- ¿No eres un poco mayorcita para eso?
- No, no quiero ser grande, ¡cuéntame un cuento, anda!
- Está bien, pero luego no te quejes.
- ¿Qué no me queje? No será uno de esos cuentos con final infeliz, ¿verdad?
- Pues no lo sé, veamos qué sucede...
"Había una vez una niña pecosa y un poco perezosa que vivía en una pequeña casita. A ella le gustaba su entorno excepto por una sola cosa: se colaban por las rendijas demasiados sonidos y ruidos. No es muy relevante para la historia si bien, a veces, afectaba al humor de la niña pecosa. En su pequeña casita se había instalado también un pez. Un buen día llegó con su pecera y dijo que quería quedarse con ella. A la niña le encantó la idea aunque pensó que quizá algún día quisiera venir a vivir con ella alguien más humano, moreno y de sonrisa perfecta. Ella no le dijo nada, para no herirlo, y le instaló en la mesa, junto a la estantería llena de libros. Vivían en la pequeña casita los dos buscando a Juan y algo más. Buscaban y buscaban, pensaban y le daban vueltas a lo mismo y cada vez estaban más perdidos."
"La niña perezosa no quería ser grande. Se había empezado a dar cuenta de lo que eso representaba y no le gustaba nada. Se empeñaba en parecer una niña pequeña y hablaba con el pez que nunca le contestaba. Le contaba todo lo que hacía y pensaba, como en una especie de terapia de psicoanálisis. Luego, ella sola llegaba a la terrible conclusión. Desesperada por no seguir pensando salía corriendo de casa para comprar un helado. Volvía despacio por la acera, siempre pegadita a las fachadas de las casas, dándole grandes lametones al helado..."
- Es raro, querías que terminara la historia pero no puedo.
- ¿Por qué no? ¿Vas a dejar así a esa pobre niña pecosa y perezosa?
- Yo no puedo hacer nada, la historia no se termina hoy.
- ¡Pero yo quiero saber cómo acaba el cuento!
- Me temo que tendrás que esperar.
- ¡Jo, qué malo maloso!
"La niña perezosa no quería ser grande. Se había empezado a dar cuenta de lo que eso representaba y no le gustaba nada. Se empeñaba en parecer una niña pequeña y hablaba con el pez que nunca le contestaba. Le contaba todo lo que hacía y pensaba, como en una especie de terapia de psicoanálisis. Luego, ella sola llegaba a la terrible conclusión. Desesperada por no seguir pensando salía corriendo de casa para comprar un helado. Volvía despacio por la acera, siempre pegadita a las fachadas de las casas, dándole grandes lametones al helado..."
- Es raro, querías que terminara la historia pero no puedo.
- ¿Por qué no? ¿Vas a dejar así a esa pobre niña pecosa y perezosa?
- Yo no puedo hacer nada, la historia no se termina hoy.
- ¡Pero yo quiero saber cómo acaba el cuento!
- Me temo que tendrás que esperar.
- ¡Jo, qué malo maloso!
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