martes, 14 de julio de 2009

La cultura del escaparatismo y la crisis


Madrid se cuece en pleno mes de julio. En esa olla a presión convivimos muchos ingredientes: champiñones y otras setas, pollos de corral tiernos y jugosos, redondas alcachofas, pequeños guisantes, hilarantes almejas siempre tintineando y langostinos intocables cuyas cabezas chupan muy pocas bocas. Yo lo veo como una paella aunque hoy quizás es más un cocido madrileño. A pesar del calor la actividad fluye sin remedio, quedarse quieto en esta ciudad es una temeridad.
Lo bueno de las ciudades es que son un gran escaparate, parece que todo está puesto para ser mirado. Es impensable aburrirse cuando sales a la calle. Las posibilidades son infinitas, se respira cultura en cada esquina, cultura de los más variopintos palos. Hoy la que me sorprende es la cultura gastronómica mezclada con la del escaparatismo. En mi periplo urbano número mil he recalado a las 5 de la tarde en un restaurante de comida rápida. Justamente buscaba comer rápido pero no esperaba convertirme en espectáculo. El restaurante, para mi sorpresa, era un gran escaparate de gente comiendo. No lo había pensado antes, pero todos los restaurantes, al menos los más veloces, lo son. No hay que ser sociólogo titulado para saber que detrás de eso se esconde la ambición de aumentar las ventas. Aún así yo me pregunto: ¿vende ver a la gente comer? Hay muchos que deberían ir a la escuela de las buenas costumbres... Yo no es que sea un adalid del refinamiento, y con el hambre que tenía me temo que devoraba mi comida mientras miraba distraída por el gran ventanal. Sin embargo, que me enviaran un beso a través del cristal me hizo descubrir el engaño y, de pronto, me sentí observada cuando creí ser yo la que lo hacía.
Roto el hechizo me escabullí entre la gente en plena Gran Vía, ventosa como siempre. Seguía viendo escaparates de la crisis en todas partes: en las decenas de pisos que se alquilaban, en los vendedores de La Farola, incluso en escaparates de verdad. Pensando iba yo en estas cosas críticas cuando en el escaparate de la casa del libro vi un ejemplar del best-seller: El hombre que cambió un tulipán por una casa. Al menos en los tiempos de crisis en plena ebullición se desarrollan las imaginaciones, y los visionarios campan a sus anchas. Yo tengo en mi terraza un precioso geranio. Dada mi mala mano para las plantas, y a la vista de su equilibrado crecimiento como planta, tendré que pensar seriamente en que quizás es mi gallina de los huevos de oro.

1 comentario:

  1. Oye, ¿no será el Delina`s? Eso sí que es un escaparate-de-cómo-comer en toda regla. Es curioso, ¿no os habéis planteado alguna vez comer en el metro o en el autobús -por falta de tiempo- y entra como una extraña vergüenza? Uno te mira a ti, como si estuvieras haciendo algo de mala educación; otro mira tu comida, como queriéndola para sí... Y a comer quedas con gente íntima, o haces amistades a través de la comida. ¿No? Parece un rito, casi íntimo o vergonzoso para ojos ajenos. No me extraña que te diera cosa no solo comer a la vista de todos, sino que ... ¡uno te lanzara un beso!

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