miércoles, 10 de febrero de 2010

Frío

Odio la sensación de frío intenso; es casi imposible sacársela del cuerpo. No importa si me pongo mil capas de ropa, y cual cebolla roja de rubor en los interiores, me paseo gélida y marrón en los exteriores. Forzosamente, claro está, me desplazo por el invierno. Quizás la sensación se incrementa al leer el periódico, y descubrir de pronto que la estación fría en curso del hemisferio norte está siendo dura en general.
Me imagino las tormentas de nieve del este de los Estados Unidos y se me hiela la sangre. Capas y capas de nieve blanca, tan blanco todo que asusta. Demasiado virginal para mi gusto, tan uniforme y silenciosa es la nieve que parece inofensiva. Evidentemente incluso a lo más puro hay que mirarlo con recelo. Además, a veces, lo que nos parece peligroso puede salvarnos la vida. Ahora me acercaría sin tapujos al hogar naranja y rojo que chisporrotea ensordecedoramente; por lo menos se delata al contrario que el hielo.
¿Cómo podría entrar en calor? Me apetece migrar como un pájaro y construir un nido en un espacio caliente. A ver si esa imagen me da calor cuando salga ahora a la calle.

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