lunes, 9 de noviembre de 2009

Queridos Reyes Magos:

Nunca entenderé por qué cierran algunas salidas del metro después de las nueve de la noche. Me hacen dar una vuelta enorme para llegar a casa y ahora, con el frío, me fastidia un poco. Sin embargo, me ha venido bien para darme cuenta de que ya están puestas las luces de Navidad. Menos mal que no están encendidas. Pero es comprensible, y no por las fechas (todavía falta); sino porque la crisis obliga a ahorrar hasta al mismísimo ayuntamiento de Madrid. Sólo hace falta mirar hacia arriba y comprobar que, en la palza de Tirso de Molina, los mismos ojos tétricos que se abrían y cerraban el año pasado decorarán tan castizo enclave en las próximas fiestas.
El espíritu navideño, que vuelven a meternos por los ojos, empieza a molestarme. Caigo en la trampa del consumismo y me compro una bebida caliente en una sucursal de la cadena de restaurantes de comida rápida más famosa del mundo. Bebiendo leche caliente y alimentando al creador de Santa Claus (estoy segura que el payasito feliz y los de Coca Cola son los responsables directos de tan rentable nacimiento), me topo con la cruda realidad y se me revuelve el estómago. La gente corriento hace cola para ir al cine en un día festivo en la capital. A dos pasos y en el suelo una vagabunda corea a los cuatro vientos un soliloquio incomprensible. Al otro lado de la acera, y sentado junto a su top-manta, un chaval de no más de 20 años la mira entre sorprendido y asustado. Ha sido una visión extraña cuando iba pensando en lo que le pediría este año a los Reyes Magos. ¡Qué pena que no exista la magia!

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