miércoles, 20 de mayo de 2009

La soledad del aspirante a plumífero

Todo acto creativo implica una serie de sacrificios. El más significativo del acto de escribir es la soledad. A pesar de inspirar las más melancólicas elucubraciones, la soledad es necesaria para crear. Solo ante la pantalla en blanco del ordenador, así es el aspiránte a plumífero. Los meros estímulos del ser mental que todos tenemos dentro deberían bastar para crear un relato, una historia, un cuento pasado por la desnudez del escribano. Todos somos escritores potenciales porque todos tenemos una historia, pero sólo aquellos que la narran con pasión pueden despertar en los lectores las ganas de llegar al desenlace. Si deseas decir algo, dilo, y si no, también. Existen infinidad de decálogos que los maestros legan a los aspirantes, todos se resumen en: lee, lee, escribe, escribe.
Aunque parezca obvio en esto he estado pensando casi todo el día. Por supuesto la inspiración me ha llegado de la mano de la lectura; de dos libros en concreto que todavía no recomiendo porque no los he terminado. Tratan, como no podía ser de otro modo, de dar consejos de escritura. Tengo la firme convicción de que ningún manual que encuentre será el manual definitivo; pero a lo largo de los años he leído y ojeado muchos y de todos puedo decir que he sacado buenas ideas. Cada escritor nos cuenta su sistema y todos son válidos, lo interesante del asunto son las coincidencias. Hoy he corroborado mis sospechas traducidas en el párrafo primero de esta entrada. Y es que incluso los maestros insisten en que lo importante es la disciplina, la práctica y la autoestima.
La mejor manera de empezar a contar algo es parándose a pensar sobre ello y psicoanalizarse. Es ideal hacerlo recostado en un diván. Con la imagen de Woody Allen irrumpiendo en mi memoria imagino la escena muy a su manera: parloteando sin cesar todas las ideas que se atropellan al salir por la laringe. Es una tormenta de ideas de una sola cabeza pensante. Es tu mera convicción, si no te convences nadie te creerá. No olvidemos que la principal cualidad de todo escritor es mentir, mentir como bellacos. Para tanta sarta de pecados es necesaria, pues, la soledad. Sin embargo, y a pesar de todo, mi pantalla sigue en blanco. ¿Hay más soledad que esa en el mundo?

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