martes, 29 de diciembre de 2009

La última o la primera o nada de nada

Quizás esta sea la última entrada del año 2009. Me dan ganas de ponerme a recopilar las cosas buenas, las malas, las regulares y las que no se pueden contar. Pero como eso ya lo hacen las cadenas de televisión tampoco me centraré en hablar de las cosas que espero del año nuevo. Cambiar de año puede que sea significativo, pero tampoco le encuentro la gracia. Seguiré siendo yo, sin ir al gimnasio, sin volver a leer El Quijote o empezar Rayuela. Seguiré teniendo celulitis, el mismo nivel de inglés y las mismas ganas de escribir mis difícilmente editables conjeturas. No quería, pero sin darme cuenta he planteado mis propósitos de año nuevo.
Al final, como dice mi padre, me dejaré arrastrar por los demás y seguiré a pies juntillas los dictados de los rituales iniciáticos para formar parte de la tropa de alienados de la nueva secta: los esperanzadores a propósito de los últimos días. Las más variopintas profecías auguran el fin del mundo después de un Papa malo (al menos de aspecto) y un Papa negro. Visto lo visto quizás deba alienarme y conseguir mis propósitos vitales antes del cataclismo.
Lo que quiero decir es que cualquier día suenan 12 campanadas a medianoche y el calendario avanza sin tantas miradas puestas en él. Los domingos siguen siendo colorados, los febreros acaban antes o después y seguimos teniendo un número de año de cuatro cifras. ¿Cuándo lleguemos a las cinco volverá a venir el Mesías para inaugurar un nuevo año 0?
Esta entrada me temo pasará sin pena ni gloria. No es la última ni la primera, es sólo una más; así como el 2010 sólo será un año más. Solamente en el hipotético caso en que me muera tendrá relevancia en mi epitafio:
Pelicana, 1984-2010: Le hubiera gustado dejar una frase célebre, pero es más divertido el silencio de un epitafio lleno de letras.

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