Nada mejor que una buena cerveza fresquita para calmar la sed y el calor en un día de verano. La gran mayoría de la población mundial estará de acuerdo con eso. La gran mayoría también estaría encantada de que le sirvieran la cerveza allí donde estuviera. Si estás en Barcelona es tu día de suerte. Hay cerveza por todas partes. Te la encuentras en la playa, en el parque, al salir del metro, de cualquier bar, por doquier. No puedes dar tres pasos sin que alguien te la ofrezca y si estás parado, sin dar apenas pasos, pasarán por allí intentando quedarse contigo. Siempre es igual, un vendedor ambulante (presumiblemente indio o paquistaní) pasa por tu lado y te dice un escueto ¿cerveza, beer? La primera vez dices: no gracias a la par que sonríes. La segunda, tercera y cuarta vez haces lo mismo, pero a la un millón te planteas si la comisura de tus labios resiste tantas sonrisas. ¡Tal vez es exagerado! Pero el hecho es fidedigno, corroborado por una servidora.
Al margen de la cerveza y otras cosas, de más o menos legalidad, que te ofrecen por la calle, Barcelona sigue siendo una de mis ciudades favoritas. Al igual que se puede pensar en el equipo perfecto eligiendo a jugadores de diferentes equipos, de Barcelona escogería infinidad de detalles para la ciudad perfecta. Para empezar tiene mar. Es cierto que en verano la humedad es para mí casi insoportable, pero la brisa marina revitaliza cuerpo y mente, por lo menos a mí que nací en el Mediterráneo. El mar confecciona también el talante específico de los habitantes costeros, su gastronomía, su forma de ver la vida a lomos de una bicicleta. Es una ciudad accesible, con sus contrastes asombrosos en la arquitectura y el perfil de sus barrios, cosmopolita y moderna a la vez que tradicional y multicultural. Puedes cenar unas arepas venezolanas en un ambiente chic o sushi en una taberna callejera en la que compartes mesa con extraños.
A la ciudad condal llegué una mañana temprano. Desde un avión vi amanecer pensando en el momento en que estaría en las Ramblas tomando algo casero en un forn de pà. Tenía sueño porque prefería leer un librito de lo más interesante antes que dormir en el asiento incómodo del avión. No podía dejar de leer el libro en cuestión pero ya hablaré de él en otra ocasión. Viajaba a Barcelona para ir al oculista e iba a llegar allí con los ojos cansados. El café con leche y la caminata hasta la calle Muntaner me despejaron y pasé la revisión anual con el Doctor Compte sin mayor problema. Mis ojos siguen teniendo problemas con las retinas, que amenazan desprenderse. La suerte es que es operable previo pago de cientos de euros. Todo cuesta en la vida, pero imagino que el hecho de ver lo merece. Sin ojos no podría saborear las vistas y yo quiero degustar muchas todavía.
Ya que estaba en Bacelona decidí quedarme por allí. Me hospedó mi prima en su nueva casa, se acopló (en el buen sentido) mi hermana pequeña y pasamos tres días sin descanso, íbamos de aquí para allá bebiendo mojitos, rechazando cervezas, disfrutando de la playa con más amigos y tomando helados de verdad, auténtico gelatto italiano.
Como siempre hubo contratiempos, cosas nimias en general, como que te confundan con una puta o te hagan pagar el precio completo de un billete que creías merecer por ser joven. ¡Cosas que hacen que la vida valga la pena! ¿Cerveza, beer?
Echando una ojeada al cuarto párrafo me doy cuenta de que mi persona aparece en esta historia algo diluida, refiriéndose a mi como "más amigos". Soy consciente que mi compañía puede resultar tan grata que acabe pareciendo que te encuentres en una "party" repleta de gente interesante a la que conocer, però me pregunto a que se debe mi anonimato (y el del resto de personas que nos acompañaban). Aún así, hemos hablado entre nosotros y hemos decidido permanecer en la sombra, dejando el protagonismo a esta bella ciudad y su cerveza "de importación" ;)
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