jueves, 17 de septiembre de 2009

Un charco, dos charcos, tres charcos...

Continúa lloviendo sobre Madrid. Estuvo bien el primer día, el segundo es menos llevadero. ¡No sé que hacer para calentarme los pies! ¿Cómo es posible que de un día para otro deje de lucir el sol para ponerse a llover sin parar? Lo único bueno que le veo es que deja la calle llena de charcos. Las opciones son pisarlos o sortearlos. Lo primero siempre me ha gustado. Me recuerdan los charcos al colegio. Si un día amanecía lloviendo me ponía como loca. Me encantaba calzarme mis katiuskas del pato Lucas y saltar sobre los charcos. No sé como va a sonar lo que sigue pero me gustaba mojarme el culete con las gotas que subían disparadas desde el suelo colándose por la falda del uniforme. Mención a parte merece mi chubasquero. De plástico rojo transparente me confería la apariencia de una caperucita ochentera. ¡Era todo un acontecimiento que lloviera! Equiparme para la lluvia difuminaba mi mal humor mañanero, ni me importaba que el sol no asomara entre las nubes. Sin embargo, la mayoría de las veces, mi mal humor se tornaba vespertino, cuando llegaba a casa. Por lo general la lluvia dura poco en el levante español a no ser, claro está, que sea época de gota fría. Cuando las nubes se levantaban, sólo habían pasado tres de las ocho horas que permanecía en el colegio. Así pues, debía soportar el calor que producían las botas de agua, que se envalentonaban auspiciadas por el brillo de Lorenzo. Por suerte no era la única. Un ejército de niños y niñas con sus katiuskas campaba a sus anchas por el patio saltando de aquí para allá antes de que se vaciaran los charcos.
La otra opción es sortearlos. Es la menos divertida así que sólo me decanto por ella si la ocasión lo requiere estrictamente. Hoy he salido para ir a la biblioteca y me ha dado por pisarlos. Con la mochila debidamente colgando de mis hombros, el chándal, y las trenzas de india iba yo pisando charcos con una sonrisa de lo más estúpida en la cara. Ha sido mi pequeño placer de hoy, de algo tenía que servirme la lluvia.

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