martes, 1 de septiembre de 2009

Los dones de Melibea

Hace tiempo descubrí que tengo un extraño don. Quizás no parezca nada fantástico, más bien resulta estúpido; pero ¿de qué otro modo podría ser? Supongo que me perdí el momento en que mi hada madrina me lo otorgó, le habría pedido sabiduría infinita, pero debía estar dormida o en Babia (acabo de descubrir que es una comarca de León, ¡cómo me gusta la RAE!) Lo cierto es que yo voy con un extraño don por la vida que me hace tener siempre la mente ocupada, nunca me aburro y así evito pensar en la nada. Es que eso de la nada me da escalofríos. Cierto día en clase, en un aula mal ventilada (no podía ser de otro modo en plena adolescencia) mi profesora de filosofía nos soltó la bomba. Desde entonces vengo dándole vueltas a la cabeza. ¡Pensar en nada! Ella, en plena posesión de sus facultades mentales aparentemente, nos dijo al pequeño y distraído auditorio en el que me incluyo, que no se podía no pensar en nada. No poder, no pensar, nada... Seguro que no lo he dicho bien. ¿No es cómo en mates, negativo por negativo igual positivo? ¡Ay madre, con la vuelta al cole aquí encima y yo con los deberes sin hacer! Eso me lleva a los cuadernillos de problemas Rubio. ¡Cuánto odio proyectado hacia esos papeles! Si los hubiese querido más no tendría estos problemas numéricos ahora. ¡Qué desatino! Me centro.

Tengo un don estúpido. Evita que piense en la nada. Paloma, la profesora de filosofía, dijo que era imposible hacerlo. Corroboro su teoría: no puedo pensar la nada, la ausencia de todo, porque mi mente pequeñita me impide abarcar todo el universo para después pensar en el vacío que dejaría. ¿Se entiende ahora? Por eso, y tras ese impacto mental en plena efervescencia acnéica, yo descubrí mi don. Al margen de saber resolver los crucigramas de El País, (¡gracias Mambrino!) descubrí que puedo hablar o cantar, en su defecto pensar que hablo o canto, utilizando una sola vocal. ¡Tiene guasa la cosa! No tengo que pensarlo mucho, sólo tiene que ocurrírseme la genial idea de cantar La Zarzamora con la "a" y listo. Pruebo después con la "e" y así hasta que se me queda boca de besugo después de cantar Lu Zurzumuru. Ese es mi don. Parece ridículo, pero es útil en la cola del supermercado.
Como todo don que se precie tiene su origen en un acto inocente y carente de significado. Yo tendría unos 8 o 9 años. Estaba de campamento de verano en Mallorca con mis primas Cati e Isa. Una de las tantas excursiones nos llevó a lo que en mi mente recuerdo como un puerto pesquero. El monitor, o monitora; prefiero lo primero que siempre daba más morbo, nos enseñó la siguiente canción:

Una mosca volava per la llum

¡No tiene desperdicio! A partir de ahí ya os imagináis que vino después: la niña de los cojones con la cancioncita de la mosca cojonera por bandera. Mi madre dice que no se acuerda, pero me temo que la cante muchas, pero que muchas veces. Luego me regalaron un abanico y un vestido de faralaes, por eso me pase a La Zarzamora.
Sin embargo, hoy me levanté tarareando la canción de la mosca. Me desperté a las 10 de la mañana de mala hostia, ¿por qué no decirlo? A las 6 me había despertado la voz desesperada de mi vecinito de no más de 8 años. Todas las mañanas se queda solo en su casa y se dedica a gritarle a los transeúntes que por allí pasan que se lo lleven con ellos. Da escalofríos oírle. Hoy estuve a punto de levantarme para llamar al 091, aunque me gustaría más tener el teléfono de alguien de los servicios sociales. Para cuando me levanté y me asomé a la ventana alguien se me había adelantado. Un agente uniformado saludaba al chavalillo que, con ojos llorosos, se sorbía los mocos con desgana.
- Hola, chaval, ¿qué te pasa?
Antes de que contestara su madre salió por la ventana. El agente se sorprendió al verla y yo de rebote porque ya se conocían. Le preguntó si todo estaba bien, si el niño estaba bien, y dándole los buenos días se marchó por donde había venido. Volví a la cama pensando en qué pasaría mañana cuando se volviera a repetir la escena.
Tras otras tres escasas horas de sueño me desperté tarareando la canción de la mosca. Me arreglé y me fui a la Universidad. Tenía que solicitar unos documentos en la secretaría de la facultad. Al llegar me encontré con una cola de mil kilómetros. ¡Casi llegaba a las escaleras! Mi mala hostia aumentaba exponencialmente y me provocaba sudores fríos. Con todo tuve que poner buena cara en el banco cuando pagué los 25 euros que se lleva la Facultad por imprimir unos cuantos folios con mis notas que tardarán 4 días en tener listos. ¡Cómo me fastidia la burocracia! Pensé que si me negaban la plaza en el master por su culpa y por su vagancia prendería fuego a la Facultad. De todos modos la Facultad de Ciencias de la Información de la UCM es fea, feísima.

En en supermercado también había cola pero saqué un crucigrama de Mambrino y casi ni me enteré. Hasta que una señora empezó a alabar mi gusto por los pasatiempos. Consiguió deprimirme, porque me vi a mi misma envuelta en una jauría de jubiladas haciendo punto y crucigramas. ¡Más que de Melibea de Celestina, diría Calisto!

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