosio lo hizo símbolo de la armonía perfecta. ¡Qué bonito! A mi me gustaba porque es redondito, porque figura en la fecha de mi nacimiento y porque jugando al parchís todo el mundo lo quería ver al lanzar el dado. Ahora me gusta mucho más.
Bueno, ese era todo mi comentario al respecto de los números. Lo que yo quería contar hoy es que oficialmente estamos en otoño. ¡Qué pesada con el otoño la tía esta!, pensará más de uno. Un poco, lo admito, pero es que tremenda circunstancia se manifiesta incesantemente ante mis ojos cada dos por tres. Lo último han sido los pivotes de la calle. ¡Traidores! La calle en la que vivo es bastante chiquitina. Tiene su encanto, a mi me gusta a pesar de la contaminación acústica. Posee un poco de todo eso que tienen las calles: una iglesia, un tablao flamenco, arbolitos y demás mobiliario urbano. Entre la calzada y la acera median unos palitroques que hacen las veces de escalón, puesto que este brilla por su ausencia. Es otra manera de separar ambos pavimentos, yo hubiera puesto una valla electrificada, pero bueno... Imagino que en algún momento de la historia de esta ciudad fue más barato colocar palos abolla-coches y rodillas en las calles que escalones. Estos pivotes, sinceramente no sé cómo se llaman, suelen ser de un color gris bastante feo, gris otoñal. En mi calle hay muchos palos de estos, puede que algún día los cuente. Siempre fueron de color gris. Pero un buen día me fui a pasar el fin de semana fuera de Madrid; al volver, alguien había pintado los pivotes de colores: uno rosa, otro amarillo, verde, azul. ¡Qué bonito! Me molestaba un poco que el artista hubiese manchado el suelo también en algunas ocasiones, pero no todo el mundo es perfecto como el 6. Lo que importaba es que quedaba bonito, le daba otro aire a la calle.
Hoy, al salir de casa, lo primero que me he encontrado al abrir la puerta es un cartel pegado en el suelo. "Ojo mancha", reza el aviso. Como este, quien quiera que haya pegado los carteles colocó uno casi entre cada pivote. Resulta así que mi calle mancha. ¡Vaya por Dios! He tardado una fracción de segundo en darme cuenta de que lo que manchaban eran los pivotes. ¡Volvían a ser de color gris! Es una pena que no tenga una de esas fotos de antes y después de la reconstrucción makeover. Yo, que salía contenta y feliz (valga la redundancia) a hacer unas gestiones bancarias, me encuentro con eso... suerte que no había cola en el banco.
Más tarde volvía a casa arrastrando los pies, cabizbaja y decepcionada de tanta oscuridad grisácea ambiental. En la puerta de la iglesia dos vagabundos hablaban. "Estamos solos, nacemos, vivimos y morimos solos". Estas palabras que he oído tantas veces nunca me parecieron tan grises. ¡Cuánta polución otoñal! Pero es verdad, estamos solos. ¡Que trascendente que me pongo! No es momento de tener una crisis existencial, es solo una estación. Prometo solemnemente que a partir de ahora mismo dejo de quejarme del otoño; a no ser que al señor Gallardón se le ocurra dar un paseo por Madrid y quiera pintarlo todo de gris.

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