lunes, 3 de agosto de 2009

Estados piromaníacos

Estoy sufriendo un transtorno, espero transitorio, por el que me he vuelto patriótica. Entendamos patria como mi lugar de nacimiento y tendremos a una pirómana valenciana en ciernes. Nunca me he sentido muy valenciana que digamos, pero me gusta decir que lo soy y me entristece que me digan que no lo parezco. Se supone que las personas que se sienten ligeramente apátridas deben estar lejos de su patria para apreciarla. Lo he podido comprobar en muchas personas y recientemente en mí, con toques fugaces, debo añadir. No sé si Madrid se puede considerar un lugar muy lejano de mi tierra (como cantaba Nino Bravo). Ni siquiera es políticamente correcto que lo plantee porque debería sentirme española, ¿no? Sea como sea hoy me pasaron dos cosas que me hicieron rabiar y que rasgaron mi sentimiento valenciano.
El primer hito es bastante raro en esencia. Iba yo tranquilamente caminando a buen paso, como es habitual, por la calle Fuencarral cuando me abordó un tipo de lo más peculiar. Me obligó indirectamente a dejar de disfrutar de la música del mp3 para escucharle. Yo seguía hacia adelante visiblemente ajena a lo que decía y él trataba de sonsacarme información. Finalmente le dije que era valenciana y me dijo que no lo parecía, que era mucho más simpática y guapa que las valencianas. Me quedé mirándolo un micro segundo (el tipo no tenía una cara que soportara mirarla más de un segundo) y le dije que eso me parecía una tontería, que yo conocía muchas valencianas mucho más simpáticas y guapas. Él me hizo remontarme en mi árbol genealógico para demostrar su teoría de que las valencianas no son "geneticamente simpáticas" (eso dijo, lo juro). Pensé que si me iba a acompañar en todo el trayecto hasta Iglesia, como parecía, podría darle al palique un rato sin ninguna consecuencia. Así que empecé a vacilarle sobre mis teorías apátridas y otros devaneos. Se notaba que él tenía más necesidad que yo de darle a la lengua así que en su delirio valenciano empezó a nombrarme todos y cada uno de los pueblos levantinos que había visitado durante la etapa en la que vivió en Valencia. Eran muchos y pretendía que los conociera todos... Se lamentó porque durante dos años no se había comido ni un solo rosco valenciano y yo le dije que eso era porque a Valencia uno iba a comer paellas. No se lo tomó como un chiste así que no di más rienda suelta a mi ingenioso sentido del humor. El tipo lo intentó, lo del rosco, conmigo pero rechacé amablemente tres coca-colas, una fanta y un café y me escabullí en la biblioteca.
Herido mi orgullo valenciano fui corriendo a buscar un libro de Vicente Blasco Ibañez, leí deprisa el primer capítulo hasta que se me pasó el sofocón. Lo dejé en la estantería porque no había ido a la biblioteca a por ese libro y porque no recordaba que fuera un escritor tan descriptivo... Eso me recordó que nunca pongo en práctica los ejercicios de descripción de entornos que... bueno, que me desvío del asunto. Había ido a la biblioteca en pos de dos cómics de ilustradores valencianos. Es otro de los flancos abiertos en mi cruzada patriótica. He descubierto que en mi tierra hay más arte de la que se ve a simple vista y mucho más allá de Sorolla, por más que este siga sobrecogiendo con su estupendo estudio de la luz levantina y la piel brillante de los niños en la playa. ¡La playa!

Uno de los cómics lo encontré fácil. Me decepcionó que no tuviera color, pero haciendo caso de la crítica me lo guardé en el bolso. El otro tomo estaba en la sala infantil. Intentando no interactuar demasiado con las adorables criaturitas que campaban a sus anchas por allí revisé todos y cada uno de los cómics que allí tenían. La bibliotecaria se sonrojó un poco al admitir que aquello era un completo desorden y que las signaturas de los lomos no servían en absoluto en aquella sección. Junto a la A había una Z y una L, ¿cómo podía encontrarlo? "Tendrás que mirarlos todos", me dijo. Me puse manos a la obra, pero fue inútil. Hasta Pablito se puso a llorar porque no encontraba un libro en alemán. Su padre no parecía querer ayudarle así que yo le alargué un cómic de Garfield; lástima que no fuera en alemán y él siguiera con su pataleta...
Abandoné la biblioteca con dos préstamos: el cómic ausente de colorido y una novela mexicana. Es la historia de un sicario que habla jodidamente raro. En el primer capítulo anoté 15 palabras para buscar su significado en la RAE, no sé si habrá suerte... Pero me llamó la atención el título, saber que ha sido un éxito allí y porque me gustan mucho los tacos y el tequila con sangrita... ¡Viva México cabrones!
Imagino que si fuera mexicana si sería más patriótica... En general cualquier país diferente a este me despierta más patriotismo. ¡Qué pena que la lacra franquista haya sesgado y politizado tanto este sentimiento patrio-apátrida que nos toca de refilón, pero nos toca! Eso si, sólo hay que echarle un vistazo al programa Españoles por el mundo para ver cómo cualquier españolito de la más variada condición alardea de la tortilla y la paella allá dónde sea que se encuentre. ¡Somos tan paradójicos!
Algo parecido me pasa a mí con Valencia, que me pica cuando me conviene. El segundo hito viene vestido de naranja y con sabor dulce. No se puede dudar de la simpatía de las valencianas ni de lo genuinas que son las naranjas valencianas. Me niego a creer que vienen de la China... ¡Joer, que se lo quieren quedar todo! Ese fruto tan valenciano tiene que ser de mi tierra... y si no pues nos inventamos uno nuevo. Eso le pasó a un paisano. Un canalino como yo (Canals, Valencia) se encontró un buen día con que uno de sus naranjos había mutado espontáneamente dando como fruto un híbrido entre naranja y clementina d’una dolçor extraordinària (muy dulce, vamos). Este amable agricultor, que pretendía comercializar su hallazgo de una manera no intrusiva para la agricultura autóctona, se encuentra de repente con mil y un sabotajes. El señor dice que detrás de todo eso sólo está la codicia de las grandes empresas del sector que ven en esto un filón sin precedentes. Se supone que cada persona tiene derecho a hacer con sus cosas lo que quiera, ¿no? Al buen señor no le están dando muchas opciones y ya piensa en vender el hallazgo al gobierno norteamericano. ¡Hala, que imperialicen también las naranjas por la avaricia de cuatro tiburoncillos chochos!

Y yo aquí me hallo, sintiéndome indignada, herida mi simpatía y mi naranja que son mías como valenciana.

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