miércoles, 30 de septiembre de 2009

Volando voy, andando vengo

- Siéntate, por favor.

Con mucho tiento me siento en la típica silla azul con reposabrazos, un azul azafata que diría mi madre. De dos rápidos vistazos recorro el pequeño despacho de Lola, atestado de fotos de simpáticas señoritas uniformadas. En menos de lo que canta un gallo, pues el despacho es muy pequeño, poso mis ojos sobre ella que me mira sonriente. Se ha pasado perfilándose los labios, y sé en ese mismo instante que no podré hacer otra cosa que mirarlos mientras se mueven, incesantes, articulando palabras. Me pregunta a qué me dedico y le cuento mi situación con un poco de fingida melancolía.

- Pues estás en el lugar indicado.

Los lugares indicados no suelen ser tan fáciles de encontrar así que mi sentido particular de detección de proposiciones sospechosas se activa sin remedio. Llego aquí, ingenua de mi, pensando que era yo quien debía venderse a si misma; resulta que son ellos quienes se ofrecen. ¡La historia de mi vida! Así que cruzo las piernas poniéndome cómoda y masco una sola vez el chicle que había dejado pegado en mi paladar. Adopto la actitud de alguien que quiere que le maravillen y Lola empieza a dibujarme un mundo maravilloso de luz y de color.

Estoy en las oficinas de una escuela aeronáutica que saca al mercado laboral cada año cerca de 200 TCP (Tripulante de Cabina de Pasajeros), esa es la presentación oficial. Me han llamado porque tengo un perfil perfecto para convertirme en TCP, y eso que sólo había completado un sencillo test por teléfono. Lola me regala los oídos diciendo que mi nivel de inglés y mi presencia son los pilares básicos para formar a una azafata. Nunca me lo había planteado, le digo, y es cierto. Ella se prepara para convencerme. Yo la dejo hacer esperando que la estocada final no suponga una cifra de más de dos ceros. ¡Ilusa!

El trabajo de azafata es perfecto a priori. Los sueldos tienen más de dos jugosos ceros, viajes por el mundo y una jornada laboral intensa compensada con pocos días al mes de actividad. Un ejemplo, me dice, imagínate que tienes un vuelo a Punta Cana; posiblemente te toque quedarte allí un par de días. ¡Por supuesto con todos los gastos pagados en un hotel de 5 estrellas! Lola hace una pausa esperando una exclamación, yo se la regalo encantada. En un mundo de euros no me cuesta mucho exclamar casi convencida de que exclamo.

La formación es tan apasionante como variada: natación, primeros auxilios, nociones de pilotaje, protocolo, psicología, extinción de incendios (hace hincapié en mostrarme la foto del cuerpo de bomberos)… todo de la mano del personal docente más cualificado. Prácticas garantizadas y asesoría laboral completan en paquete. Todo es interesante para un culo de mal asiento como el mio, para que negarlo.

Lola termina su exposición. Ahora viene lo mejor, me dice. Aquí te ofrecemos una beca que cubre los estudios de inglés y la asesoría laboral que no te garantiza un trabajo pero sí la certeza de que asistirás a las entrevistas lo más preparada posible. Ahí está el truco, pienso. Me regalan un plus. Siento curiosidad por saber cuántos euros quieren a cambio de su maravilloso curso de TCP y lo pregunto.

-¿Y cuánto cuesta el curso?

Ella, solícita, saca la hoja de las tarifas. La desorbitada cifra casi me hace saltar de la silla. Muy atenta, Lola empieza a hacer cuentas y el resultado son mensualidades asequibles. Eso si ¡16 mensualidades asequibles! Por un momento casi me estaba convenciendo.

- ¿Alguna duda?

Más que dudas tengo ganas de reírme a carcajadas. Me da 24 horas para pensar si acepto tan suculenta oferta y me despacha para contarle lo mismo a la chica rubia de ojos claros que espera afuera.

- Hasta pronto.

Desciendo los 17 pisos que me separan del suelo en el ascensor, mirando en el espejo lo largo que tengo el pelo. ¡Qué vanidosa! Pienso que las azafatas siempre lo llevan recogido y me hago un moño casi sin pensarlo. ¿Pero que haces? ¿No te habrá convencido? El aire de la calle me devuelve a mi condición de no azafata pero mi imaginación salta de Punta Cana a la cabina de pasajeros de un avión sirviendo menús enlatados. Imagínate, una pelicana como tú volando por el mundo. ¡Y el sueldo! A mi paso por un centro comercial un tanto pijo en la Castellana, me visualizo colocando ropa en mi armario nuevo, uno de esos en los que te metes dentro. ¡Qué tópico! En realidad podría darle culto al cuerpo: sesiones de belleza, masajes, depilación láser… Un concesionario de coches me saca del armario y me pone a bordo de un descapotable. El Holyday Gym me encierra en una sauna y la librería de la esquina me devuelve a la realidad: para comprar un par de libros al mes te vale con tu subsidio de desempleo.

Sigo caminando sin cesar de vislumbrar imágenes mentales. En Nuevos Ministerios dejo la Castellana para subir la calle que me llevará a Cuatro Caminos. Voy a buen ritmo mirando al cielo y recordando que no llevo paraguas. En una esquina un par de gitanas cambian buenaventura y romero por la voluntad.

- ¡Qué Dios bendiga esos ojazos!

Digo para mis adentros que ojalá y lo haga; porque mis ojos lejos de ser bonitos son miopes y con retinas llenas de fisuras. ¡Cobrando tanto al mes como una azafata me podría operar! ¡Cuánta presión! Sigo subiendo la calle fijándome en todos los escaparates buscando ofertas de trabajo. Vuelve al realismo, es lo mejor, pienso. Pero es difícil. Eso de viajar por el mundo me ha llegado hondo. Siempre supe que escribir implicaba un conocimiento del mundo, opciones, otros puntos de vista. Claro que, ¿a cuántas azafatas conoces que sean escritoras? Puede que las haya, no digo que no, pero después de soportar tantas horas de vuelo, caminatas por terminales infinitas, controles y estancias fugaces, ¿cuando escriben?

Camino despreocupada, sin prisa, soñando. Paso por delante de innumerables negocios que no necesitan a nadie y llego a las oficinas del Canal de Isabel II. Hay una exposición de fotografía y entro a verla. ¡Qué descanso en ese recinto con forma de cilindro! Me gusta lo que veo, pero eso es harina de otro costal.

Al salir sigo mi pretendida caminata hasta casa. Sin haberlo previsto paso por delante del centro del CAP (Curso de Adaptación Pedagógica) de la UCM. ¿Tendrán mi título? ¡Bingo! Después de un año criando malvas en un armario me lo dan a cambio de 25 euros. ¡Qué manía con lo de pedirme euros! Me acuerdo de la obra del fotógrafo que acabo de ver y le doy gracias al cielo nublado, porque no sé que clase de organismo oficial o persona con dos dedos de frente proporciona cultura gratis.

Cansada de tanto acontecimiento arrastro los pies hasta la boca de metro más cercana. Miro mi título recién adquirido y vuelven las imágenes mentales. Esta vez soy profesora de Lengua y Literatura. Tengo una pizarra digital estupenda con un acceso a la página de la RAE siempre visible. Mis alumnos, entusiastas todos ellos, leen y escriben sin cesar y yo me alegro por ellos.

Tirso de Molina, fin del viaje. Salí de casa a las 9 de la mañana, el metro me llevo volando al 17º piso de un edificio en Cuzco. Vuelvo, casi andando, a las 2 de la tarde con otro título para la colección y 25 euros menos.

¡Buen viaje he tenido!

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