sábado, 23 de enero de 2010

Lugares favoritos

Creo que todas las personas tenemos al menos tres lugares favoritos. Yo los colecciono para no perderlos y para poder restaurar en mi memoria mi paso por el mundo. Es imposible tener sólo un espacio favorito, me atrevería a decir incluso que tres son muy pocos, pero es mi número de cosas ideal, ya hablaré otro día de mi trinidad. Lo de un sólo lugar si es inimaginable. Es como cuando te preguntan por tu libro o película favorita. No se puede elegir una solamente. Os invito a pensar en vuestros espacios favoritos. Escribo los mios adelantando que mi favorito hoy se vincula a mi presente, como no podía ser de otro modo.
Uno de mis primeros lugares fue la cocina de mi casa. Esa habitación era el centro neurálgico de mi pequeño mundo de fideos y purés. Todo el que me conozca sabe que me encanta la gastronomía y la de mi madre es una de mis favoritas. Pero se trata de describir lugares y no paladares. La cocina era mi espacio para todo: comía, hacía los deberes, observaba a mi madre cocinar, le daba de desayunar a mis hermanas pequeñas, reía, lloraba, hablaba por aquel teléfono que colgaba de la pared, volvía con los pequeños recados del supermercado (de aquel tendero de enfrente que fiaba lo que fuera). Aprendí muchas cosas en aquella cocina y todavía recuerdo la cara de estupefacción de mi hermana cuando descubrió que los reyes magos le habían dejado en la mesa de la cocina su ansiada casa de Barbie. Son cosas sencillamente inolvidables.
En el colegio y con mi adolescencia poseedora de mi cuerpo me volví una ninfa en el monte de los olivos. Había en el patio del colegio un olivo en especial. Lo habrían trepado infinidad de quinceañeras pero a mi me recordará especialmente porque fue testigo de alguna de mis primeras historias.
En Madrid es dificil elegir un lugar favorito, pero yo sin dudar me quedo con el balcón de mi casa. Aquel mirador de escaso piso de altura me hacía sentir la reina del mundo. Era mi observatorio, recibía y despedía sonrisas, leía, escribía, jugaba, soñaba, bailaba y cantaba en ese balcón. Me preocupaba que la lluvia me lo arrebatara, pues se colaban miles de gotas en el cada vez que llovía, y al final lo dejé para otros. Espero que los que vengan sepan valorar ese minarete lleno de posibilidades.
Hoy mi lugar favorito está detrás de unas orejas, y huele a azul.

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